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Incendio en una librería de Sarrià: el 'ave fenix' de las hermanas Bassedas

Rosa y Maria lo dejaron todo y se pusieron a vender libros y periódicos en 2018 tras hacerse con el traspaso de un negocio de toda la vida

El 30 de enero las llamas se llevaron por delante su negocio, una tragedia que les ha servido para darse cuenta de que el barrio no quiere ni puede pasar sin ellas

Carlos Márquez Daniel

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Mientras el fotógrafo, el bueno de Jordi Otix, se juega el tipo desde la calzada para retratarlas junto a su negocio, no se detiene el reguero de vecinos que se paran un momento para charlar, darles un abrazo, besos, ánimos, ofrecerles su ayuda. Total, que la foto, que tenía que ser la de las hermanas Rosa y Maria Bassedas delante de su librería de la plaza de Sarrià, que se incendió el 30 de enero, termina siendo la de los clientes arropándolas y alentando su pronto regreso. Porque en la ciudad de la gentrificación comercial, en la ciudad cada vez al alcance de menos bolsillos, que se queme una tienda de tanta proximidad es un mordisco en la estabilidad social. Y ahí están ellas, blandas como un flan, llevándolo a ratos, más mal que bien, a la espera de que las compañías de seguros terminen el puzle del acuerdo que debe decidir su futuro. Esta es una historia de barrio, pero dice mucho de la Barcelona de 2023.

Una joven lectora que espera poder recuperar pronto su librería

Una joven lectora que espera poder recuperar pronto su librería / Jordi Otix

Empecemos con los hechos. El 30 de enero, sobre las cuatro de la tarde, Maria estaba sola en la tienda. Subió al altillo para buscar recambios de papel y escuchó un estallido seco. Media hora después, el local era pasto de las llamas. Ni su extintor ni el de una tienda vecina pudieron con el fuego. Según los bomberos, un fallo eléctrico. Al día siguiente vino el perito, y durante 10 días han estado achicando cenizas y despojos. "Ahora es una caja negra y vacía", define Rosa.

Tendrán que esperar a que las compañías se pongan de acuerdo. De ahí saldrá una cifra que debería bastar para la reconstrucción, pero sus primeras estimaciones no son optimistas: será más caro. Ahora maridan el duelo con las dudas, el no saber si ese margen entre lo que les ofrecerán y lo que realmente costará el renacimiento vale la pena. Repasar cómo han llegado hasta aquí quizás arroje alguna pista sobre su porvenir.

Agenda y factura

Rosa trabajó durante tres décadas en el Liceu. Empezó como secretaria de dirección y salió al poco de cumplir 50 años como responsable de relaciones institucionales. Entró un año y medio antes de que se incendiara el teatro, el 31 de enero de 1994. Sombría casualidad que la librería ardiera un 30 de enero, casi 29 años después. No tenía plan b, pero estaba convencida de que no le costaría encontrar trabajo. Error... No fue fácil, así que se hizo autónoma y empezó a picar de aquí y de allí realizando tareas de gestión cultural.

Las libreras de la plaza de Sarrià contemplan los mensajes y dibujos de apoyo depositados en la madera que cubre la entrada de su negocio

Las libreras de la plaza de Sarrià contemplan los mensajes y dibujos de apoyo depositados en la madera que cubre la entrada de su negocio / Jordi Otix

A finales de 2017 acudió a la librería Hernández de la plaza de Sarrià, el barrio en el que han vivido muchos años de manera intermitente. Compró una agenda para el año siguiente y le pidió al dependiente que le hiciera una factura. "¿Eres autónoma? Este negocio se traspasa...", le dijo. Jamás se había planteado ser empresaria, pero se fue a casa con el nervio de una primera cita.

Desempató cuando llamó a su hermana, más fría, más racional, menos pasional, la que mantiene los pies en el suelo mientras ella flota en ilusiones. Le propuso que se embarcaran juntas en esta aventura y Maria, toda una vida como secretaria de dirección en un par de despachos, se dejó llevar. "Ninguna de las dos teníamos ni idea de dónde nos metíamos", rememora.

Contrapesos

Abrieron el 1 de febrero de 2018 después de un mes de traspaso en el que antiguos propietarios, tras el mostrador desde 1963, se comportaran de maravilla y les enseñaran todos los secretos de la profesión. Mantuvieron como empleado por las mañanas a Ricard, el chico que le vendió la agenda a Rosa. Rondaban los 50 años, pero aquel volver a empezar les devolvió la sana inseguridad de los inicios. El no saber, el estar convencido de que te equivocarás, el descubrir algo nuevo cada día, la duda de si gustarás a los demás. Pero por encima de todo, el sentirse dueñas de su propio destino y tener al lado una de las personas más importantes de su vida. Una hermana, pero también un contrapeso, porque válgame dios lo distintas que son estas dos damas.

Alguno de los mensajes colgados en la librería

Alguno de los mensajes colgados en la librería / Jordi Otix

En julio de 2019 cambiaron el nombre y le pusieron Llibreria de la Plaça. Nada en contra del señor Hernández que en los 60 levantaba la persiana cada mañana, pero era el momento de poner su sello. Se plantearon ponerle su apellido, Bassedas, pero optaron, porque esto al fin y al cabo sigue siendo un pueblo del llano de Barcelona, en darle un toque costumbrista. La cosa iba bien, con los periódicos, las revistas, los libros, los cromos de la chavalada, los artículos de papelería.

Relación de ida y vuelta

Y llegó la pandemia que nos enclaustró a todos menos a unos pocos. Gracias a la venta de prensa pudieron abrir cada día. Por las tardes, cuando cerraban, repartían diarios a domicilio a los clientes habituales. Y son estos los detalles que explican los abrazos y las muestras de cariño recibidas desde que el incendio pausó sus líneas vitales. Una reacción que, admiten, les ha sorprendido y que explican por su manera de ser y de atender. "Sabemos escuchar a la gente, no cuesta nada, no tenemos prisa, no criticamos a nadie. Hay mucha gente que está sola y que le gusta contarte cosas. Creo que notan que nuestra relación con ellos no es falsa, y que el cariño es mutuo".

Maria (izquierda) y su hermana Rosa, frente al negocio que esperan poder recuperar pronto

Maria (izquierda) y su hermana Rosa, frente al negocio que esperan poder recuperar pronto / Jordi Otix

Lo expresan de manera muy desigual, pero se nota, y faltaría más, que tienen miedo. O respeto por lo que está por venir. Porque la gran inversión ya la hicieron hace cinco años con el traspaso y no se ven, con 58 (Rosa) y 54 años (Maria) embarcadas de nuevo con créditos que no saben si podrán asumir. Pero tampoco quieren limosna. No saben cómo, pero una vez tengan las cifras sobre la mesa, tratarán de buscar la manera de salir adelante. Por Sant Jordi, por ejemplo, montarán parada en la plaza como cada año. Es probable que entonces todavía no hayan recuperado el negocio, pero el 23 de abril es su día y no hay incendio que se lo vaya a arrebatar. Los que quieran echar una mano, de entrada, pueden seguirlas en Instagram.

Esta es la historia de un comercio de barrio en horas bajas que más pronto que tarde necesitará que los vecinos pasen del abrazo a la acción. Pero es también la crónica de dos hermanas tan antagónicas que se encuentran en todos los límites de sus diferencias. Algo tienen en común: les encanta ser libreras.

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