Opinión | Golpe franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

¿¡No que no, cabrones!?, por Juan Cruz

Xavi durante el partido contra el Alavés

Xavi durante el partido contra el Alavés / VALENTI ENRICH

La penosa campaña para que el Barça parezca peor que lo que está puso en vilo anoche a los derrotistas y a los que abrigamos una cierta esperanza de remontada. Aunque ésta no aspire, razonablemente, a una novedad esplendorosa sino a una discreta recuperación razonable, lo lógico es aguardar a que el equipo remonte el vuelo y se acerque a lo que se puede esperar de jugadores que no son nulos o despreciables.

Esto, que podría ser así, está siendo arrastrado por el suelo de los comentarios desde el primer minuto, y es lógico que así sea, aplicando, por supuesto, la lógica de demolición que parece merecer el equipo de Xavi, y sobre todo este último.

Ayer fue uno de esos días en que el campo decía una cosa y el eco público decía otra, como si desde que el Barça marcó (por medio de Lewandowski) el gol de la esperanza, ya parecía que el equipo estaba destinado a sufrir, y de veras sufrió. Cuando vino el segundo gol se mascaba el gol del contrario, y cuando vino el tercero (del Barça) el árbitro sacó su jarro de agua fría para servírselo caliente a los agoreros que ya mascaban un día como aquel ante el Villarreal.

El que está en casa, mirando, vive todas esas vicisitudes con el agua (fría, o caliente) al cuello, a punto del ahogo o (también de agua) el llanto, porque el presente cuadro azulgrana, demediado además ahora porque el entrenador está dimitido, se ha contagiado de este ruido y juega como si temiera el legendario miedo del portero ante el penalti al que se refería Peter Handke.

Tanto se desconfía del equipo, tanto se dice desconfiar, que ni se llegan a anotar, ni en la casa, y por supuesto que tampoco en los medios, algunas jugadas francamente bellas (Lamine, Pedri, Lewandowski, Gündogan…) que hubieran dado, en otro tiempo, o en otros equipos, para un tratado veloz de entusiasmo por la alegría que el fútbol lleva dentro.

Pero el Barça no se merece ahora, parece, tregua estética o moral; está condenado a estar bajo los prismáticos de los agoreros que no darían por él ni un duro, ni un elogio ni, por ponernos sentimentales, un grito de alegría. La resignación es apócope de la esperanza, el vertedero de la tragedia. Por eso cuando el árbitro, que debe estar satisfecho de ello, dejó fuera del juego al estupendo brasileño que es Vitor (Vitor o Victoria) hasta los futbolistas azulgrana fueron a calmar al muchacho para que la fiesta (¿la fiesta? El Barça ni merece fiesta, así están las cosas) no se metiera en agua (en lágrimas) de borraja.

Pudo pasar de todo, y yo lo viví tiritando, con mi escudo en la chaqueta, con mis recuerdos de peores tiempos pegado a las membranas de la historia; y triste, el Barça es hoy el espejo triste del pasado, pero no hay derecho, me dije, a que lo vean siempre a punto de caer, hasta cuando sus jugadores ríen. Amo el espíritu de Xavi, me parece que Pedri es un genio del juego veloz y tranquilo a la vez, pienso que ayer tarde el polaco hizo de jugador de todos los terrenos, y me pareció que el equipo remonta.

Teniendo en cuenta todas estas premisas, que son obviamente, de ciudadano apasionado por el color azulgrana desde los 12 años, cuando terminó el encuentro (1-3) me dije para mí, pues estaba solo, aquello que dicen los mexicanos cuando se dirigen a los descreídos por gusto, y para disgustar: “¿¡No que no, cabrones?!” 'Visca Xavi. I visca el Barça'.