Palestine Youth Club

Cómo el baloncesto salvó a las niñas refugiadas de Shatila: "Quiero ser exitosa y tener mi propia vida, no casarme y estar en casa"

El equipo femenino de baloncesto del campo de refugiados de Shatila se ha convertido en un espacio seguro para centenares de niñas y les ha cambiado la mentalidad

El baloncesto, una salida para las refugiadas de Shatila

Zowy Voeten y Patricio Ortiz

Jordi Grífol

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Rola está un poco afónica. Vive cada lanzamiento que pasa por el aro como una victoria. Hace diez años, un pintor palestino, Madji, formó un equipo femenino de baloncesto en el campo de refugiados de Shatila, en Beirut. Quería evitar que su hija sufriera un matrimonio infantil. A través de la pelota, más de un centenar de niñas ha podido practicar deporte y pensar que otra vida es posible. El domingo, en Fontajau, el Palestine Youth Club culminará su viaje por Catalunya con el Uni Girona - Perfumerías Avenida, que servirá para recaudar fondos dentro de la campaña 'Nenes Valentes'.

“El baloncesto nos ha sacado de un lugar realmente malo, nos ha hecho mejores personas para construir nuestra propia carrera, sin casarnos a temprana edad, uno de los problemas en nuestros países. Si no estudias o trabajas te tienes que casar, limpiar y cocinar para tu marido", cuenta Rola Al Ferkh. Para jugar en el equipo, es indispensable continuar estudiando.

Tener su propia vida

"Cuando juegas ves más vida, estudias, sales, viajas y ves cómo viven otras personas. Y no quieres simplemente casarte, tener hijos y estar en casa. Incluso si no juego a baloncesto más adelante, quiero ser exitosa, estudiar y tener mi propia vida. Esa es mi prioridad”, añade Al Ferkh, libanesa de 23 años que tiene un título universitario de finanzas y que todavía no piensa en casarse.

El campo de refugiados de Shatila, ubicado en los suburbios de Beirut, se estableció para acoger a más 3.000 palestinos que huían del conflicto con Israel en 1948. Ahora, se calcula que viven hacinadas unas 40.000 personas. “La vida es muy complicada en el campo, es muy pequeño, apenas hay electricidad, el agua es salada, los edificios son estrechos, no hay seguridad…”, cuenta Rola. 

Jugadoras del primer equipo de baloncesto femenino del campo de refugiados de Shatila (Beirut), durante su visita a Esplugues.

Jugadoras del primer equipo de baloncesto femenino del campo de refugiados de Shatila (Beirut), durante su visita a Esplugues. / Zowy Voeten

Espacio seguro

El equipo, formado por chicas palestinas, libanesas y sirias, ha hecho de la cancha su refugio. "La pista de baloncesto se ha convertido en un espacio seguro para ellas, donde desarrollan sus habilidades físicas y mentales, y donde empiezan a pensar de una manera diferente, centrándose en ellas mismas en vez de pensar en escapar de sus familias o de sus minúsculas casas, algunas de una sola habitación. En este espacio seguro, se empiezan a sentir valoradas, escuchadas y ahora son estrellas", asegura Rola Fares, la psicóloga del equipo.

Los matrimonios infantiles, el abandono escolar o las drogas son algunos de los destinos habituales para muchas chicas del campo. La canasta se ha convertido en su salvavidas. “El baloncesto les tiene que servir de trampolín. Les da la oportunidad de salir de la rueda en la que viven otras chicas. Es una oportunidad para que salgan adelante", asegura el entrenador Madji Majzoub. Bajo la iniciativa Basket Beats Borders - el baloncesto vence las fronteras -, han podido viajar a Madrid, Irlanda, Bilbao o Roma.

Jugadoras del primer equipo de baloncesto femenino del campo de refugiados de Shatila (Beirut), durante su visita a Esplugues.

Jugadoras del primer equipo de baloncesto femenino del campo de refugiados de Shatila (Beirut), durante su visita a Esplugues. / Zowy Voeten

“El baloncesto es mi vida entera. Lo amo más que a mucha gente”, asegura Amenah Al Madani. "Es lo único que me hace evadir de la realidad, otro mundo donde siempre quiero estar", añade. Es la pívot del equipo, la más alta, aunque asegura, entre risas, que aquí la mayoría de chicas son más altas que ella.

Cambiar mentalidades

En un inicio, los padres de muchas de ellas, como el de Amenah, no veían con buenos ojos que hicieran deporte. “Los padres tienen miedo de cómo los demás ven a sus hijas, les afecta mucho el qué dirán. Y para ellos lo normal es que una chica solo vaya a la escuela y vuelva a casa. Intentamos empoderar a las chicas y hacer que los padres cambien su forma de pensar. El deporte empuja a las chicas, las hace mejores", cuenta Rola Fares. 

Txell Feixas, periodista y autora del libro 'Aliades', que narra la historia del equipo, resalta el papel del entrenador: “Madji es un ejemplo de agente del cambio. A menudo criminalizamos todos los hombres del mundo árabe y, a pesar de que el machismo en la región está presente, también aparecen hombres que ayudan e impulsan esta lucha compartida. Madji ha hecho un proyecto de chicas que disfrutan, comparten y luchan”.

En Shatila aún hay mucha gente que le da la espalda al primer equipo de baloncesto femenino del Líbano. Pero las niñas más pequeñas empiezan a querer ser como ellas. La pelota les ha permitido luchar por su propio destino. Y mientras, tirando a canasta, no se cansan de reír.