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Francesca Salut: "Mi padre dirigió una banda de jazz en un gulag"

La hija de Emili Salut cuenta la extraordinaria historia del músico catalán que componía y tocaba en la cárceles y los campos de trabajo soviéticos

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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A Francesca Salut Filippowa (Crimea, 1951) le sigue temblando la voz por la emoción cuando narra la extraordinaria y desconocida historia de su padre, el trompetista y compositor Emili Salut. Ni la guerra, ni el exilio, ni los terribles campos de trabajo soviéticos impidieron que siguiera haciendo música y, gracias a la tenacidad de Francesca, su obra se conserva en la Biblioteca de Catalunya, bajo cuyo sello se ha editado el libro ‘Emili Salut i Payà, un músic al gulag’.

-La guerra civil halló a su padre tocando en las salas de baile del Paral.lel de Barcelona.

-La música era su pasión, pero con 18 años se apuntó voluntario para luchar por la República. Cayó herido en el Ebro, pero se recuperó y se inscribió en las Fuerzas Aéreas. Formó parte de la cuarta expedición a la escuela de pilotos de Kirovabad, en Azerbaiyán, pero mientras hacían la instrucción allí la República perdió la guerra y estalló la segunda guerra mundial.

-Y quedó atrapado, junto al resto de pilotos, en la antigua Unión Soviética.

-Los que no quisieron nacionalizarse rusos y pidieron ayuda a las embajadas para ser repatriados fueron declarados enemigos del pueblo. A mi padre lo detuvieron el 25 de junio de 1941 y le encerraron hasta octubre del 1948, sin juicio ni condena.

-Pasó por tres prisiones y cuatro gulags, los terribles campos de trabajo soviéticos.

-Como en la prisión no tenía papel, estudiaba armonía mentalmente y escribía estudios corales en las paredes de la celda.

-En los gulags escribió partituras que han sobrevivido y se conservan en la Biblioteca de Catalunya.

-Cogía papeles de la cocina de los campos, los lavaba en el río, los dejaba secar y utilizaba hasta el último centímetro para escribir composiciones para piano, orquesta, coro, danza… Estaban privados de todo, trabajaban nueve horas al día y tenían cuatro horas de camino, pero aun así llegó a dirigir una banda de jazz en uno de los gulags, donde había músicos judíos muy buenos.

-En 1948 queda libre y trabaja como músico hasta 1956, cuando por fin lo repatrian a España.

-En Rusia reconocían a los buenos profesionales y no le faltó trabajo. Tenía una orquesta propia con la que tocaba en las casas de reposo de Crimea y dirigió la orquesta del Gran Circo de Moscú. Fuimos de gira con él por toda la Unión Soviética. Había números de caballos, elefantes, tigres, leones, focas… Aún me emociono cuando recuerdo el olor del serrín de los animales.

-¿Su padre nunca le contó su paso por cárceles y gulags?

-Prácticamente nada. Una experiencia así te deja huella de por vida y explicarlo significa revivirlo. Me enteré por una investigación de Carmen Calvo Jung, que escribió el libro ‘Los últimos aviadores de la República. La cuarta expedición a Kirovabad’.

-Si no es por usted, apenas hubiera quedado nada del legado de Emili Salut.

-Sabía que era alguien especial y a los 15 años le dije que cómo iba a poder yo cuidar y preservar su obra si no sabía nada de música. Creo que eso le motivó para clasificar y ordenar sus papeles y en 1976 escribió a mano unas memorias sobre sus terribles vivencias en los campos. Falleció en 1982 y en 1995 empecé a transcribirlas. Fue un proceso muy doloroso.

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-¿Entendió más a su padre después de leerlas?

-Sí. Yo sabía que era una persona muy vital, pero además descubrí a un superviviente, en el sentido de que supo trascender el dolor y rescatar los momentos de belleza y ternura para compartirlos con los demás a través de la música. Él lo decía todo con la música y el resultado es sobrecogedor. Confío en que algún día su obra sea reconocida y valorada.