Agua corriente

In-so-por-ta-ble

Uno de cada cinco barceloneses va a trabajar en coche o moto

La difícil pacificación del último tramo de la Meridiana

BARCELONA 21/09/2022 Previa día sin coches. En la foto tráfico en la Marina con Gran Vía FOTO de FERRAN NADEU

BARCELONA 21/09/2022 Previa día sin coches. En la foto tráfico en la Marina con Gran Vía FOTO de FERRAN NADEU / Ferran Nadeu

Emma Riverola

Emma Riverola

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Necesitaría cuatro ojos más, como mínimo. Un par en cada sien y otro tanto en el hueso occipital. ¿O mejor en el parietal? Que sean dos más. En total, ocho ojos controlando cada metro a su alrededor, asegurando el avance. Esto es un peligro, así lo siente. Unos atacan por aquí. Otros por allá. Una barbaridad. Insoportable. In-so-por-ta-ble. Y se lo repite así, separando las sílabas, para dejar clara la lentitud de la agonía. 

Le estresa, no puede remediarlo. En la siguiente calle tiene que girar a la izquierda. Muy bien, vamos allá. Intermitente. ¿Por dónde atacan? Necesita dos segundos. Pues no, no se los han concedido. Ya le están pitando. Pero, ¿qué clase de descerebrados hay al volante? ¿De qué mierdas protestan? ¿Qué pretenden? ¿Que se lance como una posesa sin mirar y se lleve a alguien por delante? ¿Se piensan que está echando una siesta? ¿Por qué no se meten el claxon donde…? Le estresa. Definitivamente, le estresa conducir por Barcelona

Tiene nostalgia circulatoria. Es absurdo, lo sabe. Puestos a tener añoranza de algo, se le ocurren mil cosas mejores. Pero aún recuerda cuando se movía por la ciudad sin ganas de gritar en cada esquina o cuando no se dejaba una pasta aparcando. Es verdad que hace muchos años de eso. Y, entonces, Barcelona era una ciudad más gris que luminosa. Aunque ella era joven, y eso siempre embellece los recuerdos. 

Pero esas líneas, esas marcas en el asfalto, que si ahora blanco, que si ahora amarillo, que si cuadrícula, que si damero, que si los separadores de carril bici, o bus, es que no los entiende. O sí, pero se ofusca. Lo peor es eso, el nerviosismo que se va acumulando, esa crispación que estalla ante el anuncio de una nueva vía cortada por obras. Entonces le dan ganas de convertirse en la reina de la selva y tomar las calles al asalto. 

Ahora, un giro a la derecha. Vamos, puedes hacerlo, se anima. Toma aire. ¿Bicicletas? ¿Patinetes? Sufre, no puede evitarlo. Se ha tragado muchos atascos en su vida, es lo que tiene vivir fuera de la ciudad, pero no se acostumbra a circular de este modo. Movilidad sostenible, lo llaman. Y se le escapa un bufido que, al momento, se esfuerza en corregir. Porque una cosa es estar de los nervios y otra, dejase llevar por la ranciedad. Y sabe que algo se tiene que hacer para no morir con los pulmones extenuados. 

Verde bajo el asfalto

Una vez, de cría, dibujó una ciudad en la que el asfalto se levantaba con un abrelatas de los de entonces, aquellos que acompañaban a las conservas, una especie de llave con orificio en el que se enroscaba el metal y liberaba la tapa. El dibujó le quedó como un churro, pero en su cabeza era una maravilla. El asfalto se plegaba y la tierra quedaba al descubierto, mostrando flores de colores y animales correteando por los caminos. Recuerda que le fascinó la idea, el pensamiento del verde bajo el asfalto. 

¿Por qué le asalta ahora ese recuerdo? Supone que es una especie de excusa, es un modo de decirse a sí misma que no es una descerebrada y que tampoco niega la contaminación. Porque no, ella no está en contra de las bicicletas ni de los patinetes, es solo que no soporta este pandemonio. Ni los cláxones que están a la que saltan. Ni los carriles estrechados por las obras. Ni las obras que tienen la ciudad patas arriba. Ni, ni, ni… 

Y ahora ya se adentra en el atasco de salida. Al menos, ya no le quedan más giros. Calcula que en unos tres cuartos de hora llegará a casa, si hay suerte. Semáforo. Como no, algunos coches se han quedado en medio del cruce. Más lío. Mira los rostros de los otros conductores, entre la crispación y la resignación. No pasa lo mismo por el carril de su derecha, el de los autobuses. ¿Esa no es su vecina? La que está leyendo. Ahora levanta la vista. Sí, es ella. Se saludan efusivamente, se llevan bien. Verde. El autobús se pone en marcha, es el que va a su pueblo. Ya se pierde dentro del túnel. Ella sigue ahí. Atrapada. Estresada. Exasperada. Definitivamente, el tráfico se ha vuelto insoportable. In-so-por-ta-ble.  

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