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Abordaje al velero oceánico de madera más grande del mundo

El ‘Götheborg’, una réplica de un navío sueco del siglo XVIII, amarra en Barcelona hasta marzo y abre sus puertas al público  

El barco, que navega solo con la ayuda del viento, sigue la ruta comercial original entre Gotemburgo y Shanghái 

El velero de madera oceánico más grande del mundo llega a Barcelona

El velero de madera oceánico más grande del mundo llega a Barcelona. /

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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Navegar en el velero oceánico de madera más grande del mundo no es fácil. Abordarlo en el mar, menos. No hay plataforma elevadora que permita llegar a la cubierta cómodamente desde un remolcador. Lo suyo es subir por una escalera de cuerda lanzada desde la borda y pegada al casco. Tal cual. Impresionante pero seguro. Este jueves había posibilidad de abordaje y la oportunidad merecía la pena no en vano el ‘Götheborg de Suecia’ no es un barco cualquiera. Con sus 58 metros de eslora, 11 metros de manga y 47 metros de altura de su mástil más ambicioso no solo es el velero oceánico de madera más grande del mundo, es también una réplica a escala de un navío del siglo XVIII que mercadeaba para la Compañía Sueca de las Indias Orientales. Lo hizo hasta 1745, año en que naufragó frente a la costa de su país a la vuelta de su tercer viaje a China. 

En el Moll Bosch i Alsina

Pues eso, la ocasión la pintan calva. El velero esperaba esta mañana a pocas millas de la costa para entrar en el puerto de Barcelona. Y allí que fuimos. Superar el trance de escalar el casco tenía recompensa: un viaje al siglo XVIII. La cubierta reproduce la original y la tripulación hace lo propio con su uniforme en ocasiones señaladas, y amarrar en el centro de la ciudad, en el Moll Bosch i Alsina, donde años ha lucía la carabela ‘Santa María, es una de esas ocasiones. La entrada ha sido puntual, a las diez de la mañana, y en compañía. Es habitual que cuando una de estas naves arriba, lo haga escoltada de otros buques históricos. A recibirla han ido, entre otros, el pailebote 'Santa Eulàlia’ y el queche ‘Ciutat de Badalona’. 

Ocho salvas de artillería

Y como es menester, han sonado salvas de artillería: ocho cuando el ‘Götheborg’ ha sobrepasado el World Trade Center. Una manera de saludar que en tiempos pretéritos indicaba que la entrada se hacía en son de paz. Hoy no ha habido respuesta. Sí la tuvo el velero en sus últimas dos escalas: Mónaco y La Valeta (Malta), ciudades que aún conservan activos los cañones de antaño. También ha habido cántico de la tripulación: una versión del popular himno marinero ‘The Wellerman’. ¿Por qué? Entonar esta y otras canciones a bordo ayuda a mantener la sincronización cuando las tareas se hacen a mano. Ni que decir tiene que en el ‘Götheborg’ se recoge y suelta vela sin tecnología de por medio. Veintiséis paños que suman una superficie de 1.964 metros cuadrados y pesan lo suyo porque, cómo no, están hechos como en el siglo XVIII: de lino.  

70 tripulantes y cuatro timoneles

De entrada, el aparejo está puesto para coger el viento de popa. Si este vira, las velas flamean y se tardan horas en cambiar de posición. Un aparejo tan difícil de manejar como el timón, que si las condiciones son favorables necesita a dos timoneles pero si el temporal arrecia requiere cuatro. Así, la tripulación la forman 70 personas, de las cuales 20 son profesionales y 50 aprenden el oficio. La mitad que cuando el barco se echaba a la mar hace casi tres siglos, “antes salían 140 porque el 50% moría en la travesía”, asegura la tripulante Anna Creutz. También subían vacas y gallinas vivas, cosa impensable en la actualidad. Hay alguna diferencia más entre la nave original y la réplica como los cinco pisos de barco actuales frente a los seis de antes (los techos eran más bajos) y la seguridad: el velero va equipado con tecnología moderna aunque no se use y no se vea. 

Abierto a las visitas

Tampoco lleva bienes para comerciar a bordo. En el siglo XVIII, el ‘Götheborg’ partía de Suecia cargado con madera, hierro y alquitrán que en Cádiz intercambiaba por plata y con el metal precioso adquiría en China porcelana, seda, té y especies. La expedición ahora tiene otros fines más didácticos, aunque nada tienen que ver con los del buque-escuela de la Armada ‘Juan Sebastián de Elcano’, aquí para embarcarse solo es necesario querer instruirse en el arte de navegar como se hacía en el siglo XVIII. Y pagar por ello. El trabajo a bordo está asegurado pues no se para durante las 24 horas del día. “Es necesario aprenderse de memoria donde están todos los cabos, pues en cubierta no hay luces y por la noche vas a tientas”, asegura Tarzán Labole, un florentino de 18 años apasionado por el mar y por aprender la técnica. 

A la espera de vientos favorables

El ‘Götheborg’ se halla en el primer tramo de su actual travesía, partió de Gotemburgo en junio de 2022 y llegará a Shanghái en septiembre de 2023. Durante la singladura seguirá la ruta original pero cogiendo el atajo del Canal de Suez y evitando, así, rodear el continente africano. En Barcelona ha amarrado para pasar el invierno, a la espera de que el frío marche (si es que llega) y soplen vientos más favorables. La intención es alargar la escala hasta marzo y abrir el buque a las visitas del público: diarias hasta el 1 de noviembre y los fines de semana hasta su marcha.

La de ahora es la segunda de las grandes expediciones del velero. La primera, también de Suecia a China, la realizó entre 2005 y 2007. Dos años antes, en 2003, fue botado tras casi una década de construcción con técnicas manuales siguiendo la tradición del siglo XVIII. Aunque su construcción es casi anecdótica: “En 1984 se inició la excavación marina del barco original, una vez encontrados los restos alguien dijo ‘y ¿ahora qué hacemos?’. Primero se pensó en una reproducción a escala menor pero al final se optó por el tamaño real, y a partir de aquí otro dijo ‘si hacemos la réplica escala 1:1, vamos a navegarlo también’. Y así hasta llegar a China”. Palabra de Lars G. Malmer, uno de los responsables de Greencarrier, la empresa propietaria del ‘Götheborg de Suecia’.

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