a un paso de la gloria

111 años de historia barcelonista

ANTONI
Bassas

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Me he estado escribiendo estos días con mis amigos que son socios del Barca y nos ha cambiado el tono. Durante la temporada habíamos intercambiado felicitaciones y comentarios impublicables sobre los rivales. Ahora se los noto tensos. Como si mañana, en vez de dar el voto, fueran a dar una lección.

Las aguas subterráneas del club bajan crecidas, y más de uno irá a votar con ganas y a la contra. Algunos votarán a Rosell porque no soportan a Laporta ni a Cruyff y tienen ganas de contestar a las formas y el independentismo de uno y la presidencia de honor del otro. A otros, el apoyo de Núnez a Rosell les ha servido para reafirmar que este es el candidato elegido para convertir a Laporta en un accidente y que uno de los nuestros siga sentado en el palco. Vaya, que ven a Rosell como a Duran Lleida: el hombre que tiene la mejor prensa y que más tranquiliza los mercados. Entre estos, la mayoría se decanta por Ingla. Les parece que representa la continuidad más bien articulada del modelo ganador y global de estos años, pero sin «loros» ni «que n'aprenguin», aunque hubieran preferido a Soriano y menos ataques a Rosell. A todos les ha sorprendido gratamente Benedito, y Ferrer les ha parecido una extensión inarticulada de Laporta. Pero tengo la impresión de que la campaña ha cambiado pocas posiciones de partida.

De ganar Rosell, confirmará que en el Barca, como en las sociedades modernas, cada vez es más frecuente el voto zapping, sobre todo si el candidato ganador ha sabido trabajar. Y sin olvidar que el cambio de presidente estuvo a punto de pasar hace dos años cuando el voto de censura.

La campaña se ha jugado de fondo sobre viejos antagonismos y ha girado en torno a Laporta y su modelo, sin que nadie se haya atrevido a renegar de él abiertamente. De hecho, aunque el modelo haya tenido padres (incluidos los cuatro candidatos, aunque con diversos grados de paternidad) y sea perfeccionable, será irrepetible porque parte del modelo ha sido su presidente. Laporta llegó a la presidencia después de un duro intercambio de golpes con un presidente casi vitalicio. Y sin una personalidad muy acusada no se echa a los Boixos Nois, ni se aguanta la moción de censura ni se confía en un inexperto Guardiola.

No nos deberíamos confundir cuando hablamos de que un presidente no debe ser intervencionista. De hecho, para eso lo eligen, para que intervenga, también en el terreno deportivo, donde es tan obligatorio que inspire la filosofía como que se abstenga de hacer de entrenador. El nuevo presidente debe serlo con sus ideas, pero hará bien si recuerda las lecciones de la historia, tanto la más antigua como la reciente. Corresponsal de TV-3 en EEUU