TRES DÍAS DE CELEBRACIONES
Manuel Valls y Susana Gallardo y su boda sin fin
El concejal de Barcelona y la heredera de los laboratorios Almirall despidieron a sus invitados el domingo con una comida informal
Con una comida informal en el Club Náutico de Binisafua, en Menorca, ponían el domingo fin a su boda de tres días el concejal del Ayuntamiento de Barcelona, Manuel Valls, de 56 años, y la heredera de los laboratorios Almirall, Susana Gallardo, de 54 . Una larga ceremonia que había comenzado el viernes, 13 (fuera supersticiones) con una preboda en las Bodegas Binifet, a la que le siguió una boda en toda regla el sábado, 14 (el lunes fue el enlace civil, en el Registro Civil de Barcelona), en la finca de la novia, en Binidalí (Maó).
Los invitados hicieron acto de presencia el viernes a las bodegas donde se organizó el cóctel. Entre ellos, personajes vip como Isabel Preysler con Mario Vargos Llosa; Pedro J. Ramírez y su esposa, la abogada Cruz Sánchez de Lara; Félix Revuelta y Luisa Rodríguez Maroto. Además de tres de los cuatro hijos de Valls y los tres de Gallardo.
El sábado, la finca de esta, de 98 hectáreas (había espacio suficiente para los 150 invitados), apareció llena de carpas blancas bajo las que los novios darían el sí quiero. Tras la boda, los novios irrumpieron en el lugar destinado al banquete a ritmo del 'Volare' de los Gipsy Kings (un guiño para una boda casi gitana por la duración, que no la forma). La novia entró siguiendo el ritmo con soltura, seguida por el novio, más tímido y arrítmico.
Novios de blanco
Y el blanco volvió a ser el protagonista. En el atuendo de ella, como suele ser tradición, pero también en el del novio. Gallardo escogió un vestido con escote 'halter' y una abertura lateral con plumas que caía a lo largo del vestido, haciendo de cola. Y Valls iba con un estilo muy propio de la isla: camisa blanca con cuello mao por encima del pantalón, también blanco, y un sombrero panamá, que le daba un aire colonial. Ella, sin embargo, optó por no llevar tocado en la cabeza y lucir su melena suelta.
Menorca, que para ellos tiene tanto significado, pues se conocieron en la isla hace 14 meses, estaba presente en muchos detalles de la boda. Como en la esperada tarta nupcial. En lugar del típico pastel de pisos, los invitados pudieron degustar el típico dulce balear. Es decir, una gigantesca ensaimada menorquina de unos dos metros de diámetro, rellena de nata y con chocolate caliente. Y luego vino el baile, que se alargó hasta más allá de las tres de la madrugada.
La última de las celebraciones tuvo lugar el domingo en el Club Náutico de Binisafua, en el restaurante Sant Lluís, al que acuden los novios cuando viajan a la isla. No todos los invitados llegaron a este acto final: solo 80, que pudieron degustar una rica variedad de entrantes y una paella a bordo del mar. Y así pusieron punto final a su larga boda menorquina.
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