Norte de Tailandia: prohibido el estrés

Chiang Mai, la capital septentrional del país, es un oasis verde de tranquilidad que nada tiene que ver con la bulliciosa Bangkok

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XAVIER MORET

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Tailandia es un país con muchas caras. Si desde Bangkok nos dirigimos hacia el norte, en vez de hacerlo hacia las playas y las islas del sur, donde se concentra el turismo mayoritario, descubriremos un apacible país en el que reina la famosa amabilidad thai y un estilo de vida en el que se diría que el estrés está prohibido. Chiang Mai ejerce de capital del norte, mientras que Sukhotai y el Triángulo de Oro concentran en esta región la mirada de muchos turistas.

Chiang Mai, a unos 700 kilómetros de Bangkok, se levanta allí donde los montes empiezan a complicar la orografía de una tierra fértil en la que los arrozales aspiran al monopolio. Todo en esta parte del país es de un verde resplandeciente. La montaña de Doi Suthep, de 1.676 metros, domina la ciudad, con un monasterio adornado con mucho oro y estatuas de Buda que atrae a numerosos peregrinos.

Desde el mirador de Doi Suthep, Chiang Mai se ve en el llano, cuando lo permite la contaminación, como una ciudad tranquila que cobra vida apenas entras en la retícula de calles delimitadas por el gran cuadrado de fosos que rodea la ciudad antigua. Lo que queda de las murallas recuerda que Chiang Mai fue fundada como capital del reino lanna en 1296. La historia la avala, aunque la historia pasa deprisa en Asia.

"Es cierto que Chiang Mai no tiene el toque cosmopolita de Bangkok, pero es ideal para vivir, ya que es más pequeña y más tranquila", me explica Josep Maria Romero, un escritor catalán que reside en la ciudad. "Algunas de sus calles, incluso en pleno centro, tienen aspecto de pueblo, y todo queda a una distancia asequible".

PUEBLOS Y TEMPLOS

Romero tiene razón. Los 'sois', los callejones que salen de las avenidas –estrechos, con casas bajas y jardines–, son como retazos de vida pueblerina, con pequeños altares que imploran la bendición de los dioses y gente que hace vida tranquila en la calle. De vez en cuando estalla la magnificencia de un gran templo, como los de Wat Phra Singh y Wat Chedi Luang, con profusión de oro, monjes, banderolas de oración, estupas y estatuas de Buda.

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Más allá de los templos, sin embargo, la vida vibra en Chiang Mai en torno al mercado, donde pueden comprarse desde los típicos pantalones anchos con elefantes estampados (un 'must' para ellas) hasta una gran variedad de luces de colores, ropa de marca falsificada, artesanía y todo tipo de alimentos curiosos, incluidas las cucarachas y el durian, un fruto tan apestoso que está prohibido en los hoteles. 

Cenar en las paradas del mercado sale muy barato, aunque hay que tener en cuenta que el picante siempre está al acecho. En cualquier caso, comerse un tazón de 'tom yum' (sopa picante) merece la pena. Cuando cae la noche, el Night Bazaar contribuye a animar las calles del centro, al tiempo que los bares cobran vida y se llenan de música, sonrisas y alegría.

MASAJES QUE DAN ALAS

"¿Qué es lo primero que recomiendo al llegar a Chiang Mai?", pregunta Romero. "Pues un buen masaje... y no tener prisa. Hay que adaptarse al ritmo tranquilo de la ciudad. Si piensas moverte mucho, es mejor alquilar una moto, que aquí no son caras. Ah, y no olvides que se circula por la izquierda".

Lo bueno del masaje tailandés es que sales de él levitando, como si las manos mágicas del o la masajista hubieran conseguido expulsar, además de todas las quejas del cuerpo, el mal rollo que pudiera haber alrededor. En este nuevo estado mental no está mal sentarse en un chiringuito para comer un 'pad thai' (fideos con pollo o gambas) o un plato al curry. La comida raramente decepciona en Tailandia, y la cerveza tampoco, aunque tengan la curiosa costumbre de ponerle cubitos para enfriarla.

El mejor momento para visitar Chiang Mai es a finales de noviembre, cuando se celebra el Loi Krathong, la fiesta que coincide con la primera luna llena del duodécimo mes lunar. Ese día los tailandeses lanzan al cielo miles de globos de papel para que se lleven los malos rollos. La multitud toma las calles de Chiang Mai, pero las sonrisas y los globos omnipresentes contribuyen a que no haya agobios.

