Escapada antes del verano
Formentera, la isla sin prisas
El tiempo transcurre a un ritmo más pausado en la isla pitiusa, que destaca por sus playas de agua cristalina pero también por sus encantadores pueblos y sus faros erguidos frente al Mediterráneo
Cuando se llega a Formentera, las prisas deben quedarse en el ferry. Porque la más pequeña de las Illes Pitiüses late a unas pulsaciones muy diferentes que la de su vecina Ibiza. Y más si se tiene la suerte de visitarla en primavera, cuando todavía se despereza a la espera de la temporada alta. Es en este periodo de entretiempo cuando se puede disfrutar de ella a un ritmo pausado, saboreando su esencia mediterránea heredada de otros tiempos menos estresantes.
Hay varios momentos en los que uno se da cuenta de que el tiempo se ralentiza en Formentera, pero quizás el más evidente sucede cuando se espera a que el sol se esconda tras la línea del horizonte en el Cap de Barbaria, en la punta suroeste, con su faro blanco como acompañante de lujo y los arbustos de romero aromatizando el ambiente.
Es curioso que en una época en la que todo debe ir muy rápido para que el público no pierda la atención, un espectáculo natural como la puesta de sol tras el mar siga erizando la piel. “Cau es sol de s'hora baixa dins es meu cor, tothom m'estima i jo estim tothom”, que cantan Antònia Font. Quizás esta sea la magia de la isla: un retorno a lo orgánico, a lo natural, a lo importante.
De faro a faro
Formentera se puede recorrer de punta a punta –o de vértice a vértice, por su forma triangular o, más bien, de punta de flecha – en apenas media hora en coche o moto, o un poco más si se opta por una opción más sostenible como la bici eléctrica (en todos los casos, se pueden alquilar en el mismo puerto). Y ya que el itinerario ha comenzado con un faro, que siga con los otros de la isla. En la Savina da la bienvenida a los navegantes un peculiar faro inaugurado en 1926, cuando aumentaron los comerciantes de uno de sus tesoros más preciados: la sal. Y en el vértice sureste, al borde de un acantilado a 120 metros sobre el nivel del mar, aparece el Far de la Mola, el más literario de todos.
Fue estrenado en 1861, y es imposible no preguntarse cómo debía ser Formentera en esa época; un paraíso solitario, salvaje y lleno de historias increíbles. De hecho, Julio Verne quedó fascinando cuando supo de la existencia de una isla con una forma tan peculiar: plana y con una pendiente que llegaba hasta los acantilados de la Mola, que el escritor describió como una “rampa de lanzamiento de cualquier tipo de nave”. También tuvo palabras para su faro, que definió como “un lugar desde donde medir el mundo” y que convirtió en el escenario de su novela 'Héctor Servadac', como recuerda ahora una placa conmemorativa.
Una vida tranquila
'También dignos de novela son sus dos pueblos de interior, Sant Francesc Xavier y Sant Ferran de les Roques, que como todo en Formentera son de pequeño formato, pero llenos de encanto. Su punto neurálgico y centro de vida son sus plazas, presididas por sus iglesias de estilo austero pero inconfundiblemente mediterráneo. En el caso del primero, capital de Formentera, vale la pena sentarse en cualquiera de sus terrazas, como la de la Fonda Platé o Ca na Pepa, a disfrutar de la calma. En el caso de Sant Ferran, hay dos lugares de peregrinaje que han ido pasando de generación en generación, como son la Fonda Pepe y el estudio artesanal de fabricación de guitarras Formentera Guitars.
Y para acabar, el plato fuerte, el que ha convertido a Formentera en uno de los destinos más codiciados del Mediterráneo: sus playas. Con un poco de suerte, en plena primavera se puede disfrutar perfectamente de ellas, e incluso darse un chapuzón en el mar. En la punta norte, en pleno Parc Natural de Ses Salines d'Eivissa i Formentera se encadenan diversas playas que responden al canon de arena fina y aguas transparentes, como la de Cavall d’en Borràs, Llevant y la icónica Ses Illetes, con sus reconocibles islotes frente a la arena.
Y todavía hay muchas más, cada una de ellas con sus propias características según la coordenada de la isla en donde se encuentren: Migjorn, Llevant, Ses Platgetes, Cala Saona… El auténtico lujo sería disponer de todo el tiempo del mundo para disfrutar de cada una de ellas.
La Guía: Dónde comer y dormir
Pocos lugares más icónicos para comer o cenar que la terraza de Can Rafalet, frente a la playa de Es Caló d'Es Mort. Su carta es extensa, pero mejor focalizarse en los platos originales de la isla: la ensalada pagesa con pescado seco, la fritura de pulpo o calamar, sus múltiples arroces con pescado y marisco local o la langosta con huevos fritos y patatas. Si queda espacio, de postre se puede sucumbir a su greixonera, un pudin elaborado con ensaimadas.
Y para alojarse, aunque mucha gente prefiere hacerlo frente al mar, el hotel familiar Es Marès de Sant Francesc es la mejor opción para experimentar la auténtica esencia formenterenca. Situado en la zona peatonal del pueblo, responde a la perfección al estilo arquitectónico balear, con el blanco como protagonista, y le suma un plus de elegancia minimalista y exclusividad. Cuenta con solo 16 habitaciones, una pequeña piscina exterior y un spa en la planta baja.
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