Editoriales
Los pisos vacíos que dejó la burbuja
Si a mediados de la década pasada un ciudadano corriente, sin conocimientos exhaustivos de economía pero sí con sentido común, preguntaba a alguien relacionado con la actividad inmobiliaria cómo era posible que en España se estuvieran construyendo muchísimas más viviendas de las necesarias dado el número de habitantes, la respuesta que, desconcertado, recibía era que sí, que la construcción de pisos era exagerada. «Pero se venden», añadía con cierta suficiencia el interlocutor. Hasta que dejaron de venderse con la irrupción de una crisis brutal que está lejos de haber terminado. Y así hoy el país está salpicado de miles de pisos fantasmagóricos a medio construir o terminados pero sin ocupar. Un grave problema que, si bien no tiene la trascendencia social de los desahucios por impago de la hipoteca, recuerda de forma descarnada los disparates cometidos en los años delboom. La construcción mucho más allá de lo razonable fue posible porque hubo muchísimo dinero de por medio. Los promotores y los constructores se obnubilaron con un aumento -no sostenido ni sostenible- de la demanda debido en parte al crecimiento de la población inmigrante; los bancos prestaron dinero a esos promotores sin reclamarles excesivas garantías porque pensaron sobre todo en los beneficios, y los ayuntamientos ingresaron grandes sumas con las licencias de edificación. Y, evidentemente, el circuito se completó con los muchos ciudadanos que participaron, por fuerza o por el atractivo de plusvalías, en una espiral especulativa que, sin embargo, no podía girar indefinidamente. Años después, el panorama que dejó el pinchazo de la burbuja inmobiliaria sigue siendo desolador: según las estadísticas, solo en Catalunya hay unos 80.000 pisos a medio construir o finalizados pero sin estrenar. Los técnicos avisan de que reparar ese enorme parque que se deteriora por desuso y falta de mantenimiento será largo y muy costoso.
Lo peor que podría pasar sería que no se aprendiera la lección y, digerido este enorme volumen de ladrillo, en España se volviera a las andadas. Aparte del negativo impacto en el territorio, una nueva oleada de construcción desenfrenada significaría que no se ha aprovechado la crisis para optar por una economía realmente productiva y sostenible. Será difícil lograrlo, pero no por eso es menos necesario.
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