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Los ‘pecados’ de Sanna Marin (que no son los de Mohamed VI)

La primera ministra finlandesa cayó en la trampa. El hecho de comparecer desde el primer momento con el rostro compungido (como si hubiera obrado mal) y queriendo justificarse alimentaron al monstruo. Sanna Marin no ha cometido ningún delito, ni siquiera una falta moral o ética. Ahora bien, ha pecado de confiada y ha estado muy mal asesorada.

Sanna Marin pronuncia un discurso, el 25 de agosto, durante una reunión del Partido Demócrata, en Hameelinna (Finlandia).

Sanna Marin pronuncia un discurso, el 25 de agosto, durante una reunión del Partido Demócrata, en Hameelinna (Finlandia). / Lehtikuva / Reuters

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Patrycia Centeno
Patrycia Centeno

Experta en comunicación no verbal.

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"Los republicanos se han escandalizado porque una mujer baila, verán cuando descubran que una congresista también puede hacerlo". Alexandria Ocasio-Cortez, la más joven y popular congresista demócrata estadounidense que acababa de prometer su cargo, se marcaba unos pasos frente a la puerta de su nuevo despacho en el Congreso y contestaba (ridiculizaba) así a los 'haters' que habían pretendido desacreditarla como representante pública subiendo a las redes un vídeo de ella bailando con un grupo de amigos en una azotea en su etapa universitaria. Por muy absurdo que fuera el ataque (uno de los tantos que sufrió y sufre por cometer el pecado de ser mujer, latina, joven, progre, guapa y practicar un liderazgo diferente), aquello no le pilló por sorpresa y supo cómo reaccionar: se rio en sus caras. Al naturalizar el supuesto pecado cometido, neutralizó la crítica. 

Sanna Marin podría haberse inspirado en Ocasio-Cortez y haberle quitado hierro a tan tonto asunto. Pero así como una gran parte de la ciudadanía finlandesa y occidental se solidarizó con la mandataria (mujeres empezaron a subir vídeos bailando en apoyo a la primera ministra), Marin cayó en la trampa. Sus adversarios no tenían nada (vale, no estaba bailando un vals, pero ¿cómo creen que se baila ahora?), pero el hecho de comparecer desde el primer momento con el rostro compungido (como si hubiera obrado mal) y queriendo justificarse (si no ha hecho nada malo, por qué trata de buscar disculpas) alimentaron al monstruo. Así que sus adversarios se vieron fuertes para insinuar que si se divertía de ese modo era porque estaba drogada (cree el ladrón…). Ante la gravedad de la insinuación (y no me refiero a acusar a la primera ministra de drogarse, sino a sugerir que si una mujer lo da todo en la pista es porque está bajo el efecto de alguna sustancia); la indignación de quienes la apoyaban y comprendían se hizo mayor. 

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Pero entonces, ella y/o su equipo entraron en pánico al valorar qué más podía hacerse público. Y cuando Marin finalmente cayó en la cuenta de que seguramente se podría filtrar (descontextualizar y utilizar con rédito político) más contenido de sus fiestas con amigos (como finalmente ha ocurrido), acabaron considerando que era preferible que la dirigente se sometiera a un test antidrogas... Con ello no contentó ni tranquilizó a la mayoría de sus detractores, pero nos dejó a las mujeres que bailamos (algunas, sin necesidad siquiera de beber ni una gota de alcohol) en una difícil posición: la de la sospecha o desautorización permanente. Si hay que pedir un test antidrogas cada vez que una mandataria baile para alegrarse o evadirse, exijo otro (junto a una prueba psiquiátrica) cada vez que un líder tome la decisión de invadir un país y provocar una guerra porque no sabe gestionar sus miedos e inseguridades. En el caso de Mohamed VI tambaleándose por las calles de París no es necesario gastar dinero; resulta evidente. 

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Al vídeo del baile grupal le siguió a las pocas horas otro más donde se daba a entender que Marin le estaba siendo infiel a su marido con un amigo que se acercaba para besarle el cuello (o para decirle algo al oído, porque en una discoteca es complicado escuchar nada). Pero a diferencia del primer vídeo que se tomó en una casa privada, este otro tenía lugar en una discoteca de Helsinki (espacio donde cualquiera puede grabarte, más cuando eres la primera ministra). A este le siguió también un selfi de dos amigas besándose con el torso desnudo que taparon con un cartel donde se leía Finlandia, muy parecido a los que el Gobierno emplea en sus ruedas de prensa. La foto, publicada casualmente la semana del 26 del agosto, día internacional del 'topless', en realidad no iba en contra de nada que no represente y defienda Marin (muy próxima al movimiento LGTBI y criada por su madre y la novia de esta); el problema es que la imagen se tomó en la residencia vacacional de los jefes de Gobierno. Así que Marin ha acabado tachando aquella estampa de “inapropiada”, reconociendo entre lágrimas que ha sido una de las peores semanas de su vida, suplicando que tengan en cuenta su trabajo (“al que nunca he faltado", aclaró) y recordando que es humana

Hasta la imagen más subversiva soportaría los peores envites, siempre que el protagonista esté preparado, dispuesto y acompañado para defenderla a capa y espada

La primera ministra finlandesa no ha cometido ningún delito, ni siquiera una falta moral o ética. Ahora bien, ha pecado de confiada (tus amigos, por mucho que te quieran, no tienen por qué saber ni ser conscientes ni responsables de cómo un contenido inocente para ellos puede afectarte como representante pública si trasciende y cae en manos de adversarios políticos) y ha estado muy mal asesorada (la gestión de la crisis ha sido nefasta). No es necesario que un mandatario deje de comportarse como considere o como siempre ha hecho simplemente por amoldarse a un tipo de liderazgo al que se nos ha acostumbrado y que muchas veces resulta tan soporífero como hipócrita. Lo imprescindible es que sea consciente y consecuente entre lo que predica y la imagen que proyecta, incluso en su esfera privada. Hasta la imagen más subversiva soportaría los peores envites, siempre que el protagonista esté preparado, dispuesto y acompañado para defenderla a capa y espada. Si es auténtico, ser coherente las 24 horas del día no resulta agotador. Más bien es algo liberador: eliges quién y cómo quieres ser. Sin disfraces y sin tener que pedir permiso. Esa es la lucha: ¡a bailar!