Arquitectura

El 22@ incorpora un 'coworking' industrial y naturalizado en Pere IV

El edificio es obra de Daniel Mòdol, que ha jugador con la madera y el hierro y consiguiendo luz donde casi no había

Carlos Márquez Daniel

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Bajó la persiana en 2012 y dio comienzo la carrera clásica de cualquier inmueble que esté en una zona golosa de la ciudad. La antigua ferretería Balius pasó por distintas manos e incluso se barajó la posibilidad de instalar un hotel de tres estrellas. Hasta que la normativa municipal limitó mucho las opciones y el propietario actual se decidió por un peculiar 'coworking'. Distinto a todo lo que hay en un entorno desigual, en el 22@, donde todavía maridan como un Lego a medio terminar fincas centenarias de dos o tres plantas con imponentes construcciones contemporáneas en las que, hasta la fecha, ha primado la oficina por encima de la vivienda y la vecindad.

El proyecto lleva la firma del despacho del arquitecto Daniel Mòdol, un nombre que quizás les suene porque fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona entre 2015 y 2019, mandato en el que ocupó el cargo, insólito hasta entonces y que no tenido continuidad, de concejal de Arquitectura, Paisaje Urbano y Patrimonio. De vuelta a la actividad profesional, recibió, entre muchos otros, el encargo de Merlin Properties -que explota el 'coworking' bajo su marca Loom- de convertir un edificio sin vida, pero con mucho encanto escondido, en una obra singular del Poblenou.

Daniel Mòdol, ante el 'coworking' situado en el 22@ que ha salido de las tripas de su despacho de arquitectura

Daniel Mòdol, ante el 'coworking' situado en el 22@ que ha salido de las tripas de su despacho de arquitectura / Ricard Cugat

No hace falta ser un cultureta de la arquitectura para percibir los detalles. Desde la calzada de la calle de Pere IV -tiene lógica que aquí hubiera la ferretería central del barrio, porque esta era su arteria principal- se distingue una fachada naturalizada con ventanas de madera y vigas de hierro que generan cubículos a lo ancho de sus cuatro plantas, un rigor que se rompe en el interior con espacios dinámicos y modulables, con todos los suministros a la vista, pintados de blanco bajo una tímida 'volta' catalana. Se nota que Mòdol lo ha pasado bien con el proyecto. Explica que eliminaron una antigua escalera, junto a la entrada, y que eso les permitió crear un patio que aporta lo que busca cualquier artista de lo vertical: luz. "Tiene un lenguaje industrial que nos gusta, pero también con una lógica comercial. La historia ha sido uno de los ejes del proyecto", comparte Mòdol.

Un nuevo 22@

"Estamos acostumbrados a ver edificios anónimos y repetidos de empresas", ha explicado el arquitecto, en referencia a muchos de los inmuebles con los que comparte vecindario en el 22@. Las ventanas que dan a la calle, que de hecho son puertas, se pueden abrir todas, lo que da acceso a unas macetas enormes a nivel de suelo que en origen -ese era el deseo de Mòdol porque querían ser una extensión del interior- tenían que ser huertos de bolsillo. Pero trabajar la tierra da demasiado trabajo y parece que al final serán plantas, que también dan mucho colorido al conjunto. En las dos plantas superiores hay dos impresionantes terrazas. En la tercer altura, además, los pequeños despachos de reuniones pueden abrirse completamente al exterior.

"La arquitectura repetida genera pérdida de identidad en una ciudad, por eso hacen falta propuestas flexibles y perdurables"

La obra, que en su momento sufrió las estrecheces e inconvenientes de la pandemia y los confinamientos, ha costado 5,3 millones de euros. Habría sido mucho menos de no haber ganado una planta subterránea, lo que obligó a suspender el peso de todo inmueble para poder trabajar en sus bajos fondos. Ahí se ha colocado la recogida neumática de residuos y un sistema de energía (Districlima) que les conecta a la red urbana del 22@ de distribución de calor y frío. También en el techo hay placas solares, y de hecho, todas las medidas vinculadas a la sostenibilidad energética han brindado a este 'coworking' la certificación ambiental LEED Gold.

Diseño "perdurable"

El edificio nace con vocación de no pasar de modo. Por eso Mòdol ha optado por no fijarse demasiado en las tendencias contemporáneas y ha buscado un fórmula "flexible y perdurable". "La arquitectura repetida -sostiene- genera pérdida de identidad en la ciudad". O lo que es lo mismo, Barcelona, si quiere atraer turismo, empleo de calidad e inversiones, necesita ser peculiar y distinta a cualquier otra urbe.

Es un 'coworking', pero en febrero de 2015 estuvo cerca de convertirse en un hotel. El propietario de entonces llegó a colgar en portales inmobiliarios la oferta: 3,1 millones de euros para albergar medio centenar de habitaciones. Se incluían planes del proyecto, pero todo se paró con la moratoria hotelera dictada por el gobierno de Ada Colau.