Club de Educación y Crianza de EL PERIÓDICO

Shakira, todo mal

Aplaudimos su canción de despecho contra Piqué, sin tener en cuenta que cualquier separación conlleva un doloroso duelo, y más si se tienen hijos

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Shakira.

Shakira.

El amor dura tres años, sentencia el provocador y deslenguado Frédéric Beigbeder en una de sus novelas. El escritor francés no tiene razón. Dura unos 16. Al menos, según la última estadística del INE, que confirma que la duración media de los matrimonios en España antes de romperse legalmente es de 16,5 años. A Shakira y Piqué, padres de dos niños de 11 y 9 años, el amor les ha durado 12. Su ruptura es tema de conversación en la calle, los bares, las redes sociales, la prensa y hasta el palacio de la Moncloa. La ministra portavoz del Gobierno tuiteó una foto viendo el último vídeo de la cantante y la titular de Educación lo calificó de “temazo”.

Bajo la filosofía de ‘soy mucha mujer para ti’, el tema derrocha empoderamiento femenino. Estupendo. Lástima que los dos hijos de la pareja sean testigos de primera fila de esta 'Guerra de los Rose' en directo. No debe ser fácil de digerir que todo el planeta Tierra sepa que tu madre le ha dicho a tu padre, micrófono en mano, que no solo trabaje los músculos sino también el cerebro.

Hasta las parejas más idílicas se quiebran. Siempre hay mil motivos para romper. Lo realmente complicado es seguir en pie con el paso de los años. En España, la mayoría de los divorcios (casi un 80%) son consensuados pero la conflictividad está “a la orden del día”, según nos recordaba, hace pocas semanas en estas mismas páginas, la presidenta de la asociación de abogados de familia, María Dolores Lozano. De hecho, mi compañera Laura Estirado nos explicaba recientemente cómo 2022 ha sido un mal año para Cupido.

Una parte del feminismo considera que Shakira es una diosa. Aseguran que los cánones del patriarcado dictan que una mujer debe hundirse en la miseria cuando el amor se rompe. Pero, más allá del patriarcado, el dolor duele. Que la vida se te fracture duele. Que dejes de vivir con tu pareja, a la que has amado tanto tiempo, duele. Eso es así en el patriarcado y en el matriarcado. Somos personas, no máquinas. Tenemos emociones, corazón y cerebro. Y, a veces, estar mal es la única vía posible. “Da igual que seas de Coruña o de Madrid. Da igual que seas blanco o negro. Da igual tu religión y tu credo. Si te deja tu novia, te jodes”, cantaba La Unión en Amor frugal. 

La psicología científica nos dice que no nos peleemos con nuestras emociones. Que si estamos mal, estamos mal. Que nos demos un tiempo. Que atravesemos el duelo. Que hagamos terapia. Que hablemos más de nuestras miserias. Que huyamos del hiperfeccionismo. Que lloremos. La pseudopsicología Mr Wonderful nos dice que no hay razones para estar mal, que la vida es muy bonita, que si te caes te levantas y que hay muchas razones para sonreír.

Curiosa la comparación de la diosa Shakira con la demacrada Chenoa. A Chenoa se la consideró débil. Se asomó a la puerta de su casa en chándal y despeinada y confesó ante la prensa que estaba mal y necesitaba un tiempo después de su dolorosa ruptura con Bisbal. En el polo opuesto, Shakira se ha enfundado el traje de Ferrari y ha dicho ‘aquí estoy yo’. 

Sufrir formar parte del ser humano, pero la sociedad te obliga a esconderlo. No toleramos la frustración y es un error de base que estamos pagando muy caro. Y seguiremos pagando.

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Se nos llena la boca hablando de salud mental, pero vemos a Shakira y queremos ser como ella, una diva. Puede que tenga el corazón roto, pero ¿alguien lo ve? No. Ella es un ser de otro mundo que grita que “las mujeres no lloramos, las mujeres facturamos”. Como dice mi compañera Valentina Raffio, las mujeres podemos hacer las dos cosas: facturar y llorar. Pero quizá eso solo lo hacemos las humanas. Las diosas no lloran. Igual que los hombres. Eso también lo dicta el patriarcado y mira el daño que les ha ha hecho, convirtiéndoles en castrados emocionales.

Shakira está rabiosa y está en su derecho. Pero ni Milan ni y Sasha tienen la culpa. Para ellos, su madre es perfecta (están en la edad de pensarlo, ya llegará la adolescencia) y su padre también lo es. Es muy complicado, y más si hay infidelidades, mantener el buen trato con tu expareja. Pero debería ser una obligación -otra más- de los padres y las madres. Los adultos no deberíamos trasladar nuestros traumas a los hijos. Cierto que la plasticidad del cerebro de los niños es inmensa (lo confirma la ciencia) y que su capacidad de adaptación es asombrosa. Pero son niños. Por más que viajen en un Ferrari. Y esto vale tanto para la madre como para el padre, que, en su día y pasándose por el arco del triunfo la intimidad familiar, paseó sin complejos junto a su nuevo amor.