CAMBIO EN EL TRONO DEL HIMALAYA

Un rey de Oxford para Bután

MARIBEL IZCUE
NUEVA DELHI

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Estados Unidos no fue el único país que la semana pasada celebró la llegada de un nuevo líder. A miles de kilómetros de Washington, el pequeño reino budista de Bután festejaba por todo lo alto la coronación de su nuevo monarca, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, que se ha convertido en el rey más joven del mundo. Con 28 años, este graduado en Oxford y aficionado al baloncesto es el quinto druk gyalpo (monarca dragón) de la dinastía Wangchuck, que reina en Bután desde 1907.

Situada a pie del Himalaya entre la India y China, esta nación remota y budista era, hasta hace poco, uno de los territorios más cerrados y aislados del planeta. Sus gobernantes han tratado siempre de mantener intactas las tradiciones hasta el punto de que los butaneses fueron los últimos ciudadanos del mundo en ver la televisión: hasta 1999 estuvo prohibida.

Fue el padre del actual rey, Jigme Singye Wangchuck, quien legalizó la TV coincidiendo con el 25° aniversario de su coronación. Y los expertos coinciden en que aquél fue el verdadero inicio del cambio en Bután: sus cerca de 600.000 habitantes, que aún utilizaban los caballos y burros como principal medio de transporte, se encontraron de pronto con medio centenar de canales internacionales por cable que emitían programas como Los vigilantes de la playa o Pressing Catch. "Fue algo positivo, no podíamos vivir aislados de todo lo que ocurría en el exterior", explica desde Timpu --la capital-- Eden, una profesora y guía turística de 34 años enganchada a los lacrimógenos culebrones surcoreanos.

Como la mayoría de los butaneses, Eden apoya abiertamente al rey, a quien considera una figura "fundamental" para una nación que celebró el pasado marzo las primeras elecciones democráticas de su historia. Esos comicios, impulsados por el anterior rey, supusieron el fin de la monarquía absoluta y el comienzo de una era democrática recibida con cautela por los ciudadanos. El Gobierno tuvo que hacer una gran campaña para explicar a la población qué era eso de la democracia, y muchos aún no están muy convencidos. "Votamos porque el rey quería elecciones", dice Eden.

Al margen de la transición política, si algo ha definido el desarrollo de Bután en los últimos años es el indicador inventado por el rey Jigme Singye: es el único país del mundo cuyo desarrollo se basa en la Felicidad Nacional Bruta (FNB), en lugar del Producto Interior Bruto (PIB). Mientras medio mundo tiembla por la crisis económica y la sombra de la recesión, los butaneses ondean su original FNB, un término basado en su espíritu budista y en la convicción de que las posesiones materiales no son suficientes para obtener la felicidad. Según este modelo, el crecimiento económico no debe pasar factura a la calidad de vida de la población.

El nuevo rey ya ha dejado claro que seguirá apoyando esa política. "Sin paz, seguridad y felicidad no tenemos nada. Ésta es la esencia de la filosofía de la Felicidad Nacional Bruta", subrayaba el monarca en su primer discurso tras la coronación. Y, consciente de las dificultades de mantenerse al margen del resto del mundo, añadía: "Mi preocupación más grande es que, en medio de los cambios mundiales, podamos perder estos valores fundamentales".

Pocos extranjeros

Para controlar su ritmo de desarrollo, el Gobierno butanés mantiene estrictas normas sobre la presencia de extranjeros. Este país de impresionantes montañas, valles y monasterios, no abrió sus puertas al turismo hasta 1974 y aun así lo hace de forma muy restringida. Un visado para Bután cuesta actualmente 200 dólares al día, lo que incluye alojamiento y --obligatoriamente-- un guía oficial que acompaña a los extranjeros durante todo el recorrido.

Pese a ello, la influencia occidental se deja notar ya en muchos lugares. En la capital, el traje nacional (un batín, gho, para los hombres, y una falda larga, kira, para las mujeres), utilizado hasta hace pocos años por la mayoría, está siendo sustituido rápidamente por vaqueros y minifaldas.

En Timpu hay cada vez más discotecas donde se baila al ritmo de música occidental, todos los jóvenes saben quiénes son Madonna o Shakira y muchos de ellos han pasado horas chateando ante un ordenador. Eso sí, toda esta gente son los mismos que siguen o practican con pasión el deporte nacional: el tiro con arco. Aun en el siglo XXI, Bután es diferente, y quiere seguir siéndolo.