Desenlace agridulce
Un mural olvidado de Keith Haring decorará el comedor de un geriátrico en Barcelona
"El Keith Haring era mío": el exilio forzoso del billarista que salvó el mural 'Acid'
El arte de Keith Haring sobrevive a la piqueta en Sant Gervasi
Barcelona restituye junto al Macba el mural de Keith Haring sobre el sida
No solo los gatos tienen más de una vida, al parecer las obras de Keith Haring en Barcelona también. Después de que la ciudad haya resucitado hasta tres veces el mural contra el sida que el neoyorkino pintó en un efímero muro de la plaza Salvador Seguí del ‘barrio chino’, ahora una segunda e intacta obra del artista está a punto de vivir su tercera vida en Sant Gervasi.
La obra, llamada Acid en alusión a una discoteca que fue mítica por sus sesiones de acid house, amenizará el día a día de personas de la tercera edad. Según ha podido saber EL PERIÓDICO, quedará exhibida en el comedor de un futuro geriátrico de la calle Atenas, 27. El destino final del mural se ha concretado tras una larga y espinosa disputa sobre su titularidad.
Una semana de arte y desenfreno
La trascendencia de dicha obra radica en que fuera pintada por Haring en 1989 tras una semana de fiesta en Barcelona. Ni tenía compromiso alguno de pintarla, ni cobró por ello. Simplemente el cotizado artista urbano visitó la discoteca ARS Studio y se subió a la cabina del DJ Cesar de Melero, rompió un pincel y con su característica pintura plástica roja se puso a trazar el niño flor que posteriormente se bautizó con el nombre de Acid.
La discoteca, con el Haring cuál pantocrátor, terminaría por convertirse en cuna de la música electrónica y meca para los noctámbulos de la Barcelona preolímpica. Sin embargo, los excesos de sus fieles con las drogas llevaron al local a intermitentes cierres temporales. Una clausura que se volvería definitiva en 1992 y que sumiría en la oscuridad el mural durante tres años. Su inesperado salvador fue Gabriel Carral, un joven que alquiló el bajo para montar el Club Billares ARS.
'Pool', copas y merchandising
“Corría el año 1995 cuando me puse a adecentar el local, contraté un pintor y me sugirió pintar también el mural”, recuerda Carral. Aunque quería dar una nueva imagen a todo el espacio, hizo una excepción: “Le terminé diciendo que no”. “Algo recordé en ese momento sobre el hecho de que lo había pintado alguien importante”, añade.
“Me costó mucho encontrar información sobre quién, cómo y cuándo lo pintó”, rememora el billarista. Precisamente, a los pocos años unos desconocidos, que sí sabían dónde y qué iban a buscar, le llegaron a ofrecer un millón de pesetas por extraer el muro y llevárselo. “Pero me pareció poco y no me compensaba porque tenía que cerrar dos o tres semanas el local”, sostiene. Además, explica, el niño flor ya se protagonizaba el logotipo de los billares e incluso lo había estampado en el merchandising del club.
Pese a que Carral nunca quiso cerrar el billar, la pandemia y un nuevo futuro para este edificio de estilo brutalista provocaron que la última bola negra fuese engullida por la tronera en agosto de 2021. “El edificio lo compró un médico para levantar un nuevo geriátrico, aunque al final me tuve que ir cuando la Generalitat intercedió por el mural”, recuerda Carral.
El geriátrico, sin calendario
Han pasado dos años del cierre del Billares ARS y muchos acólitos del pool todavía se preguntan por qué tuvo que cerrar si el edificio permanece imperturbable. “Creímos que tardaríamos tres meses en empezar la demolición y las obras, pero con la pandemia y algún tema más, las cosas se complicaron”, justifica el promotor de la residencia, el doctor Rafael Benages. “Ahora mismo estamos en la fase del proyecto ejecutivo de las obras, no sé dar una fecha para la puesta en marcha”, añade frustrado.
En cualquier caso, los trabajos deberán respetar el mural. En mayo de 2022 la Generalitat lo declaró Bien Cultural de Interés Nacional, una protección que lo debería blindar como intocable e inalterable. El doctor Benages no solo lo acata, sino que la relevancia del Haring lo ha llevado a apostar por situarlo en en un espacio preeminente de la futura residencia. Más concretamente, en el comedor del equipamiento privado, según han detallado fuentes del Ayuntamiento. “Así, lo podrán apreciar los residentes y familiares que lo sepan valorar”, expone el promotor.
Barcelona pierde otro edificio singular
Del actual bloque ubicado en el número 27 de la calle Atenas solo quedará el mural de Keith Haring en un sótano. Todo lo demás será pasto de las retroexcavadoras para levantar la residencia de 75 plazas (16 públicas) distribuidas en seis plantas. Tres sobre superficie y tres soterradas, de las que una albergará salas comunes y las otras dos aparcamientos. “El diseño del edificio ya contempla toda una serie de cosas que hemos aprendido con la pandemia; nuestra intención es ofrecer una asistencia de alta calidad”, avanza el doctor.
La singularidad del edificio pretérito desaparecerá. Con una estética poco llamativa, a caballo entre el brutalismo y el estilo industrial, el bloque sentenciado ha sido escenario de episodios clave de la historia cultural de Barcelona. Nacido como sede del Ateneu de Sant Gervasi, el inmueble pasó a albergar el gran cine-teatro ARS. De hecho, la primera vez que levantó el telón fue con una obra de Joan Oliver, música de La Trinca y dirección escénica de Ventura Pons.
Mercè Rodoreda, asídua
La música de la Nova Cançó, con conciertos de Maria del Mar Bonet o Jaume Sisa, se alternó durante años con proyecciones de cine especializado en arte y ensayo, como To Be or Not To Be o films de la Semana Internacional del Cine de Barcelona. Una programación cultural de la que Mercè Rodoreda se convertiría en fiel consumidora hasta su reconversión en discoteca, tal como ella misma confesó en una entrevista televisiva con motivo de la presentación de La plaça del Diamant.
Mientras que la Colometa de Rodoreda se convirtió en un imprescindible testigo narrativo para entender la Barcelona de la posguerra, ahora el Haring va camino de convertirse en metáfora de la evolución de la ciudad de finales del siglo XX e inicios del XXI. En su caso, con una tercera vida -y quién sabe si más- gracias a su protección patrimonial.
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