CORONAVIRUS

Comercios ante el inicio de la fase 0: "Yo lo veo negro"

Los problemas de los dueños de una perruquería, un bar-restaurante y una tienda de ropa, un comerciante ambulante, una recepcionista de hotel y un agente inmobiliario

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zentauroepp53278230 pequeo comercio miguel200430144828 / MIguel Lorenzo

Beatriz Pérez / Manuel Arenas / Nacho Herrero / Eduardo López Alonso / Gabriel Ubieto

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Muchos son los pequeños comercios y los trabajadores afectados por la crisis provocada por el coronavirus. Bajo estas líneas los testimonios de los dueños de dos pequeños restaurantes, una peluquería, una tienda de ropa, una agencia inmobiliaria, una recepcionista de hotel y un vendedor ambulante. 

UN PEQUEÑO BAR-RESTAURANTE CON TRES TRABAJADORES, por Manuel Arenas

A las 00:00 h del día 14 de marzo, justo cuando entraron en vigor las medidas del estado de alarma por el coronavirus, la policía local de Santa Coloma de Gramenet llegó a La Taula Vella, el bar-restaurante de José María Santos (Badalona, 1969) y su pareja, Esther Sepúlveda, para notificarles que tenían que cerrar. “Ahí vimos que esto iba en serio”, admite Santos.

La facturación de los propietarios de este pequeño negocio de restauración, ambos autónomos, ha caído el 100% desde entonces, hecho que les empujó a aplicarle un erte a su plantilla de tres trabajadores y a pedir la prestación de cese de actividad para autónomos, unos 650 euros para la cotización de la base mínima. “Los ingresos han pasado a ser 0, pero los gastos de suministros del local seguimos pagándolos”, remarca Santos, que asume no poder hacer una reforma que tenía prevista ya que ese dinero lo usa para salir a flote estos días sin ingresos.

Gran incertidumbre

¿Cuál es la situación actual? Gran incertidumbre, como en la mayor parte del sector. Según las medidas de desescalada aprobadas, la fecha prevista para que vuelvan a abrir los locales de restauración sin terraza, como es el caso del de Santos y Sepúlveda, es el 25 de mayo, con una limitación de aforo de un tercio de la capacidad. 

“Todavía no sabemos nada seguro y habrá que ver en qué condiciones de viabilidad podemos abrir: no puedo arriesgarme a abrir con la vuelta de toda la plantilla si no tengo la certeza de que va a haber normalidad. Nuestro local no es muy grande, y lo que es seguro es que la limitación de un tercio del aforo no te permite facturar para cubrir gastos”, puntualiza Santos, que es reticente a invertir en reformas del local para adaptarlo al desconfinamiento “sin saber si van a servir de algo o no”.

Estos días de parón e incertezas los aprovechan Santos y su pareja para pensar en fórmulas que puedan aplicar cuando reabran, una de las cuales, muy ponderada en el sector de la restauración, es la de la comida para llevar, una opción que hasta la fecha no habían puesto en marcha por sistema pero sí permitían puntualmente. “Estamos pensando en qué carta podríamos hacer para llevar y qué coste tendría, pero todo es una incógnita”, concluye Santos, que subraya su desesperación ante la compleja coyuntura de la desescalada. 

UNA PELUQUERÍA CON CINCO EMPLEADAS, por Beatriz Pérez

"Ha sido bastante duro. Este confinamiento lo hemos vivido con mucha incertidumbre y con miedo de saber qué va a pasar con nuestro negocio". Lo dice Andrea Medina, de 31 años, madre de dos hijas y dueña de la peluquería Andrea de Pablo, en Badalona. Su negoció abrirá esta semana, pero empezará a trabajar solo ella y únicamente podrá atender, de manera individual, a clientes que asistan con cita previa. Sus otras cinco trabajadoras seguirán, por el momento, con el erte que se vio obligada a realizar ante la inminente bajada de persiana por el covid-19 y el cierre total de la actividad. 

Las casas comerciales, explica Medina, están enviando ya recomendaciones para retomar la actividad. "Aconsejan que nuestras trabajadoras se vistan en el vestuario, que el uniforme no salga a la calle, lavar la ropa cada día a 60 grados y utilizar mascarillas, igual que los clientes", cuenta. Además, esta peluquera prevé instalar una máquina de ozono en la peluquería, que sirve para la desinfección y limpieza de ambientes, y está ya preparando unos kits profesionales desechables, con guantes, toallas y calcetines de un solo uso.

