De la comida rápida a la comida estupenda

Mercedes Hervás

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ni tacos, ni burritos, ni hamburguesas. En la ciudad de las prisas y del fast food (comida rápida), donde el almuerzo suele ser un triste sándwich entre dos reuniones de trabajo, lo verdaderamente in en estos momentos es alimentarse con los productos más puros, con sello que garantice su pedigrí orgánico y hasta denominación de origen. Los neoyorquinos han adoptado con auténtica pasión los alimentos sin conservantes, hormonas o sustancias químicas, y hasta los han bautizado como cool food (comida estupenda), de obligado consumo si se quiere estar a la última, sobre todo si además de llevar el sello de orgánica, se puede hablar directamente con su productor.

Esto es lo que sucede en los mercados verdes repartidos por los cinco barrios de la ciudad, donde cada fin de semana acuden más de 100.000 vecinos. El más popular y su auténtico buque insignia, el de Union Square, en Manhattan, "es un lugar mágico, lleno de cosas apetitosas", dice uno de sus leales, mientras camina entre las coloristas pilas de manzanas, hortalizas, panes integrales, bollería casera, pescado fresco de los puertos de Long Island, todo tipo de aves y hasta 600 tipos de productos que traen dos centenares de granjeros y pescadores, dedicados a vender allí sus productos. Igualmente fascinados están los turistas que, cámara en ristre, pululan por este mercado, convertido ya en una atracción turística de la urbe de los rascacielos.

Pero en Nueva York siempre se riza el rizo, y por eso empiezan a proliferar las tiendas que no solo venden productos "estrictamente frescos y orgánicos", sino que incluso los ofrecen ya pelados, troceados y hasta hervidos. Así, el apresurado vecino de esta ciudad, con escasa afición a cocinar y aún menos tiempo, no tiene más que ponerlos juntos en una cacerola para lograr, en escasos minutos, un atractivo plato, siguiendo, claro está, la receta que también se adjunta. Esto es lo que hace Really Cool Foods (Comidas Realmente Estupendas), una lujosa cadena de tiendas de Manhattan donde la pureza de los productos y su cuidadosa presentación va unida a un precio sensiblemente más alto. Esto no disuade en absoluto a sus numerosos usuarios, parte de la legión que ha convertido los productos orgánicos de alimentación en un sector cada vez más lucrativo, como demuestran sus crecientes ingresos: en el 2005, alcanzaron los 13.800 millones de dólares (10.500 millones de euros), frente a los 3.600 (2.700 millones de euros) de 1997.

Lo que comenzó exclusivamente con productos de alimentación ahora se extiende a flores, cosméticos, ropa y productos de limpieza, que protegen el medio ambiente "aunque no limpian", como comentaba una de sus usuarias en el East Village, al compararlos con las marcas comerciales. Pero el mayor debate se centra en el pescado, la última frontera de lo orgánico que forzará a los productores a informar sobre si el pez ha sido pescado en el mar o criado en una piscifactoría, con sustancias químicas para que engorde. "Es un concepto extraño para peces, pero los clientes cada vez nos preguntan más", dicen en Pisacane, una venerable pescadería de Midtown.