La ronda francesa
Vingegaard derriba a Pogacar en una etapa alpina memorable
Cambio de líder en el Tour tras una jornada marcada por la estrategia ganadora del conjunto Jumbo en el Galibier que noqueó al jersey amarillo que perdió 2.22 minutos en el Granon.
Este miércoles la carrera se cita en el templo de Alpe d'Huez y las 21 curvas.
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Esta es la historia de un niño que este miércoles se hizo mayor en las montañas que escalaba con su padre cuando la familia cogía la caravana y se iba de vacaciones desde Dinamarca a los Alpes. Aquí, rodeado de telesillas y de rampas memorables, fue donde Jonas Vingegaard decidió hacerse ciclista, primero para soñar y ahora para que todas las fantasías comiencen a hacerse realidad. Victoria de leyenda, etapa para la historia, día de ciclismo para poner los pelos de punta y casi para escribir esta crónica de pie.
Imaginaba el pequeño Vingeggard en su Dinamarca natal, la misma que se volcó con el Tour hace unos pocos días pero que ya parecen una eternidad, triunfar con el balón. No se le daba nada mal el fútbol, pero era tan delgado que nadie quería pasarle la pelota.
Y, desde hace unas cuantas etapas, en el Jumbo, el equipo de los equipos, la fortaleza de este Tour, ya sabían que Primoz Roglic no era el líder sino un chaval danés de 25 años, que se presentó ante el mundo el año pasado para acabar segundo en París y para convertirse en el único corredor que puso en dificultades a Tadej Pogacar. Lo hizo en el escenario del Ventoux.
El Jumbo demostró sobre las rampas del Galibier, uno de los montes más aliado con la mística de este deporte y con la leyenda del Tour, que el ciclismo no es un deporte individual, aunque algunos lo crean. Aquí cuenta el equipo. Aquí vale y mucho dejar al líder aislado. Hasta tres veces atacó Vingegaard a Pogacar. Hasta tres otras ocasiones demarró Roglic, mientras Geraint Thomas se mantenía a rueda y cuando todos, todos los rivales, ya se habían descolgados, entre ellos Enric Mas, que pese a ser 15º en la etapa se dejó 8 minutos en el Granon.
Roglic fue la clave. Él trazó el camino de la victoria a su joven delfín. Él abrió de par en par las puertas del Tour. Él fue el artífice para que en el Granon se viera un desfallecimiento inesperado, brutal, exagerado e histórico. Porque los grandes héroes caen en el Tour sin que nadie lo puede prever. Pero normalmente lo hacen en la veteranía y no en la juventud y la lozanía de Pogacar. Se equivocó, y mucho. Pogacar es de los corredores que van a la suya. Y la suya va bien si las piernas funcionan. Pero, ¿qué hacía en el Galibier respondiendo a Roglic y desgastando fuertas? ¡Si lo tenía a casi tres minutos en la general! ¡Qué se fugase! ¡Qué ganase la etapa si era necesario! En vez de responder a Roglic, en vez de machacarse, solo debía estar pendiente de Vingegaard, y de haberlo hecho seguramente este jueves habría llegado vestido de amarillo al templo de Alpe d’Huez y sus 21 curvas en el día de la Fiesta Nacional de una Francia feliz porque ahora Romain Bardet, su niño mimado, es el segundo de la general.
Tan sombrado parecía ir Pogacar que a los pies del Granon hasta se atrevió a mirar a la cámara de la moto de la televisión francesa para sonreír creyendo que lo tenía todo controlado. Qué error. Qué fallo, porque la 'pájara' aparece en el instante más inesperado y no sabe ni de colores de 'maillots', ni de nombres famosos. Y fue a 4,8 kilómetros de la cima del Granon donde Vingeggard comenzó a noquear a Pogacar. Primero fueron 10 metros, luego 50, después 100 y ya no lo vio más. Solo Vingegaard, más arriba, en un monte sin vegetación, que se cubrió de tiempo invernal con la llegada de los últimos, comprobaba la distancia que le sacaba al ciclista esloveno cuando levantaba la cabeza y miraba la carretera que asomaba por debajo de su nuevo imperio amarillo.
Llegó esprintando a meta y solo levantó los brazos cuando ya había parado el cronómetro, sabedor de que todo segundo contaba y conocedor de que había firmado un día para la historia, una etapa memorable para comenzar a entrar y con alfombra roja bajo las ruedas de su bici en el salón de la fama del Tour de Francia. Y este jueves que siga la fiesta en Alpe d’Huez.
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