MEMORIAS DE UNA ARTISTA POPULAR

Carmen de Lirio recuerda el Paral.lel de los 50

Carmen de Lirio.

Carmen de Lirio.

ELENA HEVIA
BARCELONA

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Cuentan las malas lenguas que en la Barcelona de 1951, una mujer paralizó la ciudad. Carmen de Lirio, la vedete que reinaba en el Paral.lel, era lo que los burgueses rijosos de entonces llamaban una real hembra". Aún ahora, con 82 años, conserva la planta y la desenvoltura de quien ha sido muy bella. Lo cuenta con desenfado en Carmen de Lirio, Memorias de la mítica vedette que burló la censura (ACV, con la colaboración de Ociopuro-El Molino), pero para que nadie se llame a engaño advierte desde la primera página: "Construimos nuestro pasado según nos conviene. Aunque no mintamos, sí podemos manipular. Por eso creo que las memorias son más ficción que las novelas".

A principios de los 50 no solo se decía que ella era la más guapa de España, también que era la querida --entonces esa palabra era preferible a amante-- del gobernador civil de Barcelona, Eduardo Baeza Alegría, principal objetivo a batir en la mítica huelga de tranvías --los tranvías circulaban pero nadie se subía--, o lo que es lo mismo, el primer acto de insubordinación popular frente al franquismo. De Lirio, nacida en Zaragoza --como el gobernador-- aunque sus abuelos fueran de Santa Coloma de Farners, lo niega con determinación baturra: "Esa es una mentira podrida, una patraña. Me utilizaron contra el gobernador a quien yo había visto apenas dos veces y siempre acompañada".

SIN CONTEMPLACIONES

Recuerda la vedete cómo llamaban a la puerta de su casa para pedirle recomendaciones y favores: "La asistenta me preguntaba: ¿Qué les digo? Y yo, no te preocupes que ahora salgo y los echo sin contemplaciones..." No las tiene a la hora del desmentido categórico. Se dice que hace poco le dio un empujón a un periodista por airear lo que ella negaba. "¡A la mierda con ellos!" no es un exabrupto que le salga del alma sin cálculo. Es la conclusión a la que llega en el largo capítulo dedicado en el libro a Baeza Alegría y sus tranvías.

Y el gobernador no es el único amante que desmiente. Ante unas confesiones de Samaranch, que la incluyó en la lista de sus conquistas, replica: "Ese gentleman de bolsillo dice que tuvimos un affaire. ¡De qué...! Samaranch siempre me ha parecido un hombre muy soso".

Sus memorias están cargadas de anécdotas de cuando actuaba con Mary Santpere y Alady, cantaba la célebre La noche de bodas o recibía un zapatazo de Ava Gardner, pero pasan de puntillas por capítulos fundamentales: la hija que tuvo a los 20 años y que, como manda la tradición, envió a estudiar al extranjero y el amor de su vida, el empresario Giacomo Croce. "¿Vivir con él? No hija, no, entonces los hombres no se casaban con las artistas de variedades". Tampoco las recibía Franco: "Eso quedaba para las folclóricas".

En cambio, se resarcía puertas adentro de su camerino, que solía estar tan lleno de ramos de flores como mandan los cánones. Recuerda cómo un admirador fletó una avioneta en pleno invierno para traerle flores desde la primavera de otra latitud. "¿Quieres saber si había joyas? Pues sí, a mí me han regalado de todo. Lo mejor".

Quizá algunos evoquen la Barcelona de los 50 como un lugar donde proliferaban los sabañones y el pan negro. Ella no. "La gente se lo pasaba muy bien entonces. La única pega eran los curas. Nunca me gustaron. Yo los veía camuflarse en los palcos. Se quitaban el alzacuellos y, hala, a divertirse..."