España: Quemados, pero sin 'gran dimisión'

“54 años, divorciada y tres hijos; si lo dejo todo, ¿Quién les da de comer?”

Tres trabajadoras cansadas de sus empleos argumentan por qué no ven viable sumarse a ‘la gran renuncia’

Las enfermeras anuncian "un conflicto sin precedentes en la sanidad balear" si les suspenden las vacaciones

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Paula Clemente

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Tras casi cinco años renovando contrato mes a mes, ahora que por fin es enfermera interina en un importante hospital de Barcelona solo piensa en salir corriendo. Se lo impide haber perdido la opción de cobrar el paro, deber una hipoteca y no tener ni idea de qué haría si renunciara. Sin embargo, hay algo que sí tiene claro: “Si ganara la lotería lo primero que haría sería dejar el trabajo”.

Para ella, "la gran renuncia", esta tendencia detectada sobre todo en Estados Unidos de gente dejando voluntariamente su trabajo estable por hartazgo, es difícilmente replicable aquí. Principalmente por la fragilidad del mercado laboral y porque las certezas de encontrar otro puesto a gusto del que busca, son pocas.

“Mi trabajo me desmotiva por cuestiones económicas”, sintetiza esta profesional, que prefiere no dar ningún dato que la identifique. “Cobro poquísimo en relación con toda la formación que exige mi puesto (y que requiere de tiempo y dinero) y es lo mismo que cobra una enfermera rasa”, completa. “Yo tengo mucha más responsabilidad”, explica. Aún así seguirá ahí, asumiendo que la única forma de mejorar los 1.600 euros que ingresa mensualmente es con antigüedad o yéndose a otro país.

Para otra trabajadora, en este caso del sector bancario, la gota que ha colmado el vaso ha sido la pandemia: “Nos obligaron a trabajar porque nos consideraron trabajadores esenciales, pero no nos dieron protección y nadie nos lo reconoció”. Sus ganas de dejar el trabajo venían en realidad de antes, motivadas especialmente, según confiesa, por las malas formas, la política de incentivar horas extra pero no pagarlas y las ventas agresivas.

Pese a eso, tampoco se plantea dejar su puesto sin otro sostén. “54 años, divorciada y tres hijos; si lo dejo todo, ¿Quién les da de comer?”, se pregunta. También se lo impide esencialmente una hipoteca que le cuesta mil euros mensuales y la manutención de sus hijos. “Con los contactos que tengo encontraría trabajo, pero no me pagarían ese sueldo [unos 2.400 euros al mes]”, expone. “Estoy dispuesta a rebajar mi ritmo de vida, no pido nada que sea un chollazo, pido subsistir y que mis hijos subsistan”, añade.

El temor al vacío laboral

Menos presión pero igual prisa tiene una tercera trabajadora, en este caso del departamento logístico de una multinacional de comercio electrónico. Su gran problema es que con algo menos de 30 años ya tiene toda la responsabilidad que puede asumir en la oficina de España. "Es una empresa que paga bien a sus cargos estratégicos, pero no a los trabajadores base", contextualiza esta voz que tampoco quiere identificarse. "Están acostumbrados a coger a gente que acaba de salir de la carrera y que se toma esta experiencia como un primer paso para luego ir a una empresa más grande", explica. 

Ella, aunque querría no tener que alargarlo más, sigue allí tras dos años y medio. "Creo que no me será tan fácil encontrar algo por lo que realmente me compense dejar este trabajo", argumenta. "Necesito un sector estable, con buenas condiciones y una empresa que tenga recorrido y que sepa que no va a quebrar de un día para el otro", detalla. La alternativa es emprender. "Pero tal como está la cosa en España, lo veo muy difícil", lamenta. 

Acabe donde acabe, tampoco se plantea dejar el trabajo sin tener atado otro. "Pagando un alquiler no puedo permitirme gastar todos mis ahorros", asegura. Eso, y que es plenamente consciente del momento que vive el país: "Estando como estamos, todo el mundo teme no tener trabajo o tenerlo pero que sea precario". 

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