Perdigonazos en los ojos

En Changuinola la policía dispara perdigones a los ojos, pero no es más ciego aquel al que vacían las cuencas que el que no quiere mirar y, sobre todo, que el que no quiere que se mire.

Hace una semana, las calles de esta nada turística localidad de la turística provincia de Bocas del Toro se llenaron de luto. Miles de personas las tomaron con la esperanza de que se empezara a contar la verdad al mundo. Semanas antes, había habido paros de trabajadores de la bananera Bocas Fruit Company, en su mayoría indígenas. La empresa, escudándose en laley chorizo, dejó de descontar la cuota sindical y empezó a retener salarios de huelguistas. Sin diálogo, las protestas ganaron intensidad. Y las autoridades recurrieron a la represión.

Junto a la policía nacional, se desplegaron agentes de frontera. Sin medios de prensa como testigos, hubo perdigones, bombas de gases en calles y casas, helicópteros que, según testimonios, tiraban desde el aire, huidas hacia las plantaciones, niños abrazados a sus madres que lloraban: «¡Nos van a matar!».

El 8 de julio quedó grabado a fuego debido a los heridos, unos 180, en muchos casos tan asustados de ser atendidos en el hospital que preferían dejar que el plomo se infectara en sus cuerpos, y también a los muertos, oficialmente dos: Antonio Smith y Virgilio Castillo, aunque, hasta 12, según la población.«Se metió con el corazón del pueblo, nuestra biblia, que es el código de trabajo»,contaba Gabriel Junior Salinas en la marcha hasta el cementerio donde se enterró a Smith y Castillo, una procesión bajo un abrasador sol y donde muchos enseñaban cicatrices para que ninguna versión oficial pudiera desmentirles.

Salir a la calle

Salinas, como tantos otros, está inscrito en Cambio Demócratico, el partido del presidente Ricardo Martinelli. Como el 80% de la región, le dio su voto hace un año. Y, como todos los que salieron a la calle, está indignado con un Gobierno que les insultó calificando a los indígenas de «borrachos ignorantes».

Es Salinas el que denuncia que el Gobierno ha intentado restar participación ciudadana estableciendo puntos lejos del recorrido donde se regalaban bicicletas. Días antes se había repartido comida (que algunos quemaron), móviles, hornillos… Y la víspera el presidente fue en persona a plantear una disculpa sui generis y a hacerse la foto con las viudas.

«Igual que los colonizadores daban espejos, Martinelli intenta comprar el dolor del pueblo»,denunciaba marcado por 10 perdigonazos Quito Torres, un indígena naso que pasó días arrestado, sin comida ni atención médica.

«¿El pueblo quiere bicicletas?», se gritaba en la marcha. «¡No!», respondían las masas. «¿El pueblo quiere blackberrys?»,SNbS«¡No!», clamaban. «¿Qué es lo que quiere el pueblo?»,se preguntaba. Y entonces el grito se repetía, alto como para que lo oiga un sordo, claro como para que lo vea un ciego: «¡Justicia, justicia, justicia!».