Tomemos las cosas con filosofía
Esther Sánchez
Manager de Recursos Humanos y Profesora de Derecho del Trabajo. Analista de Agenda Pública.
ESTHER SÁNCHEZ
España invierte el 1,24% de su producto interior bruto (PIB) en investigación y desarrollo. La media de la OCDE se sitúa en el 2,4%. Israel, el Estado que encabeza el ránking, destina el 4,2%. Ninguna empresa española aparece en la lista Fortune100 de las mejores organizaciones en las que trabajar. Y en la versión española de la lista Best Place to Work, más del 95% de las empresas son de origen extranjero.
La OIT acaba de publicar un informe sobre el papel de las mujeres en la gestión empresarial. En la página 8, aparece un cuadro que refleja que menos del 5% de empresas cotizadas en Bolsa en los países de la OCDE tienen mujeres como directoras generales. Y España aparece entre los Estados en los que el porcentaje de mujeres en las juntas directivas está entre el 5 y el 10%, solo por delante de países como Bahréin, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes, India, Corea, Taiwan o Japón. Y otro dato más con el que me he topado recientemente. España es el país de la OCDE en el que más cuesta tener un contrato indefinido. De hecho, cada mes las cifras de contratación publicadas por el Servicio Público de Empleo Estatal nos muestran cómo solo una ínfima minoría de los contratos suscritos son indefinidos. El mes pasado, solo un 7%.
Evidentemente, no existe una correlación directa entre todos estos datos. Sin embargo, sí que podemos relacionarlos, con el noble objetivo de salir de la narcotizante zona de confort en la que empecinadamente se nos invita a permanecer con las deslumbrantes previsiones de crecimiento del 3,1%.
Siempre instalados en la contingencia, enjabonándonos de balsámica autocomplacencia, sumidos en la delirante y «gallonacia» (de gallo) carrera de desbancar a «los otros» a golpe del «tú no y yo sí», o condenados a maquillar o (según los casos) torturar los datos estadísticos, para mostrar a la opinión pública unos éxitos raramente sostenibles y que acostumbran a diluirse tras la celebración de las elecciones.
Un difícil ecosistema desde el que ver con ojos críticos la realidad, asumir de forma honesta que no estamos tan bien y, al mismo tiempo, tramar alianzas horizontales y verticales desde las que construir propuestas con valor estratégico.
Muchos se apresuran a gritar «no somos como Grecia». Pero ¿alguien es capaz de definir en positivo, y no por negación o contraste, nuestra identidad?
Aristóteles, griego por cierto, decía: intentemos recorrer aquellas partes que han sido bien estudiadas por nuestros predecesores; luego intentemos ver qué cosas salvan o destruyen las ciudades y por qué causas unas ciudades son bien gobernadas y otras al contrario.
Después, quizás estaremos en mejores condiciones para percibir qué forma de gobierno es mejor y qué leyes y costumbres usar.
Una filosofía de vida: la «filosofía de los asuntos humanos». Debería aplicarse no solo a ciudades, sino a individuos, familias y cualquier forma de comunidad.
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