Pasión de historia

Un presidente en busca de Parlamento

El covid-19 impide las jornadas de puertas abiertas en el Congreso. A Francisco Martínez de la Rosa se le debe su ubicación actual en Madrid, que data de 1834

El Congreso de los Diputados. 

El Congreso de los Diputados.  / AGUSTÍN CATALÁN

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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El coronavirus tiene tanta fuerza que es capaz de impedir que se abran las puertas del Congreso para conmemorar el día de la Constitución. Si 2020 no hubiera sido el Año de la Pandemia sino uno normal y corriente, este fin de semana habría abierto el colosal portalón flanqueado por los leones para todo aquel que hubiera querido visitar la Cámara baja, pero las circunstancias han obligado a cancelarlo.

Todos los edificios monumentales de todas partes parece que siempre hayan estado en el mismo lugar, pero no es el caso. Y el Congreso no es una excepción. Si está allí es por obra y gracia de Francisco Martínez de la Rosa, presidente del gobierno español en 1834.

Trabucos y cañonazos

Hacía pocos meses que Fernando VII había muerto después de diez años de reinado tan nefastos que han pasado a la historia como la Década Ominosa. Su viuda, la reina María Cristina, actuaba de regente mientras esperaba la mayoría de edad de la heredera al trono, la futura Isabel II. La situación no era fácil. El hermano del rey difunto, el infante Carlos María Isidro, no estaba muy contento con la idea de que su sobrina fuera la futura soberana. Reclamaba la corona y sus partidarios, los famosos carlistas, le apoyaron con trabucos y cañonazos.

La reina necesitaba un presidente liberal pero no demasiado. Y moderado, pero no mucho. Martínez de la Rosa era el hombre ideal. En 1834 tenía 47 años y había pasado media vida entre la cárcel y el exilio por sus ideas progresistas. Fernando VII lo había encarcelado en 1814 y no fue soltado hasta que los liberales se hicieron con el poder en 1820. Tres años más tarde, sin embargo, cambiaron las tornas y huyó a París para evitar acabar entre rejas de nuevo. Durante el periodo de ostracismo, Martínez de la Rosa se dedicó a escribir teatro porque en aquellos tiempos los políticos tenían otros oficios para ganarse la vida.

Nueva años de obras y un fiasco leonino

El actual edificio del Congreso se inauguró en octubre de 1850. El diseño es creación del arquitecto Narciso Pascual Colomer y las pinturas del hemiciclo son del artista Carlos Luis de Ribera. Del fiasco de los primeros leones que pusieron en la escalinata ya hablaremos otro día...

En 1831, al ver que la persecución contra los opositores había disminuido, volvió a España y se instaló en su Granada natal. Quizá por la edad, quizá porque en París había conocido el moderantismo de François Guizot famoso por su máxima política «le juste milieu» (el punto medio), tuvo claro que, cuando la regente le ofreció el cargo, debía conciliar las facciones enfrentadas. Por un lado, debía ser capaz de contener las ansias modernizadoras de unos liberales que querían que España fuera un auténtico Estado democrático homologable a las grandes potencias europeas; y por otro lado tenía que hacer entender a los carlistas que aquella España de «Dios, Patria, Fueros y Rey» con un monarca todopoderoso y una Inquisición a toda mecha no volvería por más Zumalacárreguis que se echaran al monte. Pero en España no había ni «juste» ni «milieu» y recibió críticas feroces de todos lados hasta el punto de que, para ridiculizar su poca capacidad de resolver conflictos, la prensa lo bautizó con el apodo de Rosita, la pastelera.

Ahora bien, una cosa sí decidió: el lugar de reunión de los que entonces se llamaban procuradores de las Cortes. Escogió el destartalado Convento del Espíritu Santo, situado en la Carrera de San Jerónimo. El verano de 1834, a toda prisa, se hicieron las mínimas reformas para acondicionar el espacio a la nueva función, pero Martínez de la Rosa lo disfrutó poco.

Ruina en 1841

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La violencia entre bandos crecía desaforada hasta el punto de que la vida del presidente llegó a correr peligro. Cansado de gobernar en tierra de nadie dimitió en 1835, a pesar de que el resto de su vida continuó vinculado a la política, hasta su muerte en 1862.

Entonces sus señorías ya hacía 12 años que habían estrenado el actual Congreso. Las reformas hechas al convento resultaron ser tan moderadas como el talante de su promotor y fue declarado ruinoso en 1841. Se derribó para ceder el sitio al edificio que todos conocemos. Durante los nueve años que duraron las obras, las sesiones se celebraron en el Salón de Baile del Teatro Real. Quizás Martínez de la Rosa, gran amante de la dramaturgia, se habría sentido más cómodo para ejercer de presidente.

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