AUTOBÚS AL TRIÁNGULO DE ORO

Desde Chiang Mai se pueden realizar muchas escapadas, sea para hacer 'trekking' por la montaña o para visitar tigres y elefantes. En Tiger Kingdom, un zoo cercano a Chiang Mai, incluso puedes hacerte una foto acariciando a un tigre de mirada triste, obviamente acostumbrado a la presencia humana. Por si acaso, siempre está atento un guardián con una vara en la mano. En cuanto a los elefantes, puedes montarlos o conformarte con comprar el original papel que fabrican a partir de sus excrementos en Poo Poo Paper.

Ir hacia el norte desde Chiang Mai es fácil, ya que en Tailandia siempre hay autobuses que te llevan adonde sea a precios asequibles, incluso cuando se trata de buses VIP, equipados con todas las comodidades. Chiang Rai puede ser la ciudad elegida, o Chiang Saen, donde estalla el esplendor del Mekong, uno de los grandes ríos de Asia. Una cena junto al majestuoso río, en un chiringuito improvisado, permite enlazar con el universo literario de Conrad y Greene.

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A unos pocos kilómetros de Chiang Saen se encuentra el llamado Triángulo de Oro, donde coinciden las fronteras de tres países: Tailandia, Laos y Birmania. En este lugar hay un interesante Museo del Opio, un tanto tintinesco, que cuenta cómo los señores del opio dominaron esta región hasta los años 70, y muestra las distintas rutas y utensilios que usaban para transportar la preciada mercancía. Hoy todo está en calma.

VISITA A UN POBLADO AKHA

Las cuidadas plantaciones de té de Mae Salong son una buena previa a la visita de las etnias del norte de Tailandia. Cuando llegamos a un poblado akha, con las casas de techo de paja esparcidas en el bosque, Romero suspira. "Me gusta venir aquí porque puedes ver la vida como era antes, con pocas necesidades materiales", dice.

Las casas están mal equipadas, pero resultan muy agradables. Los niños juegan en la calle y hombres y mujeres trenzan palma en la plaza comunal. El reloj aquí parece haberse detenido; o, mejor aún, parece que aún no se ha inventado. Nadie tiene prisa. Llega un buhonero en una moto renqueante y la gente acude con paso cansino a ver qué tiene. Son pocos los que le compran. Aquí la gente se suele abastecer por sí misma.

En las afueras del poblado hay en el bosque lo que Romero califica con ironía de "centro histórico monumental". Se trata de unos tótems que los akha utilizan en las fiestas de cambio de año: arcos de madera por los que expulsan a los malos espíritus, las estatuas de un hombre y de una mujer que aluden a la fertilidad y un columpio muy alto. Cuando cae el sol, la gente se recluye en las casas. A la mañana siguiente, tras dormir de un tirón en el suelo de una de las casas del poblado, los gallos pregonan a gritos la salida del sol. La gente está en la plaza cuando nos asomamos. La plaza es la vida.

SUKHOTAI Y AYUTTHAYA

Desde el norte de Tailandia es fácil dejarse llevar por la tentación de cruzar la frontera y adentrarse en Birmania o en Laos. No resulta complicado, pero hay otra alternativa: la de volver atrás, de nuevo hacia Chiang Mai, y continuar viaje hacia el sur, en dirección a Sukhotai, a unos 220 kilómetros. Las carreteras en Tailandia son buenas, en especial las principales, con varios carriles de circulación, vendedores apostados para ofrecer todo tipo de mercancías, arrozales y franjas de bosque.

Sukhotai merece sin duda una visita. Fue capital del reino en los siglos XIII y XIV y ofrece, en la parte antigua, las ruinas del palacio real y de 26 templos. Pasear entre ellos en bicicleta es una delicia. El Wat Mahatat, el templo de la gran reliquia, emociona de un modo especial, por sus antiguos ladrillos que se desmoronan y por las numerosas estatuas de Buda.

Unos 300 kilómetros más al sur, ya cerca de Bangkok, estalla el esplendor de Ayutthaya, otra antigua capital. Los birmanos la destruyeron en 1767, pero las ruinas de los viejos templos siguen desprendiendo un encanto callado. El Wat Phra Si Saphet es el templo más espectacular, pero es la pequeña cabeza de Buda estrangulada por las raíces de un árbol en Wat Mahata la que mejor simboliza el esplendor perdido de esta parte de Tailandia. Los turistas no se cansan de hacerle fotos.