Opinión | Golpe franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

Julio César Benítez y las blancuras del arbitraje

Un triplete del Tiburón Ferran brinda al Barça un gran triunfo sobre el Betis

El VAR regala al Madrid una escandalosa remontada ante el colista Almería

Ferran celebra uno de sus tres goles al Betis.

Ferran celebra uno de sus tres goles al Betis. / Cristina Quicler / AFP

Hace un siglo, o por los menos sesenta años, cuando un futbolista singular, Julio César Benítez, abandonó su puesto en la defensa para sacar al Barça de un atolladero en Sevilla, cuando el Betis iba desafiando al equipo azulgrana hasta empatar a dos un encuentro tan sufrido como el de anoche. El desempate fue de Benítez, glorioso personaje de nuestra historia. 

Esta vez lo salvó al Barça un portugués avispado que une a su inteligencia una enorme dosis de competitividad. Si no hubiera sido por Benítez entonces y por Félix anoche, este Barça amenazado por el frío de su historia reciente se hubiera ido a la cama con pesadillas. 

Los jóvenes que juegan ahora suponen una novedad mayor en la plantilla, así que su juego se está haciendo, igual que ellos (Pedri, Lamine Yamal, tantos) se están adiestrando a asociarse para convertir al Barcelona en la posible luz de lo que ya fue. 

Mientras se desarrollaban esas jugadas que le dieron a Ferran las oportunidades de exhibir la naturaleza de sus ambiciones, se fue afianzando en mi memoria el sentido del juego de Benítez aquella vez que fue quien salvó al Barça de un resbalón decisivo. 

Intoxicación alimentaria

Su disparo, su presencia, su sentido del humor, y del amor al club, se parecía a lo que ahora impulsa a estos muchachos. De modo que era lógico que su emblema formara parte de mi memoria de culé que anoche, como tantas, vio peligrar el futuro de nuestros merecimientos. 

Poco después de aquella gloriosa victoria (2-3), Julio César Benítez murió de una intoxicación alimentaria. Sus últimas horas coincidieron con la fecha de un partido decisivo contra el Real Madrid. Apasionado como si hubiera nacido en La Masiaa, dejó este epitafio, que era un estímulo para sus compañeros: «Vamos, amigos, vamos a derrotar al Real Madrid 2-0». 

Era el ocho de abril de 1968. Luego se suspendió el partido, porque el duelo fue hondo, afectó a toda la afición española, y hasta hoy hay aficionados que, como este cronista, asociamos estos encuentros azulgranas ante el Betis como parte de un recuerdo mayor del fútbol, lleno de gloria y de dolor en la memoria.

Momento vital y mortal

Por eso, antes de que empezara el encuentro, y cuando se fue complicando para el Barcelona, no pude dejar de sentir que la sombra, sencilla, alegre, de Julio César Benítez estaría sobrevolando el alma azulgrana que se enfrentaba a un partido decisivo en su historia. 

Anoche era un momento vital, y también mortal. Vinieron Ferran y João Felix, este Benítez de nuestro tiempo, a impedir que la historia se burlara del color azulgrana.

Era una tarde de malos presagios, que habían comenzado en Madrid, en el hermoso estadio nuevo en el que al Madrid le deseo los mejores talentos, el porvenir más beneficioso. Ojalá estos no coincidan, como sucedió ayer tarde, con una vergüenza arbitral que durará mucho tiempo en deshacerse.

El maestro Alfredo Relaño, de los más lúcidos escritores de fútbol de este país, lo dejó dicho enseguida en As: «Tres puntos para el Madrid, pero con el coste de un tremendo daño reputacional. (…) El Madrid ganó el partido, pero su legión de enemigos ha recibido alimento para un par de lustros». El maestro acierta, como siempre que la injusticia se convierte en el centro del desastre en el fútbol.

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