Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Un final bochornoso en el Bernabéu

Lunin saca el balón de la portería durante el clásico.

Lunin saca el balón de la portería durante el clásico. / Afp

El problema, en realidad, no fue el bochorno en sí. Primero arbitral y patronal, luego futbolístico. Las miserias más variopintas suelen retozar en nuestro fútbol, así que uno acaba por malacostumbrarse a sentir vergüenza ante los personajes que lo pueblan, desde el palco hasta el camerino, desde el despacho hasta el juzgado. Con un mismo patrón tocinero. Con maneras rudas y primitivas por bandera. El problema viene cuando los que gobiernan la industria, pero también los clubes, lo hacen como si regentaran una ferretería. Y niegan a un adolescente de 16 años como Lamine Yamal una noche que debía haber quedado marcada en la historia de los clásicos.

El Barça cayó en el Bernabéu (3-2) frente al mismo verdugo, Jude Bellingham, y por los mismos motivos por los que concluirá la temporada en blanco, y con su entrenador, Xavi Hernández, fuera del banquillo azulgrana. Porque el equipo, sin plan ni juego, se desintegra ante cada dificultad. Y porque los representantes –véase Jorge Mendes, véase Pini Zahavi, véase André Cury– hacen y deshacen en el club ante la pachorra gubernamental. 

Hasta que uno repara en que João Cancelo protagonizó momentos inaceptables en los dos partidos capitales de esta temporada –Lucas Vázquez o Dembélé, tanto monta, monta tanto–; que Robert Lewandowski, el ariete de 35 años de salario creciente, tuvo que ser sustituido a media hora del final y con todo por decidir en el Bernabéu; que João Félix sólo ha servido para agitar una cocacola de marca blanca; o que Vitor Roque, el delantero recibido en invierno como si fuera un Mr. Marshall brasileño, ha pasado su tiempo como azulgrana clavando sus garras de Tigrinho en los acolchados de los banquillos. Dado que su entrenador no lo ha visto preparado para jugar ni un solo minuto en las noches en que se desvelan los engaños.

Y todo ello, en un partido del que el Barça de Xavi pudo haber sacado algo más positivo que una derrota de fin de trayecto de no ser por las deficientes condiciones de un campeonato que se enorgullece de plantar 36 cámaras inmersivas para abrumar al cliente –que no espectador–, pero que es incapaz de acreditar con exactitud si un balón traspasa o no la línea de gol. La pelota que acarició Lamine Yamal tras un saque de esquina de Raphinha la sacó el portero Lunin con las dos manos, sin que las imágenes sirvieran para mucho más que para ruborizarse. 

El VAR y el árbitro principal, Soto Grado, decidieron simplemente no dar el gol. A ojo. Y ante el regocijo de Javier Tebas, presidente de LaLiga, que ni siquiera aguardó al final del partido para utilizar su cuenta de X y sacar pantallazos sobre la presunta inefectividad de la tecnología automática del gol. La que aplica y emplea cualquier gran torneo que se precie, por supuesto la Champions y el Mundial.

El gol de Bellingham que arrastraba al Barça hasta el vacío de la nada, sin embargo, va mucho más allá de los agujeros negros de la competición. A 21 de abril, a Joan Laporta le ha quedado un primer equipo desnudo de títulos, pero también de mando. El adiós en diferido de Xavi, al final, sólo sirvió para aplazar la agonía. Pero en el fútbol nada debe aplazarse. Tampoco en la vida.