INICIATIVA MUNICIPAL

La educación emocional crece en Barcelona pero se mantiene como materia satélite

Los problemas de salud mental se disparan pero la enseñanza sigue sin incluir las emociones en su currículum formativo

Escuela Antaviana

Escuela Antaviana / Ferran Nadeu

Carlos Márquez Daniel

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Para los chavales del instituto escuela Antaviana, de Nou Barris, Laia Ferragut és simplemente 'Laia'. No és ni la profe de lengua, ni la 'teacher' de inglés, ni la de música ni la de 'mates'. Saben que forma parte de los mayores, los que enseñan cosas, pero también tienen claro que lo suyo son las emociones, que tanto puede trabajar a través del arte como del teatro. Es educadora social y desde hace cuatro años acompaña a los estudiantes en el fortalecimiento de su salud mental. Forma parte del programa municipal de educadores emocionales (educadoras, para ser más justos, pues la inmensa mayoría son mujeres) distribuidos por distintos colegios de Barcelona, sobre todo en los que esta figura es más necesaria. La iniciativa arrancó en 2016 con 27 profesionales. Para el próximo curso serán ya 81.

La educación emocional sigue siendo un satélite, una seta en la enseñanza a pesar de que la prevención es vital para que, en edades adultas, se puedan evitar enfermedades mentales. El trabajo de Laia tiene una triple cara: los profesores, los niños y las familias. Para los primeros requiere dos cosas imprescindibles. Primero, la mente abierta de un gremio al que, según cómo, no le gusta que vengan de fuera para corregir hábitos de toda la vida. Segundo, tener la habilidad para que te consideren más una oportunidad que un obstáculo. En la Antaviana se han alineado los astros y todo el claustro, cuenta esta especialista, la acogió "con ganas de aprender nuevas maneras" de abordar la enseñanza.

Alumnos del Antaviana, con el premio que les reconocía en 2014 como la mejor escuela de Barcelona. Con gafas, el director del centro, Francesc Freixanet

Alumnos del Antaviana, con el premio que les reconocía en 2014 como la mejor escuela de Barcelona. Con gafas, el director del centro, Francesc Freixanet / Ferran Nadeu

Con los niños el trabajo es sutil, un poner una piedra sobre la otra para que, cuando terminen la escuela, "sean capaces de resolver conflictos". En ese camino hay una ardua tarea de "alfabetización emocional", esto es, usar herramientas pedagógicas para que, a través del arte o el teatro o el simple diálogo con ellos, sean capaces de exteriorizar y detectar sus preocupaciones para tratar de resolverlas. Primero con Laia, y cuando terminen el cole, por ellos mismos. Lo que es una pena, sostiene esta educadora, es que este tipo de perfiles sea un extra, y que las emociones no formen parte del currículum educativo obligatorio, al mismo nivel que cualquier otra materia que se aborde en las aulas.

Sistema público

Esta situación quizás refleja lo que sucede en la sanidad ante la enfermedad mental: solo llegan al sistema público, a través de los psiquiatras, los casos más graves, mientras que todo el trabajo de prevención y fortalecimiento de la personalidad se deja en el ámbito privado, es decir, de pago, a través de los psicólogos, por ejemplo. Más que nada, y según señala Laia, "porque todos somos vulnerables", un hecho evidente que la pandemia ha puesto más de relieve que nunca. Lo dice el sentido común, pero también los datos. La concejala de Salud, Gemma Tarafa, ha recordado este martes un par de cifras que ayudan a contextualizar el problema: "El 60% de los jóvenes creen que la crisis ha afectado de manera negativa a su estado emocional, y el 80% de las familias están preocupadas por la salud mental de sus hijos".

Barcelona inició en 2016 su propio plan para abordar esta carencia. El diagnóstico así lo requería: el 16,3% de los hombres y el 19,1% de las mujeres de entre 18 y 64 años presentaba entonces mala salud mental. Son datos de hace cinco años que ahora, con el coronavirus, habrán aumentado. Una de las herramientas propuestas era la figura del educador emocional, por esa vocación de observar y prevenir posibles dolencias que aparecieran en la edad adulta. Se empezó por 27 escuelas y para el curso que viene, con un presupuesto de 1,2 millones de euros, serán 81.

Al margen de esta figura que acompaña a educadores, niños y familias, que según cuenta Laia, han aceptado de muy buen grado su presencia y el apoyo que presta a sus hijos, el consistorio tiene en marcha otros recursos vinculados a empoderar a los chavales, desde el proyecto '1, 2, 3, emoció' para los niños de 3 a 5 años, hasta el servicio de orientación Konsulta'm, que en el último año ha incrementado la atención en un 138% y el 70% son jóvenes derivados por un centro educativo. Pero todo, por ahora, vinculado a planes puntuales y pruebas piloto, sin que por ahora, la educación emocional deje de ser un satélite y se convierta en un pilar más de la enseñanza.