CIENTÍFICAS AFRICANAS EN MOVIMIENTO / 4

Segenet Kelemu: la señora de las moscas

La botánica etíope opina que los insectos son una oportunidad para el desarrollo de África

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Michele Catanzaro / Marco Boscolo

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Unas 200.000 moscas vuelan alrededor de Adan Mohammed en una gran tienda a las afueras de Nairobi (Kenia). Están repartidas en una treintena de contenedores del tamaño de un armario, hechos de blancas mosquiteras.

«Los llamamos 'cámaras del amor', porque aquí se aparejan y ponen los huevos», explica Mohammed, un estudiante de ingeniería de 26 años que ha construido el criadero de insectos. La tienda es el corazón de su empresa, EcoDudu, una 'startup' que transforma larvas de mosca soldado negra en comida. 

«Los insectos son la respuesta a la demanda global de proteínas», afirma Segenet Kelemu, botánica y directora del Centro Internacional de Fisiología y Patología de los Insectos (ICIPE) de Nairobi, uno de los institutos científicos más prestigiosos de África. EcoDudu nació del programa de pequeños emprendedores del centro.

«África es una de las mayores reservas de insectos comestibles del mundo: hay más de 500 especies altamente nutritivas. Se estima que 2.000 millones de personas consumen insectos en África, Asia y América Latina», asegura la investigadora.

«Para producir un kilo de carne de vaca se necesitan 25 kilos de pienso y una enorme cantidad de agua. Un kilo de grillos necesita de 2,2 kilos de pienso y muy poca agua», prosigue Kelemu. Además, los insectos no tienen colesterol.

El ICIPE ha descubierto cómo criar grillos, langostas y el carísimo saltamonte verde, a raíz de que Kelemu haya tomado las riendas del instituto en el 2013 y apostara por estudiar los insectos comestibles.

Media vida en el extranjero

Esta botánica etíope volvió a África después de media vida en el extranjero: 25 años en centros de investigación de Estados Unidos y Colombia. «En el fondo de mi mente, siempre estaba mi poblado. Había hecho muchas cosas, pero casi nada para África», explica. EL PERIÓDICO visitó a Kelemu en el marco de un proyecto periodístico apoyado por los Journalism Grants del European Journalism Center.

Adan Mohammed abre una «cámara del amor» y saca de una nube de moscas un plástico recubierto de huevos. Cuando se conviertan en larvas, las pasará en una tienda adyacente. Allí las verterá en cajones llenos de fruta y verdura podridas y arroz sobrante de un restaurante. Las larvas convierten los residuos en un compuesto marrón, que Mohammed vende como fertilizante.

El técnico hunde las manos en uno de los cajones y saca un manojo de larvas, que se agitan encima de sus guantes. «Estas tienen la talla adecuada», comenta. Lo siguiente será hervirlas, secarlas y venderlas como materia primera para fabricar pienso para peces y pollos.  

La comida para animales es la puerta grande por la cual los insectos están entrando en la cadena alimentaria. Estados Unidos abrió la veda autorizando los insectos como aditivo para el pienso. «El 70% del coste del ganado son las proteínas que come –soja, pienso a base de pescado…–, que además compiten con la comida humana. Si reemplazamos esto por insectos, el impacto será grande», afirma Kelemu.

Grillos salteados

La científica cree que los insectos podrían también llegar directamente a las mesas de los humanos. En el comedor del ICIPE, los cocineros son capaces de servir grillos salteados, langostas fritas o ensalada de saltamontes. La materia primera viene directamente de un laboratorio del campus de Nairobi.

Cuando el responsable del laboratorio, Chrysantus Tanga, abre su puerta, se oye un cri-cri atronador. La sala está repleta de cajas de vidrio, cada una dedicada a una especie. «Este es el insecto de la fruta africano: descubrimos que se come hace poco», explica Tanga. También hay gusanos emperadores de Zambesi, orugas de la manteca de karité, y saltamontes verdes.

«Estos son un manjar en Uganda. Hasta ahora, solo se podrían recoger en el campo. Analizando el ADN de lo que comían, identificamos una dieta que nos ha permitido criarlos», explica Kelemu. «Hay otros centros que crían insectos: nuestra particularidad es que lo hacemos de la forma más económica, para que sirva a los criadores africanos», explica Tanga.

