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Réquiem por un bar

Un hombre baja la persiana de su negocio, en traspaso por la caída de ingresos a raíz del coronavirus, este jueves 16 de julio en València. 

Un hombre baja la persiana de su negocio, en traspaso por la caída de ingresos a raíz del coronavirus, este jueves 16 de julio en València.  / RAMÓN GABRIEL

Requiem por un bar. Parece frívolo hacer aseveraciones así cuando las UCI están al borde del colapso y cada día mueren decenas de personas por el infausto coronavirus. Pero no deja de ser una dura realidad: los comercios están agonizando.

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La mercería donde arreglamos los bajos del pantalón, el bar del primer café del día, el quiosco en el que compramos el suplemento dominical... Esas pequeñas piezas, invisibles pero imprescindibles, del tejido económico y social de las ciudades, que llevan años asomándose al abismo y que la actual crisis sanitaria puede llevar a su extinción definitiva.

Son el eslabón más débil de la cadena, los que no se van a quejar si les obligan a bajar la persiana sin fecha de reapertura. Son la solución fácil. No es sencillo gestionar una pandemia global, que está volviendo con fuerza después de un verano de falsa tregua, pero los errores de la clase política no deben condenar a miles de trabajadores que llevan años levantándose cada mañana para mantener en pie su negocio contra viento y marea.

Pero, ¿hay alternativa? Seguro. Alguna fórmula debemos encontrar para no dejar que la Espada de Damocles de la ruina caiga sobre quienes ya han sufrido una primavera de incertidumbre y angustia, y no precisamente por el virus. Porque lo que sí debemos tener meridianamente claro es que ese restaurante o esa peluquería no tiene culpa absolutamente de nada. No en pocas ocasiones se ha demonizado a la hostelería como responsable del aumento de contagios, cuando se trata de un gremio que fue el primero en remangarse y asumir todo lo que se le exigía para su reapertura tras el primer estado de alarma, sin importar el coste, porque solo tenían un objetivo, que era trabajar. Algo que quieren seguir haciendo, pero cada vez se lo ponemos más complicado.

Faltan semanas para la campaña de Navidad, pero no quiero imaginarme un Adviento confinado. Entiendo que la prisa por los cierres y confinamientos tan severos es precisamente para eso. Porque la otra alternativa es el final.

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