El 'show' de Neymar

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MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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No le gusta mirar el fútbol por la tele. Se aburre. En su casa de Barcelona nunca está solo y por mucho que sus amigos sí estén enganchados a un partido, Neymar no pasa mucho tiempo sentado delante de una pantalla. Él, sin embargo, prefiere hacer otras cosas. Aunque no lo quiera, tendrá que ver, una y otra vez, aquí y allí, en Barcelona o en Brasil, donde voló ayer para unirse a la seleçao, el gol que ha dado la vuelta al mundo desde que lo ideó el domingo en el Camp Nou. El memorable gol al Villarreal.

SOLUCIONES MÁGICAS

Tres toques en apenas dos segundos. Un tanto para recordar siempre. O lo que, tal y como lo calificó Busquets, una auténtica «obra maestra» para cerrar seis semanas de ensueño para Neymar, cuya luz ha sostenido al Barça cuando imaginaba entrar en la penumbra más absoluta al oír el deprimente crujido de la rodilla izquierda de Messi. Se fue ayer el brasileño al encuentro de Dunga, el entrenador que todavía no ha sacado lo mejor de él, como sí ha hecho, en cambio, Luis Enrique. Cayó lesionado el 10 y el juego del Barça se inclinó a la izquierda para hallar en Ney los atajos y soluciones que siempre proponía Leo, sin olvidar, por supuesto, la generosidad y eficacia de Suárez.

Neymar abandonó Barcelona convertido en el mejor jugador del mundo cuando no juega Messi, por supuesto. No hay otro como él, ni siquiera el demoledor Lewandowski o el impactante Douglas Costa, ambos en el Bayern Múnich, que puedan competir con su magia. Extremo izquierdo cuando está Messi en el campo, universo libre cuando no lo está, capaz de proporcionar soluciones a casi todos los problemas.

No hay mayor elogio para Neymar y, por supuesto, para Suárez (no se entiende uno sin el otro o viceversa), que explicar que no se ha echado de menos a Messi. A Messi, eso es verdad, se le añora siempre y el Camp Nou, estadio complejo emocionalmente hablando, lo recuerda siempre. Incluso en las victorias.

El domingo, sin ir más lejos, instantes antes de que Neymar desatara un terremoto futbolístico, el pueblo culé comenzó a corear el nombre de su particular Dios: «¡Messi, Messi, Messi!». Ese grito, espontáneo, cómplice y reiterativo cada día en que no juega el 10, llegó poco antes de que Neymar decidiera disfrazarse de Romário, Ronaldo, Rivaldo y, finalmente, Ronaldinho. Fusionó lo mejor de cada uno de ellos en una acción espectacular.

De Romário extrajo la definición, exquisito derechazo el suyo para un gol que no para de coleccionar elogios planetarios. De Ronaldo obtuvo la potencia de la carrera -asistió a Suárez en campo propio azulgrana para iniciar la jugada-, de Rivaldo, por ejemplo, se puede detectar su galopada hacia el balón, como si le fuera la vida en ello y le iba, y de Ronaldinho esa delicadeza en el control con el pecho y el hermoso sombrero posterior, regateándose a sí mismo.

Tenía detalles extraordinarios de los cuatro, pero era, en realidad, el mejor Neymar, ese que necesitó un año para comprender al Barça y al fútbol europeo. La convivencia con Tata tampoco le ayudó mucho, a pesar de que él aceleró el proceso con su sumisión futbolística al Dios Leo.

'PICHICHI'

En su aterrizaje en el Camp Nou, que se llevó por delante incluso al presidente que lo fichó (Sandro Rosell), Neymar firmó 15 goles en 41 encuentros. Ahora, lleva 13 tantos en 14 partidos. Pero más allá del impacto que provoca su gran eficacia queda la madurez que desprende su juego, mucho más comprometido y hasta generoso, como demostró cediendo el penalti a Suárez. No solo manda en el Pichichi, con 11 goles en 10 jornadas -se perdió el debut por paperas-, sino que su fútbol mágico se ha terminado imponiendo por encima del márketing que irradiaba al inicio. Nadie habla ya de su cresta ni se debate sobre esa cinta negra que rodea su cabeza -en Europa le dejaron jugar con ella; en España, no- sino que todos se recrean en goles que parecen de otro mundo. Hasta él debió encender la tele para verlo.