EL ÁREA DEL ESCRITOR

Carlos Zanón: Mi amigo Pablo y yo

Carlos Zanón (Barcelona, 1966) es novelista, poeta y guionista. Sus dos últimos libros son 'Yo fui Johnny Thunders' (2014) y 'Marley estaba muerto' (2015).

Fue uno de esos partidos en que Neymar ni siquiera vacila al lateral que le marca

Iniesta, en una acción con Simao Junior, del Levante.

Iniesta, en una acción con Simao Junior, del Levante. / EFE / JUAN CARLOS CÁRDENAS

CARLOS ZANÓN

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Tengo unos amigos y tengo un bar. El bar podría ser cualquiera. Los amigos también. ¿A veces nos preguntamos por qué ese bar y no otro? No hay respuesta. Fuimos un día y nos quedamos. Y los amigos somos también los que nos quedamos. ¿Las tapas son buenas? ¿La gente es simpática? ¿Somos grandes amigos? Qué más da. Es un bar. Nos conocemos. Y en la tele, siempre hay un partido del Barça.

Aunque en los últimos tiempos, el juego del Barça tiene rango de ley física. De acuerdo, a veces el equipo pasa apuros, pero del mismo tipo que George Clooney un sábado por la noche. Igual a la primera llamada ella no lo coge. Igual no hay cobertura en la segunda llamada. Pero el peligro de dormir solo es ninguno.

Mi grupo de amigo antes de pitar el inicio del partido es tipo I vitelloni de Fellini. Pasamos momento sitcom durante los primeros 15 minutos, en el modo en el que vamos llegando (somos seis, siete: cada uno con diferente profesión, de familias de distintas zonas geográficas). En el intermedio, el feísmo, la ausencia de coquetería y las cervezas son puro Ken Loach. Al final de los 90 minutos, algo tomados ya, nos sentimos muy Guy Ritchie con ganas de robar el dinero a la mafia local.

Hoy somos estamos mi amigo Pablo y yo. Un amigo está en el mercadillo, otro haciendo el taxi, aquel durmiendo del turno de noche en el hotel y el último, llevando un tren. El Barça juega en Levante. Marcamos al rebotar en la chepa de un defensa (recordamos a Asensi), y al final Suárez cierra el partido (recordamos a Uruguay).

Momento Spike Lee

Mi amigo Pablo me dice que la familia que lleva el bar quiere traspasarlo. Si lo traspasan a un chino, uno de los amigos que no están puede hacer cualquier cosa. No es que odie a los chinos sino que odia que todos los bares se los queden los chinos y hagan el café que hacen los chinos en los bares de chinos.

Además, nos molesta que no se nos prepare psicológicamente ante el cambio. Que entres en el bar y el señor Pep sea el señor Suwey. Es nuestro momento Spike Lee.

El partido es tan apasionante que me dan tres tirones en la nuca. Uno por cada seis bostezos. Ni tan siquiera Neymar vacila al lateral que le marca y que cobra mil veces menos que él. Ante el sopor me entretengo con las botellas que adornan el techo del bar. Su contenido al trasluz estremece. Mudler y Scully harían una nueva temporada con ellas.

Fiesta de disfraces

Las cervezas caen entre mi amigo Pablo y yo. En el primer tramo él siempre coge ventaja. Yo pido unas cortezas. No cualquieras. Unas que te crean una lámina en la garganta y bloquea cualquier conducto respiratorio no menos de 10 segundos. Uno de los amigos que no ha venido se llevó cortezas de esta marca a Londres para unas vacaciones. Estando allí, murió Amy Winehouse. A él no le gusta hablar de eso.

Hay un tipo en la barra que empalmó concierto de Burning, la fiesta de disfraces de su hija -que iba de plátano- y ahora dos gintónics. Tiene ojos de hámster enloquecido.

El Levante hace un palo y él, a modo de Rosebud, musita Kaiserlautern. Sorteando las mesas llega al exterior. La luz del sol le fulmina. Un plátano huérfano más en este mundo cruel.

Buena jugada de Iniesta. «Don Andrés», dice Pablo. Si alguna vez sospecho que Pablo es un replicante le diré Iniesta. Si no contesta «Don Andrés» le pegaré un tiro. No hay problemas: lo tenemos hablado.