Rayo 1 Barcelona 1

El Barça no soporta su pena en Vallecas

El equipo de Xavi Hernández, lento, impreciso y del todo indefinido, a duras penas salva un empate en el ocaso gracias a un gol en propia puerta

El azulgrana Alejandro Balde, en Vallecas.

El azulgrana Alejandro Balde, en Vallecas. / Afp7

Francisco Cabezas

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Quizá vivir no sea más que hacer de la pena algo soportable.

De eso saben mucho en Vallecas, un lugar donde el maquillaje son las cicatrices. Donde todo se iguala. Donde se juega desnudo. Y en ello anda el Barcelona, que aspira a jugar como un grande cuando a duras penas logra hacerlo como un pequeño. Ante el Rayo, y tras exhibir su cruda indefinición, a duras penas pudo arrancar un empate en el crepúsculo gracias a un gol en propia puerta de Lejeune.

Habrá quien piense que esto es fútbol. Que ya está bien de llorar. Por ejemplo, por Gavi. Que de estas cosas vuelve uno «más fuerte» –maldita sociedad que cree sanarlo todo con los predicadores de la autoayuda–, como si partirse la rodilla, la mente o el corazón no dejara secuelas, en uno mismo, pero también en quienes nos rodean.

Así que ese Barça que ya andaba turulato aún con Gavi sano, pero que ahora tendrá que pasarse la temporada cojo, sin el jugador que mejor interpreta la supervivencia en un campo de fútbol, comenzó a caminar en Vallecas. Lo hizo ya con Frenkie de Jong de vuelta, atado en la camilla los dos últimos meses, y en quien debe recaer todo el peso de un equipo que ansía una identidad. Pero también, ausente el lesionado Ter Stegen, con Iñaki Peña bajo palos, uno de aquellos porteros que se habitúan tanto a su estatus de reservista que uno sólo repara en su presencia en momentos de urgencia. Con la presión y pesar que ello comporta en el protagonista, que se verá señalado –con razón o no– en el gol que abrió el marcador en favor del Rayo.

Ficticia comodidad

Se desmayaba ya un primer acto en el que el equipo de Xavi disimulaba una ficticia comodidad. Tenía el balón. Salía de la presión feroz de los rayistas gracias a la clase de De Jong. Controlaba las embestidas de Isi. Pero no sabía bien cómo hacer llegar el cuero al ataque, teniendo Lamine Yamal que jugarse la vida solo como si en cada acción tuviera que emular a Garrincha, y con Lewandowski aguardando tanto que le hubiera dado tiempo a leerse el Quijote mientras esperaba en el área

En esas, en un episodio que nació a balón parado y que tuvo continuidad en un rechace de Iñigo Martínez, a Unai López le llegó la oportunidad del martillazo. Lo propinó desde muy lejos. Tanto que quizá a Iñaki Peña le hubiera debido dar tiempo a reaccionar. La pelota, en cualquier caso, pasó como un rayo junto al palo. Y el Barça, que lamentó la indefinición en los fuera de juego posicionales –hasta tres rayistas había cerca del portero–, rememoró todos sus demonios, que se hubieran multiplicado antes del descanso de no haber mediado Balde a boca de gol.

Unai López celebra el gol del Rayo ante el Barça en Vallecas.

Unai López celebra el gol del Rayo ante el Barça en Vallecas. / Kiko Huesca / Efe

Siempre tuvo el fútbol su lado retorcido. La semana en que este diario denunciaba las condiciones laborales de los trabajadores del Camp Nou, víctimas de esa sociedad ultracapitalista en que los más débiles sostienen un sistema que les humilla, el Barça visitaba el feudo obrero de Vallecas. Allí uno puede sacar la cabeza –nunca triunfar, porque en el barrio nunca se triunfa–, siendo alguien normal; y, sobre todo, comportándose como alguien normal. Como Unai López, como Isi Palazón, como Óscar Valentín. Tipos que corren y juegan porque el deber se confunde con la ilusión, no con el negocio. O como Trejo, que se quitó el brazalete por las tropelías de su presidente.

Equipo desfigurado

Cierto es que el Barcelona partía como equipo desfigurado desde el once inicial, con Oriol Romeu como sospechoso jefe de operaciones. Ante el trasiego de los partidos internacionales y a tres días de que el Oporto ponga a prueba la débil estabilidad europea en Montjuïc, no hubo rastro de piezas que ansiaban cierto descanso tras haber sido exprimidos, como Koundé y Araujo en la retaguardia, Gündogan en el eje, y João Félix en el extremo.

Si bien en el segundo tiempo pocas cosas mejoraron -los malos controles y la escasa movilidad fueron norma-, los cambios espabilaron al equipo. Raphinha irrumpió para golpear el balón en el palo. Y, ya en el ocaso, Balde, el mismo que había salvado un gol, brindó un empate que de no haberlo marcado Lejeune en su portería lo habría atrapado Lewandowski. Que para eso sí debería estar.

Espino fue al límite con Raphinha en el área. Sin duda, le golpeó. El árbitro nada dijo, ante la ira de Xavi y los suyos. Todo quedó ahí. Otra vez en la nada.

Sergio V. Jodar, escritor al que nunca consumirá el ego -él prefiere vivir de tirar monedas al aire-, quizá diera con la clave de tanta frustración.

"Al fútbol no le pedimos ganar, sólo olvidarnos de todo un momento". El Barça de Xavi, en cambio, ni siquiera permite el olvido.