Durante este tiempo en que Medina temió por el futuro de su negocio, únicamente pudo acogerse a la ayuda de 661 euros para autónomos que excluía, además, el pago de la cuota. "Quise acogerme al aplazamiento de impuestos, pero no pude porque era obligatorio un mínimo de seis meses: los tres primeros sin cargo, pero los demás con cargo", relata. Tampoco pudo beneficiarse de otra ayuda de 2.000 euros porque su negocio superaba la renta mínima anual. 

Por suerte, dice Medina, el dueño del local donde está instalada su peluquería le rebajó el alquiler un 40%. Y Movistar le permite tener la línea gratis hasta septiembre. Dos gestos solidarios que le han venido como caídos del cielo. "El mío es un pequeño comercio abierto hace cinco años. Hemos ido ampliando la plantilla poco a poco. Y de repente nos cerraron sin saber qué ayudas recibiríamos. Lo pasé muy mal y no podía dormir por las noches", concluye.

UNA TIENDA DE ROPA ABOCADA A LA JUBILACIÓN, por Nacho Herrero

"Es un final tristísimo pero es lo que hay". La crisis del coronavirus ha desnudado muchas cosas, entre otras, los maniquís de la tienda de Berta Lema, y estos ya no se volverán a vestir. Después de más de 30 años subiendo y bajando cada día la persiana de ‘Tu talla’, una 'boutique' de tallas grandes para mujer en el barrio valenciano de Ruzafa, ya solo se abrirá una última vez, espera que este mes de mayo, para liquidar las existencias. Su dueña se jubila.

No tiene ganas de iniciar la enorme batalla que va a ser recuperar este tipo de pequeño comercio tras este duro golpe. "Por edad ya podía estar jubilada pero estaba muy a gusto en mi tienda. Pero yo ya pasé por la crisis del 2008 y no quiero volver a pasar por ahí", explica.

Se auguran muchos meses de pérdidas y luego otros en los que dará justo para pagar el alquiler del local y el resto de gastos. A saber cuándo llegará la recuperación y cómo será de verdad. "La otra vez, hace diez años, fue horrible porque empezamos en el 2008 y cada año era peor que el anteriorDe hecho las tiendas de ropa no nos hemos llegado a recuperar porque la gente se apaña con lo que tiene", asegura. El ejemplo es desalentador.

Cierre definitivo

Su particular desescalada está mucho más clara que la que se ha planteado esta semana. "Cuando pueda, abriré, liquidaré y cerraré definitivamente", resume. Al menos no tenía otros empleados y solo tiene que mirar por ella."La tienda ha sido toda mi vida, llevo aquí 32 años, abriendo la tienda cada día a las nueve de la mañana y cerrándola a las nueve de la noche", explica.

El amargo punto y final tendrá consecuencias en el bolsillo. "La tienda fue muy rentable, cuando abrí era la única de tallas grandes que había en València. Después ya había otra pero funcionaba gracias a una clientela maravillosa a la que estoy agradecidísima", subraya una y otra vez. "Ahora me quedaré con mi pequeña pensión de autónoma", se resigna. Y cuando la situación lo permita cambiará las tallas grandes por las pequeñas. "Tengo nietos y me dedicaré a ellos, a ayudarles un poco porque ahora hará falta", augura.

UN AGENTE INMOBILIARIO CON DOS CRISIS A SUS ESPALDAS, por Eduardo López Alonso

Profesional de la venta inmobiliaria con experiencia acreditada, Fran Cruz afronta la reapertura comercial del próximo 11 de mayo con relativa tranquilidad. Durante un mes y medio de confinamiento, la única actividad profesional que ha hecho han sido alquileres y ha tenido que aplicar un erte a su única empleada. En torno a un 10% de los arrendados han pedido una rebaja de la mensualidad y en su papel de mediador ha evaluado en qué casos la petición era posible o empeoraba en exceso la situación del propietario. Cruz consiguió para su propia inmobiliaria CVM Pisos una rebaja de la renta durante dos meses.

En el retorno a la actividad agradece el papel del dinamizador del eje comercial de Fabra i Puig, Jesús Mir. "Ha funcionado bien y ha facilitado mucha información para la reapertura del negocio", explica Cruz. Desde la privilegiada situación de su oficina a pie de calle, enfrente del popular bar La Esquinica, prepara ya la compra de unas pantallas de metacrilato para la mesa para separarse de los clientes. "Cuestan unos 70 euros", explica sobre este símbolo de la distancia social que se avecina. También usará guantes y mascarilla.

