Opinión | Golpe Franco

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor. Adjunto al presidente de Prensa Ibérica.

El Barça es la luz de una vela apagada

Lewandowski, en Vallecas.

Lewandowski, en Vallecas. / Afp7

Uno de los grandes hallazgos de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, es aquella frase en la que aquel extraordinario creador de metáforas escribe: «Me gustaría saber de qué color es la luz de una vela cuando está apagada»

Años después de vivir como lector aquella belleza literaria vi un cuadro del pintor español Luis Fernández, que vivió gran parte de su vida en Francia, en el que se ve tan solo, en medio del lienzo, una vela. Una vela, nada más que una vela. No hay otra cosa que la vela encendida, una vela rústica, como de animar habitaciones pobres, una luz como antigua, surreal, rota. Imaginé entonces que esa era, precisamente, la luz a la que apelaba Lewis Carroll cuando buscaba, para Alicia, un misterio iluminado así, una luz capaz de seguir alumbrando, desde el cuadro, la enorme pobreza del cuarto. La luz de una vela cuando está apagada. Ese fue el Barça de Vallecas. No se encendió sino a veces, como si fuera a cegar al equipo y éste se resguardara del brillo del sol del barrio

Durante el partido de la tarde del sábado, que era como una transición entre el desconcierto, la ganancia o la miseria, imaginé que el Barça era una vela empobrecida, sin brillo, de la que ya no hay que esperar mayor claridad. Esa vela se descubrió a sí misma encajando un gol que, quizá, no hubiera aceptado Ter Stegen, así que tuvo que esperar a la segunda parte para despertar otro entusiasmo, es decir, un relativo entusiasmo, para demostrar que tenía vatios suficientes para seguir aspirando a lo que parece haber perdido: la alegría de ganar, de jugar para ganar. Empatar es una manera de perder. La luz y el horizonte.

Ni inspiración ni estilo

Fue desesperante ese medio tiempo, jugado esta vez a media luz por este Barça que no despierta porque está dormido en una habitación triste. Cuando Lejeune en propia puerta marcó el gol del empate, la vela tiritó un ratito, pero ya las fuerzas eran disímiles: el Rayo resplandeció de vez en cuando, Raphinha desafió la portería, Joao Félix exigió para sí un protagonismo ahora demediado, y Fermín intentó ser, como lo había intentado Lamine, la inspiración y el estilo. Pero ni la inspiración ni el estilo acompañaron con éxito el gol del polaco, de modo que otra vez se fue de un campo el Barcelona como si hubiera dilapidado la alegría de jugar.

Es posible que al Barcelona no le sientan las tardes, como dijo alguna vez su entrenador, pero es que desde hace semanas, o meses, no le sientan tampoco las noches, o los anocheceres; porque quizá no le sienta bien el luto que lleva por dentro desde que se fueron los mejores, que juegan ahora en Estados Unidos y no dejaron aquí, bien especificadas, las hojas de ruta de un juego que se inauguró como extraordinario cuando tanto aquellos exiliados en Miami como los padres de la criatura de la calidad barcelonista (Pep, Iniesta, Puyol, Xavi) tenían la velocidad y la batuta. 

El Barça es ahora un equipo que se vuelve vulgar en cualquier escenario, dispuesto a decepcionarse a sí mismo nada más bajar al campo, hasta el punto que, nada más empezar, ya se me pareció, maldita sea, a la luz de una vela cuando está apagada.