En enero del 2018, entró en vigor una normativa europea de nuevos alimentos que facilita la comercialización de insectos. «Soy optimista. Sin embargo, si se acaba alimentando los insectos con plantas en lugar de residuos, el sistema quitará recursos a los humanos», afirma Peter Alexander, investigador en seguridad alimentaria de la Universidad de Edimburgo, no implicado en el trabajo de Kelemu. «En Occidente hay un rechazo a comer un grillo. Pero tener harina de grillo en una galleta es mucho más aceptable», añade.

Pies descalzos

En la mesa del despacho de Kelemu se alinean cinco o seis tazas llenas de bolígrafos y lápices. «Cuando era pequeña, eran lo más valioso: la educación era gratuita, pero el material no», explica la investigadora.

«En mi pueblo caminaba descalza, iba a buscar el agua y la madera y trabajaba en los campos. Nadie hubiera dicho que llegaría a lo que soy», recuerda. Kelemu progresó hasta llegar a la universidad. «Era muy rebelde: no era fácil de casar», bromea.

La ambición y la entrega al trabajo aparecen en cada palabra de la científica. Ambas cualidades la llevaron a Estados Unidos para su doctorado y recaló en la Universidad de Cornell. Sin embargo, Kelemu buscaba tener impacto en el desarrollo. «Conocía lo duro que era trabajar en el campo y quería cambiarlo», explica. Esto la llevó al Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT) de Cali (Colombia).

Su vida dio un giro en el 2006. «El Gobierno chino me dio una medalla por la contribución al desarrollo. Estaba en la ceremonia y pensaba: 'aquí estoy, una investigadora africana que ayuda a China y no a África'», relata.

Al volver a Colombia, le dijo a su marido y a su hija que tenía que regresar. La familia lo dejó todo y se desplazó a Kenia en el 2007. «Estaba feliz en Colombia, pero me dije: ‘¿Qué has hecho tú para esas personas como tus padres, que iban descalzos y compraron los lápices para ti?’».

Tecnología 'push-pull'

Quizás lo más importante que Kelemu ha hecho para esas personas es su contribución a la difusión de la tecnología 'push-pull' ('tira y empuja'). Se trata de un sistema de agricultura que permite limpiar de plagas los campos de maíz y sorgo, sin usar pesticidas. Se inventó hace dos décadas en el ICIPE y lo emplean medio millón de agricultores en África.

En el 2017, Kelemu y otros investigadores demostraron que el sistema es eficaz contra el cogollero del maíz, una gusano que ha saltado de América Latina a todo el mundo. El cogollero destroza las plantas, se esconde de los pesticidas y puede volar 100 kilómetros en un día. La modificación genética u otras técnicas son inasequibles para los agricultores africanos. Actualmente, el 'push-pull' es la única opción.

Pascalia Juma Shikuku, una agricultora de 53 años del pueblo de Sigmore, cerca del Lago Victoria, lo vio con sus propio ojos. «Los campos sin 'push-pull' quedaron destrozados», relata enseñando un campo preparado con la técnica. En medio de las hileras de maíz, hay hileras intercaladas de una planta baja, el desmodium. Ésta repele los insectos. Alrededor del campo hay una especie de cinta, llamada pasto de Napier. Ésta atrae a los insectos. La combinación de tira y empuja limpia el campo de las plagas.

Agricultores con discapacidad

«Es una técnica increíble porque hace muchas cosas al mismo tiempo», afirma Kelemu. Combate plagas pero también una mala hierba, la striga. A la vez, mejora la fertilidad del suelo y las plantas que acompañan al maíz se pueden usar como forraje.

En otro pueblo, Maseno, dos miembros de la asociación local de agricultores con discapacidad alaban otra ventaja. «Al espaciar las hileras de plantas, puedo trabajar en el campo más fácilmente», afirma Richard Ogalo, una agricultor de 47 años afectado por poliomielitis.  

«El 'push-pull' es una técnica única, porque une muchos componentes distintos de lo que llamamos intensificación sostenible», afirma John Kelly Lynam, un economista y consultor independiente que llevó a cabo una evaluación del ICIPE. «Lo difícil es que necesita ayuda para implantarse. Pero creo que su resistencia al cogollero del maíz la empujará», afirma. 

Mirando atrás, Kelemu se siente orgullosa de dónde ha llegado. Pero no reniega del pueblo de Etiopía donde nació. «Hizo de mí los que soy: allí aprendí a trabajar duro, ser humilde y vivir sencillamente. Fue una suerte crecer así», concluye.