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Masculinamente hablando

Irene Montero, durante la sesión de control al Gobierno del 7 de febrero.

Irene Montero, durante la sesión de control al Gobierno del 7 de febrero. / Ballesteros

Jesús Pichel

En la edición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua de 1970 no aparece palabro, pero en la de 1992 y en la actual -son las tres que he consultado- sí se recoge para referirse a "la palabra rara o mal dicha". O sea, que la palabra palabro existió como palabro antes de ser reconocida como palabra. A la palabra rara o mal dicha se le puso nombre usando una palabra rara y mal dicha, palabro, que una vez recogida en el DRAE ganó su estatus de palabra bien dicha y ahora es una palabra con todas las garantías de corrección.

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Y es que las lenguas vivas, las que se escriben y hablan, esas que los hablantes utilizamos para expresar con mejor o peor gracia lo que queremos comunicar, funcionan así: incorporando términos y expresiones nuevos y arrinconando en el desván los que dejan de usarse. No creo que nadie utilice hoy la palabra lúdicro, por ejemplo, que es una palabra con todas las de la ley. Preferimos usar lúdico, que en la edición de 1970 no aparecía y que por tanto era un palabro. Portavoza es un palabro, porque no es una palabra bien dicha, pero quién sabe si correrá la misma suerte que otros tantos palabros que han dejado de serlo o si será maldita mientras dure.

Ya sé que hay otros problemas infinitamente más graves que este -el desempleo, la precariedad laboral, la corrupción político-económica, el galimatías secesionista... por hacer una lista breve-, pero es que estamos de enhorabuena porque da tanto gusto comprobar con cuánto celo cuidamos la pureza y la corrección del lenguaje, o cuántos hablantes revelan su preocupación por la limpieza y esplendor de la lengua rebelándose ante la incorrección léxica, que no he podido resistirme.

Que el palabro portavoza esté cargado de connotaciones feministas o que provocativamente quiera visibilizar una desigualdad real, no han tenido nada que ver con el rechazo y las chanzas, no: ha sido el amor por la pureza de la lengua lo que los ha desatado. Emociona oír lo masculinamente bien que hablamos y lo chistosos que somos.

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