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Día Mundial de las Abejas: del padre de la apicultura a Napoleón | + Historia

Este viernes se celebra el Día Mundial de las Abejas, una jornada impulsada por Naciones Unidas para concienciar sobre la importancia de estos animales. Por qué hoy es el día escogido solo se puede explicar con la historia.

Una abeja polinizando una flor.

Una abeja polinizando una flor.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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En los últimos años ha crecido la preocupación por el imparable descenso de la población de abejas en el mundo. Su desaparición es una grave amenaza para el equilibrio ecológico porque, como es sabido, son imprescindibles para el proceso de polinización que está en la base de la reproducción de muchas plantas.

Con el objetivo de concienciar sobre la importancia de cuidar de estos insectos, desde 2018 las Naciones Unidas impulsan el Día Mundial de las Abejas cada 20 de mayo. Lo que quizá no es tan conocido es el origen de esta jornada reivindicativa. La idea surgió de Eslovenia, que puede presumir de tener al padre de la apicultura moderna entre sus hijos ilustres. Se llamaba Anton Jansa y nació el 20 de mayo de 1734. Es por eso que el día designado para honrar a las abejas es hoy.

Jansa dedicó toda su vida al estudio de estos animales y a buscar la forma de mejorar sus condiciones para que aumentaran la producción de miel. Entre otras cosas, diseñó unas colmenas rectangulares apilables y trasladó sus colonias a los prados para facilitarles el trabajo. Los libros que publicó para compartir sus conocimientos se convirtieron en un referente para los apicultores europeos de muchas generaciones posteriores.

Aparte de ser vital para los ecosistemas, la abeja también ha tenido su papel a lo largo de la historia. Durante la Edad Media era un animal habitual en la heráldica de la Europa del este y se la asociaba con la inmortalidad y la resurrección. En Francia hubo un tiempo en que también gozó de mucha popularidad, porque fue empleada por los antiguos reyes merovingios desde sus inicios.

El fundador de aquella dinastía, Childerico, murió en el siglo V, pero su tumba no se localizó hasta 1653, y de casualidad. Al abrirla, encontraron diferentes joyas y objetos de lujo, entre ellos 30 abejas de oro. Después de los merovingios, durante el reinado de los carolingios, el vínculo con el animal se mantuvo; en cambio, cuando los capetos llegaron al trono la sustituyeron por la flor de lis. Aquel emblema vegetal quedó vinculado a la realeza hasta que llegó la Revolución Francesa.

Después de que durante algunos años los revolucionarios guillotinaran hasta al apuntador, el país acabó controlado por Napoleón. El nuevo dirigente necesitaba tener unos símbolos que conectaran la historia del país y sirvieran para reforzar simbólicamente su poder, pero alejándolo de los nefastos últimos inquilinos de Versalles.

Fue uno de sus mejores asesores y miembro del Consejo de Estado, Jean-Jacques-Régis de Cambacérès, quien le propuso adoptar la abeja. Por un lado, porque enlazaba con la dinastía fundadora de Francia pasando por encima de la flor de lis, y también porque era fácil hacer la analogía de la colmena con la nueva República: “Tiene un líder con aguijón pero que produce miel”. Con un argumento como este Napoleón no podía negarse. Claro que algunos malpensados aseguran que, además, el perfil del animalito se parecía lo suficiente a la flor de lis como para modificar fácilmente los antiguos emblemas reales sin demasiadas complicaciones.

Sea como fuere, al militar corso le gustó la idea e incorporó el insecto a su escudo de armas. Las abejas fueron habituales en la iconografía de su época imperial. Lo puede comprobar usted mismo si se acerca al Louvre de París. Allí está el cuadro que el artista Jacques-Louis David pintó para inmortalizar la coronación. Es una tela colosal, de más de seis metros de alto y casi 10 de ancho, donde se pueden descubrir infinidad de detalles, como las abejas bordadas en las capas que lucen Napoleón y su esposa. Si por una de esas cosas ahora no le fuera bien viajar a París, siempre puede buscar el cuadro en internet y ampliar la imagen. No hace tanta ilusión, pero también sirve.

Las pobres abejas napoleónicas no tuvieron una vida demasiado larga, porque cuando Bonaparte fue derrotado en 1814, se eliminaron de los emblemas. Solo su pariente Napoleón III intentó resucitarlas durante su reinado, entre 1852 y 1870, pero la cosa no fue bien. Nos encomendamos a Jansa para que las nuestras tengan más capacidad de resistencia.


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Tradición apicultora

La labor de Anton Jansa sirvió de semilla para que la tradición apicultora mantuviera su fuerza en Eslovenia. Aún hoy es una disciplina con mucha consideración en ese pequeño país balcánico. Buena prueba de ello es que en Radovljica existe un museo en el que se cuenta la historia tanto del pionero al que hoy se homenajea como los que continuaron su trabajo.

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