El Tourmalet
La carta del restaurante ciclista
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
La carta del restaurante ciclista se abre a partir de ahora con unos platos cocinados de forma exquisita y con aspiraciones a ganarse alguna estrella Michelín. Hay primeros, segundos y postre hasta que llegue la gran comilona del Giro, ya a partir de mayo, y con ingredientes magníficos y hasta un menú con precio cerrado (incluyendo hasta la cerveza de la Amstel Gold Race) que se denomina las clásicas de las Ardenas, que se abre precisamente con la carrera neerlandesa y que se cierra el 21 de abril con la Lieja-Bastoña-Lieja tras el aperitivo de la Flecha Valona.
Termina la Volta pero todavía sigue habiendo hambre de ciclismo y por eso el restaurante de competición prepara propuestas culinarias de lo más interesante porque en esos ingredientes, si como tales se consideran a los ciclistas participantes, todavía faltan algunos que deben actuar después de haberlo hecho Tadej Pogacar en la Volta; tienen que regresar a la cocina otra vez corredores como Jonas Vingegaard, Primoz Roglic y Remco Evenepoel, ahí es nada, que quieren probar las recetas vascas sentándose en la mesa de la Itzulia, justo el Lunes de Pascua y un día después de que se abran las terrazas belgas, en el Tour de Flandes, el próximo domingo, con los aficionados tratando de impulsar a su plato estrella, Wout van Aert, frente a la propuesta extranjera, aunque viva en el país, de la mano de Mathieu van der Poel.
El plato de las clásicas
Pasada la Semana Santa la carta de los restaurantes del ciclismo viven una temporada gourmet especial con las mejores clásicas, con la París-Roubaix. Aquí, precisamente, ya que se cita la cocina, existe un restaurante, de los de verdad, que se llama L’Arbre y que se ubica justo en la curva por donde salen los corredores tras la lucha titánica con los adoquines del Carrefour de l’Arbre, en la localidad de Gruson. Hay que reservar mesa con años de anticipación porque si no es imposible encontrar acomodo el día que la París-Roubaix circula por esos parajes. Y no se come nada mal, por cierto, aunque la tarjeta de crédito se ponga de color rojo.
Por eso, una vez cruce el último ciclista la línea de llegada de Barcelona, en la séptima etapa de la Volta, cuando se baje el telón de la prueba catalana, sólo habrá tiempo para que se recupere el estómago y se pueda hacer un hueco para continuar recibiendo los sensacionales manjares con los que se abre esta primavera ciclista. Así que conviene hacer una buena digestión, ponerse en forma y situarse ante el televisor porque será imposible pasar hambre de ciclismo.
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