tercera etapa: de LESBOS A MACEDONIA
Dos noches por mar y tierra
La imagen impacta: apenas unos días antes llegaron en una precaria patera a Lesbos; ahora parten de la isla en un gran barco digno de un crucero. Muchos refugiados se asoman a los balcones de popa para despedirse de Lesbos, con más bien pocos recuerdos agradables de ella.
Los asientos de la cafetería están copados de gente durmiendo. Con la llegada de la noche, la gente ha abandonado la cubierta. Por los pasillos de la nave, cada rincón es aprovechado por una familia. Las mantas de moda son las marcadas con el logotipo de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Las familias más pudientes, las sirias, viajan en camarotes de cuatro camas, con baño dentro. Cuestan 72 euros por persona. Pagaron mil por cabeza por jugarse la vida en una patera hace pocos días.
Al borde del amanecer, casi llegando a Atenas, Samer se despereza en la cubierta, fumando. «Antes jugaba en la selección de baloncesto siria, ¿sabe? Estuve con el equipo en el mundial sub-19, en Nueva Zelanda en 2009. Y ahora tengo que viajar de esta manera», lamenta este escolta de Alepo. «Creo que voy a ir a Alemania. Me gustaría entrenar a algún equipo de chavales. Aunque claro, igual debería ponerme más en forma y dejar de fumar», bromea.
Al hotel o a la plaza Victoria
El desembarco en el puerto ateniense de El Pireo es un poco atropellado. Nadie tiene un minuto que perder, lo cual juega en favor de los taxistas, que guardan línea para ofrecer sus servicios. Hay refugiados que van a un hotel a descansar, pues la mayoría de los autobuses hacia el norte, hacia Idomeni, en la frontera con Macedonia, son nocturnos. Otros se dirigen a la plaza Victoria, presidida por una escultura de Teseo rescatando a Hipodamía del centauro Euritión. Los afganos que ahí esperan no están para mitologías. Muchos andan tratando de conseguir dinero para seguir el viaje, como Han Akan, que lleva tres días allí junto a su mujer y sus tres hijos. Esa noche saldrá por fin hacia el norte. Stefan, voluntario de la Boat Refugee Foundation, indica que sus actividades alcanzan a un millar de personas al día. «No llegamos a todos, es frustrante», apunta. A los niños les dan globos. ¿Y a los adultos? «Los hombres afganos nos piden cuchillas de afeitar, porque en su país llevar barba es de radicales, y no quieren parecer del Estado Islámico», explica.
A las nueve de la noche, varios autobuses ponen rumbo a Idomeni. Otra noche en movimiento. «¿Que qué solución tiene esto?» El conductor de uno de los autocares, Vangelis, piensa un par de segundos. «No lo sé. Ahora que les afecta a los alemanes, los refugiados sí son un problema y Alemania se preocupa. En los años en los que la inmigración nos afectaba solo a los del sur, a Italia, a España, a Grecia... entonces no pasaba nada», ironiza.
El reloj marca las cuatro cuando Vangelis anuncia la llegada a Idomeni. Una fila de autobuses aguarda su turno para entrar al campamento de refugiados. Dentro hay reparto de comida, hay atención médica, hay baños. Hay que esperar. Cuando llegue la señal, entrarán andando en Macedonia. Solo en octubre, 206.550 personas han cruzado caminando este paso.
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