Barraca y tangana

El balonazo, por Enrique Ballester

Barraca y tangana de Enrique Ballester.

Barraca y tangana de Enrique Ballester. / El Periódico

Enrique Ballester

Enrique Ballester

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El lunes disfruté viendo el Athletic-Girona, que estuvo bastante guapo. Casi al final del partido, con 3-2 en el marcador, el visitante Jhon Solís recogió un balón suelto en la frontal del área y chutó con fuerza hacia el marco. Bajo palos estaba el local Vivian, un defensa, porque el portero Unai Simón había salido a tapar el disparo previo a un costado. En ese instante crucial, fue sencillo ponerse en la piel del pobre Vivian: la pelota avanzaba a toda velocidad hacia su cabeza con decenas de miles de aficionados pendientes de su acción. El fútbol tiene su parte bonita, pero a veces no se puede escapar de la trampa. ¿Qué haría yo en su caso?, pensé. ¿Aguantar el impacto con la testa como un héroe valiente o escabullirme cobardemente deshonrando a mi familia para siempre? Podéis ir pensando la respuesta correcta mientras os cuento que Vivian despejó el balón a córner con su cabezón, como un campeón, y se ganó el abrazo de los compañeros, el respeto de los rivales y la admiración de los aficionados.

Ahora bien, añado: si en lugar de Vivian hubiese estado yo bajo palos, el Girona tendría ahora un punto más en la clasificación. Está claro. Y si en lugar del Athletic hubiese sido mi equipo el que dependiera de mí en una situación así, también me habría agachado. Por supuesto. Creo que no hace falta, pero lo aclaro por si era necesario.

No habría pasado la prueba del coraje en ningún caso. Mi amor por mi equipo, a estas alturas del relato, se basa en el ‘sí, pero no demasiado’. De hecho, esta prueba del cabezazo bajo palos podría convertirse en un ritual iniciático para los más osados. Sería perfecto también para desenmascarar a los exagerados. El concepto ‘yo daría la vida por ti’ lleva décadas siendo un éxito en tifos, tatuajes, cánticos y demás parafernalia en los estadios. Gracias al método Vivian ahora podemos comprobarlo.

Prueba del cabezazo

La prueba del cabezazo abre un abanico de posibilidades en cuanto al entretenimiento en el estadio. Podríamos incluso pactar rebajas en el abono de la próxima temporada para aquellos que hagan la de Vivian y superen el examen del balonazo. Podría venderse como una experiencia inmersiva: seguro que hay turistas dispuestos a pagar lo que sea por recibir un pelotazo de su futbolista favorito en toda la cara. Podría arraigar como una muestra de amor en San Valentín o para una pedida de mano: te quiero tanto que encajo por ti un pelotazo de Roberto Carlos. Desconozco el marco legal del asunto, pero estamos perdiendo dinero a capazos. Podrían hacerse tantas cosas que no sé a qué estamos esperando.

Por descontado, matizo que hay que andarse con cuidado. Que conste que no recomiendo a nadie que se juegue cabeza, belleza y cerebro para evitar el gol de un contrario. A nivel particular, entiendo el compromiso en otro grado. Si metes la cabeza donde otros no meteríamos ni el pie, y te pasa algo, que conste que te habíamos avisado.

Al menos, lo de Vivian en San Mamés me recordó aquella anécdota futbolera y milenaria. La escena de aquel médico que atendió a un futbolista que había recibido un golpe en la cabeza, durante un partido, y se acercó al banquillo para decirle al entrenador que el chico estaba conmocionado y no recordaba quién era. «Genial» -contestó el entrenador- «dile que es Pelé y que vuelva al campo de inmediato». 

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