Reconoce que con el coronavirus la venta de vivienda se ha bloqueado y que en el 100% de los pisos habitados no se permiten las visitas. Hasta después del verano la fuente de ingresos principal será el alquiler y alguna venta ya pactada y pendiente de escritura. "El número de clientes va a bajar, los precios de alquileres los he recortado esta semana ya el 15% y los de viviendas en venta también bajarán. Será posible comprar buenos pisos por poco más de 200.000 euros", asegura. "El propietario que pueda vender, venderá aunque sea por debajo de los precios que esperaba", añade. El 90% de las ventas las consigue CVM Pisos en la actualidad a través de internet y tiene cinco estrellas en Google.

El barrio ha sido uno de los más afectados por la pandemia y se ha cebado en el fallecimiento de los más mayores. Cruz prevé que vayan a ponerse a la venta después del verano más pisos, también en alquiler, por parte de los familiares. Con la caída de precios y la mayor oferta, los compradores volverán a aparecer a final de año, opina. Reconoce que la crisis económica es muy fuerte, pero será menor que las que ya vivió en el pasado, en el 92 y en el 2008, la que afectó directamente a la financiación. "Si fui capaz de superar la crisis del 2008, también podré con esta", explica. 

INCERTIDUMBRE EN LA VENTA AMBULANTE, por M. Arenas

Salva Donato (Barcelona, 1980) no trabaja desde que el Gobierno activó el estado de alarma por el coronavirus. Sin embargo, sigue pagando los gastos fijos de su estand de bolsos y complementos de moda en la Fira Nova Artesania de la Rambla de Barcelona: alquiler del local donde guardan la estructura de la parada, seguro, luz, agua.

Los comerciantes de venta ambulante como Donato que se congregan allí festivos y fines de semana dependen en buena medida del turismo que visita la gran ciudad. Ese factor, sumado a la incerteza que se desprende de la aplicación de las medidas de desconfinamiento por el coronavirus, supone que los comerciantes se hallen en una incertidumbre permanente.

“Si con la venta habitualmente ya íbamos muy justos, ahora no sé cómo lo haremos: separar las paradas unas de otras es inviable porque somos unas 50. ¿Vamos a tener que invertir en mamparas yendo tan justos como vamos? No somos una empresa [son autónomos] y no podemos pedir préstamos ICO, y si encima no hay gente por la calle y no se ha reactivado el turismo... Esta incertidumbre me crea mucha ansiedad y hay noches que no duermo bien”, reconoce Donato.

Este vendedor ambulante no sabe la fecha en que volverá a trabajar ni cómo le afectaran las limitaciones de aforo y seguridad previstas para la desescalada. “Nuestra asociación ya está enviando cartas al Ayuntamiento para que nos digan cuáles serán los siguientes pasos”.

"Yo lo veo negro"

Donato, que sí ha recibido la prestación por cese de actividad para los trabajadores autónomos, tiene tres hijas y ayuda económicamente a sus padres, ya que la pensión de su padre no les es suficiente, y comparte la parada de la Fira con su madre. “Yo lo veo negro. Si sigo haciendo este sacrificio es por mi madre, que junto con mi padre siempre han sido feriantes. No sé qué pasará cuando volvamos, pero posiblemente tendremos que trabajar para pagar deudas”.

Sobre la afectación de la falta de turismo y movilidad general dadas las limitaciones del coronavirus, el comerciante enfatiza que ni siquiera depende en exclusiva del Gobierno español. “Entre nuestros clientes hay muchos italianos y franceses, y, si en sus países no les dejan salir, todo se complicará más”, conjetura Donato, que destaca “la falta de planes previstos para potenciar a los feriantes”. “Nos ven como los hippies, los románticos: siempre hemos sentido abandono por parte de las administraciones”, concluye.

RECEPCIONISTA DE HOTEL CON UN CONTRATO EN EL AIRE, por M. Arenas

La recepcionista de hotel Mercè Roig (Calella, 1970) tenía previsto empezar a trabajar el pasado 23 de marzo en un hotel familiar de Santa Susanna que la acababa de fichar para esta temporada. Llegaba al negocio tras pasarse toda la temporada pasada en una gran cadena hotelera, donde acabó quemada por los vaivenes laborales a los que se supeditaba a los trabajadores por tal de no hacerlos fijos. Estaba en el paro desde mediados de noviembre.

