CRÓNICA
Joan Capri o la tristeza divertida
Andreu Buenafuente traza un retrato del cómico catalán que este lunes cumpliría 100 años

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Andreu Buenafuente
Andreu Buenafuente'Showman'
ANDREU BUENAFUENTE
Recuerdo que mi padre me dijo siendo yo niño : “Mira a este hombre, a Capri. Es el mejor”. Y así es como me aficioné a él en la época de Doctor Caparrós. Mi padre tenía razón. Era el mejor de su época, sin duda.
No se parecía a nadie, era elegante, un gran actor con todos sus registros al servicio de una comedia agridulce. Era un fenómeno de masas. Llenaba campos de futbol, teatros, lo que quisiera…
La gente ,(la que decide de verdad), le había coronado como el actor cómico que mejor representaba al catalán escéptico, derrotista, 'foteta', costumbrista hasta la médula, cronista de una época gris o negra directamente.
Por eso tenía todavía más mérito que aquel hombre de perilla blanca, cuando caían chuzos de punta, decidiera que la única manera de plantar cara a todo aquello era a través de la risa.
Escuchar a Capri o verlo en directo era balsámico. Se ganó el corazón de la gente, todo el mundo tenía sus discos de monólogos y se los sabía de memoria. Era lo que ahora llaman mainstream.
Fue al final de sus días cuando empecé a conocer más cosas sobre su personalidad y , supongo que por proximidad artística siendo yo un aprendiz de esto, sentía escalofríos cuando le definían como un hombre triste, taciturno que seguramente nunca disfrutó de lo que hizo.
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Siempre acechado por la infelicidad. Una verdadera pena que todavía pone más en valor a Capri. Quizás sus únicos momentos de felicidad o de tristeza divertida eran los que compartía con su público en una especie de comunión única e irrepetible.
Su hijo Manolo me transmitió una vez uno de los elogios más trágicos que me han dedicado : “Dice mi padre que si tuviera ganas de reír, se reiría contigo”. Me halagó y me entristeció al mismo tiempo. Así era Capri, supongo.
Por alguna razón, siempre le tengo muy presente. Me acuerdo de él, de Pepe Rubianes, de Miguel Gila. De los grandes que , sin saberlo, fueron auténticos quitanieves que nos abrieron el camino a los que vinimos después.
Siento que debemos homenajearlos, no dejar de hacerlo nunca, recordar de donde venimos y honrar su trabajo. Dieron sus vidas por nuestras risas así que es justo agradecerlo y celebrarlo como se merecen. Donde me llamen para hacerlo, allí estaré.
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