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Marcela Grassi: «Necesitamos saber las cosas que sí van bien»

Se preparó para diseñar y levantar edificios, pero hoy vive de fotografiar espacios que otros crean

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Desde Castellazzo Bormida, en el Piemonte italiano, los antepasados paternos de Marcela Grassi emigraron a Argentina, donde ella nacería años después. Lo hizo en la ciudad de Córdoba, en 1977. Vivió allí hasta los 8 años, cuando sus padres decidieron reencontrarse con las raíces familiares italianas instalándose en Roma. Un día llegó su abuelo de visita y le regaló una cámara fotográfica. Ella salía al jardín en busca de flores y plantas para fotografiar en blanco y negro. En Ferrara, donde vivió más tarde, inspirada por una madre artista y creativa, estudió en el Instituto de Arte y se graduó en Arquitectura. En cada viaje que hacía con sus compañeros de estudio era ella la encargada de inmortalizar todos los momentos. Y al regresar a casa y repasar juntos las fotografías, nadie se encontraba en ellas. 

-Son los espacios los que le interesan.

-No le doy protagonismo a la gente porque ya hay muchos, la mayoría de fotógrafos, que lo hacen. Mi protagonista es la arquitectura, edificios y espacios interiores. Sí puede aparecer alguna persona en mis fotos, pero siempre como elemento de ayuda para destacar la magnitud o la habitabilidad de un espacio, nunca en primer plano.

-Se preparó para construir edificios pero hoy se dedica a fotografiarlos. Hay pocas mujeres que se dedican a ello en exclusiva.

-Fotógrafos en general centrados únicamente en arquitectura ya hay muchos menos que los generalistas, pero mujeres es verdad que somos bastante pocas. A mí la carrera de arquitectura me encantó. Pero trabajando como arquitecta sentí que es una carrera cargada de burocracia, dificultades y frustración, pasa mucho tiempo antes de que puedas llegar a ser alguien. Además, todavía le queda mucho camino a la arquitectura para acabarse liberando del egocentrismo y misoginia que han caracterizado a la profesión históricamente.

-Pero es gracias a esa preparación como arquitecta que sus ojos de fotógrafa ven en los espacios cosas que otros no verían.

-Sí, además de enseñarme a perseverar y darme una estructura mental, yo entiendo el idioma del arquitecto, un alzado, una planta. Me gusta conocer la historia de la obra y luego la escucho.

-La arquitectura de Barcelona ¿qué dice?

-Me habla de muchos siglos de maestría, de grandes maestros del modernismo y de implementaciones como el pabellón Mies van der Rohe, construido para la exposición Internacional de Barcelona de 1929. O de referentes como Enric -Miralles que dejó una lección muy importante en esta ciudad.

-¿Fue la arquitectura la que la convenció para venir a vivir a Barcelona?

-Me enamoré de esta ciudad a través de los libros de Manuel Vázquez Montalbán. En el 98 me dije: tengo que vivir en Barcelona. En el 2001 vine a hacer un Erasmus y en el 2003 vine a quedarme. El mar y la arquitectura juntos en una ciudad fueron claves para mí. También la luz, la nitidez de este cielo, que Buenos Aires, Roma y el sur de Italia también tienen me fascinan. La luz es vida. A mí me cuesta mucho fotografiar espacios oscuros, quiero que salgan luminosos. Para mí es algo así como la necesidad de las buenas noticias. Necesitamos saber las cosas que sí van bien, por eso yo muestro la personalidad y el resplandor de cada espacio o construcción.

-¿Qué añora de sus años en Italia?

-Los amigos de toda la vida, la mesura cómoda de la ciudad de Ferrara y la elegancia. Aunque la elegancia es un arma de doble filo, porque al final es un corsé, una cárcel, como estar en medio de una obra de teatro, la gente siempre espera que te mantengas en ese mismo nivel.

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-¿Y la belleza cómo la define?

-No la puedo definir, la belleza es algo que te llega al corazón, entra por los ojos y la sientes en tu interior.