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El fundamentalismo detrás del "golpistas" y "fascistas"
Gabriel Rufián pasa por delante de Josep Borrell tras ser expulsado del hemiciclo del Congreso. / EFE / JAVIER LIZÓN
Jesús Pichel
Quiero suponer que cuando desde el PP o desde Ciudadanos se les llama golpistas a los independentistas catalanes están realmente convencidos de que lo son; de que efectivamente han dado, o intentado dar, un golpe de Estado. Y quiero suponer que cuando los independentistas catalanes se ofenden al ser llamados golpistas realmente están convencidos de no serlo, lo sean, realmente, o no.
Entretodos
Quiero suponer que cuando desde ERC o JxCat llaman fascistas al PP y a Ciudadanos piensan sinceramente que lo son, o que se comportan como tales. Y quiero suponer que cuando PP y Ciudadanos se sienten insultados al ser llamados fascistas es porque realmente piensan que no lo son, lo sean, realmente, o no.
Nuestro Ortega construyó el término "vivencia" para traducir el alemán "erlebnis", un término técnico/filosófico utilizado por Dilthey, Husserl, Scheler, etc. La vivencia es algo así como la experiencia interna de un sujeto, en la que se unen la experiencia dada y la propia comprensión -personal, cultural, histórica- del sujeto. Por eso mismo, la vivencia siempre es verdadera aunque la experiencia sea objetivamente falsa: el esquizofrénico que "oye voces", oye realmente voces aunque esas voces no existan en la realidad.
No digo, claro está, que quienes insultan así desde PP, Ciudadanos, ERC y JxCat sean unos esquizofrénicos, pero sí que lo que dan por verdadero unos y otros no tiene por qué ser lo que en realidad son. No distinguir su vivencia de la realidad objetiva, inevitablemente, es señal de dogmatismo, de un fundamentalismo que impide cualquier acuerdo.
Se pueden hartar unos y otros de llamarse golpistas y fascistas en el Congreso de los Diputados (quizá así den gusto a su propio público) pero desde luego no ayudan a resolver el problema, sino, al contrario, lo empantanan aún más (si acaso no es eso mismo, empantanarlo, lo que pretenden).
Resolver adecuadamente la organización territorial del Estado es un problema grave que no se resuelve ni con insultos ni con escupitajos, supuestos o reales.
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