Y entonces llegó el coronavirus. El hotel familiar, como le ocurrió a todo el sector tras decretar el Gobierno su cierre, se vio obligado a cerrar. Aunque Roig había pactado con ellos todas las condiciones verbalmente, no había tenido tiempo de formalizar el contrato, si bien la recepcionista explica que el propietario del hotel le ha asegurado su plaza: “Contacté con el director y me aseguró que me conservarían el trabajo”.

La gran pregunta es: ¿cuándo volverá a abrir el hotel? Ni idea. “Al principio ellos se habían marcado tres fechas, la primera de las cuales era el 23 de junio. Pero ahora no hay nada seguro”. El director le hizo saber a Roig que las reservas de junio y julio se habían anulado, si bien las de septiembre y octubre sí están activadas. “Hasta hace una semana veía muy lejos volver, pero ahora ya no tanto, porque si el Gobierno ve que no hay ni un duro, deberán dejarnos abrir por la fuerza: necesitan los millones que mueve la hostelería, donde hay gente muy poderosa”.

Roig paga un alquiler de 510 euros al mes.  “De no ser por la ayuda de mi familia, no como -admite-, ¿dónde está el dinero que en Catalunya nos han cobrado durante tantos años por la tasa turística? ¿Por qué no lo usan para ayudarnos ahora?”. La trabajadora pone de relieve que, a pesar de la dificultad de excluir la apertura de las zonas comunes de los hoteles según las reglas de la desescalada, sería factible sacar adelante el negocio con turnos que supondrían limitaciones de jornada a buena parte de la plantilla pero seguramente no a ella, puesto que “no somos muchos recepcionistas y no sé si nos afectaría”.

“Quizás el coronavirus implique que vuelvan a levantar cabeza los hoteles familiares”, barrunta Roig en referencia a la importancia que va a cobrar el turismo interior en el sector durante los próximos meses, hasta que se flexibilice la movilidad general, también internacionalmente.

PEQUEÑO RESTAURANTE FAMILIAR, por Gabriel Ubieto

Fernando Díaz hace 33 años que abrió el restaurante La Llimona, en el número seis de la calle Constança de Barcelona, y reconoce estar preocupado por si el negocio no sobrevive a la pandemia del coroanvirus. Estos días, tras el anuncio del plan de desescalada del Gobierno, ha estado haciendo números. Pese a tener una pequeña terraza, Díaz no prevé abrir hasta que no pueda dar servicio en el interior de su local y a la mitad de aforo (en su caso unos 16 comensales como máximo). “Si incluso trabajando al 100% hay meses que cuesta...”, afirma. Lo que significa que la persiana de La Llimona no volverá a alzarse hasta, como mínimo, mediados de junio. “Y ni así sé si me saldrá a cuenta. El plan del Gobierno está pensado para grandes cadenas, no para restaurantes familiares”, se queja Díaz.

Al margen de los permisos de reapertura, la afluencia de clientes es algo que también preocupa a este pequeño empresario. Pues son los oficinistas que trabajan en los alrededores los que le dan de comer a este restaurador. “La gran mayoría va a seguir teletrabajando y los que no, no creo que tengan tiempo para esperar a que se despejen las mesas para sentarse a comer”, cuenta Díaz. Para este restaurante que trabaja el menú, reconvertirse y sumarse al mercado de comida a domicilio no es una opción. “Un conocido mío lo intentó cuando empezó todo esto. El primer día hizo 50 euros de caja. No ha vuelto a abrir”, cuenta. 

El reciente cambio de criterio del Ministerio de Trabajo en relación a los ertes, que permitirá a las empresas levantar progresivamente sus suspensiones y reincorporar progresivamente a sus empleados al trabajo, ha sido un balón de oxígeno para el negocio de Díaz. De las 11 personas que trabajan en La Llimona, Díaz reactivaría tres para empezar a servir mesas. Pero no suficiente para que este restaurador no vea peligrar su negocio. “El Gobierno nos ha pasado la patata caliente, pero como no nos dé más ayudas hay mucha gente que no va a salir adelante de esto”, afirma el restaurador. “Y después de 33 años, como es mi caso..., es muy fuerte”, añade.