Cumbre en Bruselas

¿Cerveza o burdeos?

La alianza

Merkel y Sarkozy, ayer en Marsella.

Merkel y Sarkozy, ayer en Marsella.

ELIANNE ROS
PARÍS

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Dos anuncios de coches causan furor estos días en la televisión francesa.«No hace falta comprender el alemán para entender que el nuevo Opel Meriva es un verdadero coche alemán»,concluye un autosuficiente teutón después de citar, en la lengua de Goethe, la lista de ventajas que ofrece fiabilidad de la ingenieríamade in Deuchland. La respuesta de Renault es una divertida parodia, en la que un desenvuelto francés, más latino, finaliza con un juego de palabras en alemán: «Ich bin ein berliner (soy un berlinés),berlina Renault Megane, la calidad versión francesa, ya, ya ya (si, si, sí)».Opel ha contraatacado introduciendo en su anuncio que el mecanismo de dirección es francés.

La publicidad de ambas marcas ilustra la rivalidad entre dos mentalidades y dos formas de ver el mundo, cuya capacidad para converger se ha vuelto a poner a prueba con la alianza entre la cancillera alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy.

Los anuncios caricaturizan el difícil encaje entre la superioridad alemana y la arrogancia francesa, el cálculo alemán y la reactividad francesa, el orgullo alemán y el egocentrismo francés, la calidad alemana y la singularidad francesa, la tecnología alemana y la estética francesa. Para casar la cerveza con el burdeos -la debilidad de la cancillera- Merkel y Sarkozy han tenido que superar muchos obstáculos; para empezar, el peso de la historia.

El trauma del nazismo

La reconciliación entre ambos países data de principios de los 60, con la amistad entre el general Charles de Gaulle y el canciller Konrad Adenauer, relanzada por Willy Brandt y Georges Pompidou y reforzada por Valéry Giscard d'Estaing y Helmut Schmidt con el sistema monetario, el ancestro del euro. Pero ni la simbólica imagen de François Mitterrand y Helmut Kohl dándose la mano en Verdún en 1984 ni el frente común de Jacques Chirac y Gerhard Schröder en el 2003 contra la guerra de Irak lograron acabar con unos recelos que han resurgido ante el pacto del eje franco-alemán para salvar el euro.

Merkel y Sarkozy no solo han tenido que enfrentarse a una oposición que no ha dudado en atizar antiguas fobias, sino intentar conciliar dos modelos de Estado opuestos: el jacobino de Francia y el federal de Alemania, relacionados también con la historia.«El federalismo fue el sistema del que se dotó Alemania para no caer en la tentación de un nuevo Reich»,recuerda el filósofo Luc Ferry. Francia, en cambio, tiene un concepto centralizado del poder, en el que papá Estado se ocupa de casi todo.

«Alemania se defiende de querer germanizar Europa»,razona Ferry. Por eso, a Berlín no le gusta la fórmula de un gobierno económico interestatal, que París acabó imponiendo a cambio de renunciar a los eurobonos y a la intervención masiva del Banco Central Europeo (BCE). La razón es la misma, el trauma del nazismo. Alemania no quiere ni oír hablar de un BCE que se salga de su papel de controlar la inflación. La brutal subida de los precios catapultó a Hitler al poder.