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"No hay una única forma de ser españoles ni de ser catalanes"
Arrimadas y Rivera retiran lazos amarillos en Alella. / Ricard Cugat
Jesús Pichel
El procés soberanista catalán procés es, sin duda, el mayor problema político e institucional para el Govern de la Genaralitat y para el Estado. Nada hay más grave para un estado que se ponga en cuestión su soberanía, que no se le reconozca como máxima autoridad; nada más deseado para el nacionalismo independentista que su nación sea reconocida como estado soberano. Pero precisamente por ser el problema más grave es, a la vez, el que debe ser solucionado más urgentemente y el más difícil de solucionar.
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Desde hace meses -años ya- las aspiraciones independentistas han generado tanta ilusión en unos como indignación en otros, pero en todos la larga falta de soluciones ha provocado frustración: ni el procés ha conseguido llegar a término y proclamar la República catalana, ni el Estado ha sido capaz de difuminar el independentismo y regular una integración de Catalunya en el Estado adecuada para todos.
Las multitudinarias manifestaciones, las pretendidas elecciones plebiscitarias, el uso torticero del Parlament, el referéndum virtual, los CDR, los lazos amarillos, el relato sobre los presos políticos y los exiliados habrán servido para mantener viva la ilusión por el procés, pero desde luego no para constituir la República prometida. Frustració, ressentiment, fàstic.
Las intervenciones solemnes del ya expresidente Rajoy para anunciar que no se celebraría el referéndum, el rimbombante despacho en Barcelona de la exvicepresidenta Sáenz de Santamaría, las cargas policiales del 1-O, el discurso del rey metiéndose en política, el relato de los políticos presos y los huidos de la justicia, la aplicación del 155, etc., no solo no lograron impedir el referéndum y frenar el proceso soberanista, sino que lo alimentaron. Frustración, resentimiento, hastío.
Los salvapatrias de turno, independentistas y españolistas, deberían entender de una vez que no hay una única forma de ser españoles ni de ser catalanes y que la frustración inevitablemente deriva en agresividad. Lo verdaderamente importante es que hay que resolver el problema.
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