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Una anómala normalidad

Se puede contar en semanas (148), meses (33) o días (1.038). Sea como sea, el 15 de marzo se ha quedado en mi calendario como el aniversario de mi boda y mi viudedad. Justo 27 años después de casarnos ella falleció en un accidente de tráficofalleció en el que dos personas se dieron a la fuga. Todo en la misma fecha, casualidad cósmica, alienación de los astros, destino, casualidad, causalidad…

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Quizá, y esto sí que sería para que alguien lo investigara, en este año que estrenamos, este próximo aniversario, 15 de marzo, me vea en la sala del juzgado frente a los implicados en la muerte de quien fue mi mujer. En este tiempo de catarsis, recolocación, revelación, confusión, cambio y reflexión son tantas las cosas que han cambiado su orden en mi interior, que las preguntas y dudas sobre lo que siento hacia estas dos personas nada tienen que ver con cómo me sentí en el principio de mi segunda vidavida. Ahora sucede que pienso en que no sé cuáles son las circunstancias de estos dos hombres, su vida. Si tienen mujer, hijos, un hobby, ilusiones y proyectos... No los sé, pero sí imagino que es así y que cada noche cenan juntos y pasan juntos fines de semana, cumpleaños, fiestas...

Me pregunto qué sucederá pasado este tiempo el día en que una carta del juzgado les avise de que han de presentarse para su juicio por intervenir en un accidente con muerte y darse a la fuga. Me pregunto también qué puede suceder. ¿Entrarán en la cárcel? ¿Se desmontará su familia? ¿Cumplirán servicios sociales? Y lo más importante para mí: ¿entenderán por qué? Y a mí, ¿qué me aportará esta sentencia? ¿Me hará descansar en paz, sentirme compensado, saber que quien la hace la paga? ¿X años después?

Siento que no. He superado ese dolor egoísta; la ira y el odio no están en mí. Entre tanto, sus familias cargarán con ese terrible error fruto de un momento de pánico, frialdad egoísta o yo que sé. Si algo me produce es tristeza por ver que la falta de medios, organización y ganas permite que el tiempo pase y esta anormalidad rompa la paradójica normalidad de sus vidas.

En cualquier caso, ese día supongo que llegará, nos pondremos nerviosos, mi hija sufrirá de nuevo el dolor del recuerdo vívido de ese momento y asistiré a un momento extraño a destiempo. Tenerlos delante no será fácil, pero sí más que superar su ausencia y mi repentina soledad.

Si me leéis, lo siento por vosotros dos y vuestras familias. Cuando ese día llegue, la muerte de Mercè os pesará, y ojalá me equivoque, pero en silencio os maldeciréis y os maldecirán, porque nada de esto tenía que haber sucedido, pero... Que sea lo que la ley quiera (y cuando quiera).

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