INDUSTRIA DEL DEPORTE

Netflix y Lebron, siempre en mi equipo

Marc Márquez y Pedro Acosta compartieron, el pasado jueves, la segunda conferencia de prensa de Losail.

Marc Márquez y Pedro Acosta compartieron, el pasado jueves, la segunda conferencia de prensa de Losail. / ALEJANDRO CERESUELA

Marc Menchén

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La industria del deporte vive tiempos acelerados. Nuevos formatos de competición, contenidos audiovisuales más interesantes que en ocasiones el directo, fondos de inversión agitando el avispero, cruces constantes entre deportes, atletas y demás figuras del entretenimiento para alcanzar nuevos públicos. Todas estas cuestiones, que en el último año y medio se han convertido en una constante, rompen con los esquemas de las estructuras tradicionales, exigen mucha agilidad y despegarse en ocasiones del romanticismo que, sobre todo entre los fans, se quiere imponer. Pero la cabra tira al monte y la evolución natural de algunas disciplinas, especialmente el fútbol, exige entender que hay una nueva correlación de poderes. Y, más importante aún, hay corrientes de fondo a las que uno -véase club, competición, atleta- deberá adaptarse sin opción a aferrarse a su criterio. O hacerlo a costa de no avanzar al ritmo del resto.

Esta semana hemos visto dos claros ejemplos. El primero ha sido el Grand Slam de Netflix, un partido entre Rafa Nadal y Carlos Alcaraz por el que cualquier torneo fuera de los Grand Slam aspiraría a que fuese su finalísima para disparar sus audiencias. La mayor plataforma de streaming del mundo no tuvo que negociar más que con los jugadores, buscar una fecha libre en el calendario y montar su propio producto. Unas 12.000 entradas de entre 150 y hasta 800 dólares agotadas, entrenamientos privados con los dos tenistas por 150.000 dólares y mucho ruido en Internet con contenido deportivo y behind-the-scenes a través de los famosos invitados.

¿Moraleja? La exclusividad del deporte como producto de entretenimiento ya no está en manos de los organizadores clásicos, sino que aparecerán nuevos promotores con conceptos transgresores y una visión global más fuerte. Netflix y Apple, por ejemplo, han dejado claro que sólo irán a por competiciones sobre las que puedan aplicar una estrategia de venta en todo el mundo y no sólo en un país a no ser que sea Estados Unidos. Y que, en tiempos de fragmentación de la oferta de contenidos, concentrar impactos en el tiempo -y periodos de captación de usuarios- será una virtud. La urgencia del pagar ahora o me lo perderé -ahí está el éxito de Mediapro con su OTT para mundiales- frente al siempre me puedo reenganchar que implica una temporada de nueve meses.

Otro ejemplo de los nuevos tiempos. El Liverpool FC ha aprovechado que uno de sus accionistas ilustres es Lebron James y que a ambos los viste Nike para lanzar una colección de moda conjunta. Fútbol y baloncesto combinados, con una campaña digital en la que ya no es tanto el negocio propiciado -hay productos que ya se han agotado-, sino el cruce de audiencias que buscaban. Fans de Lebron comprando merchandising de un equipo de la Premier, hinchas Red portando una camiseta de tirantes con su escudo y la corona del King de la NBA. ¿Por qué? Porque, como veíamos la semana pasada, los clubes siempre venderán mucho en sus países, pero la lucha global está más cara.

Y eso es algo que muchos no pueden o quieren ver. Nuestro club siempre será lo más grande para nosotros, pero no nos pensemos que jugadores o marcas dependen de él y no van a tener siempre alternativas. Esa miopía puede salir muy cara.

MotoGP, un negocio cada vez más grande

La Fórmula 1 ya era la principal competición de motorsport a nivel global, y la entrada de Liberty Media le ha permitido sentar las bases para continuar siéndolo en la era digital y del deporte como producto global de entretenimiento. Ahora también suenan los tambores de que el grupo norteamericano podría querer comprar la promotora de MotoGP, que históricamente había llevado la delantera de este sector en innovación audiovisual y cuyos accionistas posiblemente ven que ahora sí hay una ventana de salida. No porque el proyecto vaya mal, al contrario: Dorna Sports ya se ha recuperado del golpe de la pandemia y el acelerón a su plan internacional ya da sus frutos.

La compañía se quedó muy cerca de los 500 millones de euros de facturación en 2023 y está convencida de que podrá superar ese techo en 2024. Además, con importantes beneficios que en tres años le habrán permitido absorber las pérdidas que asumió durante la pandemia para que las motos no dejaran de rodar pese a las restricciones sanitarias y la prohibición de público en las gradas. Un proyecto made in Spain que, ahora que hablamos de innovación y nuevos formatos, es justo reconocer que fue pionero al ver la oportunidad en torno al motociclismo.

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