Efectos de la pandemia

La nueva vida de la Boqueria

La desaparición del turismo ha obligado al mayor mercado de Barcelona a dar marcha atrás en su modelo y operar como el resto de la ciudad

En conjunto se ha perdido un 70% de negocio, aunque se ha reconquistado a una pequeña parte del antiguo comprador local

La Boqueria, ahora con más oferta tradicional y menos productos destinados al turista.

La Boqueria, ahora con más oferta tradicional y menos productos destinados al turista. / ELISENDA PONS

Patricia Castán

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Cristina L., vecina de Sants, ha regresado a la Boqueria tras ocho años de alejamiento voluntario. "La última vez que fui me costó 10 minutos llegar al segundo pasillo. Estaba tan masificado que me dije que nunca más volvería", rememora. A Francisca Gabaldà, una institución en materia 'menuts' o casquería (cruda y cocinada casi con varita mágica por su hija Rosa) le dan ganas de "poner una alfombra roja a cada antiguo cliente que vuelva. Habría que pedirles perdón", opina. Esa escena, ese reencuentro, es acaso uno de los mejores momentos de la nueva vida de la Boqueria. Dibuja una lenta reconciliación ciudadana con el mayor mercado de la ciudad, aunque se produzca a costa de una pandemia y una caída de la facturación media del 70% que ha dejado en erte a muchos empleados.

Como en un curioso viaje por el túnel del tiempo, el visitante se topa ahora con un mercado como el de fin de siglo. Ha desaparecido el descomunal expositor de zumos, frutas cortadas, o comida en paperinas lista para comer a pie de calle y todo el colorido lo insufla ahora el producto fresco. Listo para llenar el carro o la cesta de la compra, y no para volar directo a la boca junto con un selfi para el ciberespacio que alentaba a curiosos de todo el mundo.

Rosa, en la parada de 'menuts' en la que trabaja con su madre, Francisca Gabaldà.

Rosa, en la parada de 'menuts' en la que trabaja con su madre, Francisca Gabaldà. / Elisenda Pons

También se ha esfumado cualquier conato de aglomeración. A las ocho de la mañana, cuando comienza la jornada, reina la calma. La mayoría de los 200 negocios están activos (alguno "cerrado por vacaciones"), aunque no pocos abren por pura obligación, ya que el ayuntamiento amenazó con liquidar las concesiones a los ausentes en los malos tiempos.

Francisca es una de las pocas vendedoras que no bajó la persiana ni en momentos de negrura. Porque fueron muchos los días de pasillos tan desiertos como vacías estaban sus cajas registradoras. "Poco a poco se fue arreglando y nosotros ahora estamos como antes de la pandemia o incluso un poquito mejor", evalúa. La razón no es otra que la naturaleza del género que despacha con gracia. Ni las vísceras crudas ni tan siquiera sus célebres carrilleras a la catalana envasadas y listas para zampar son objetos del deseo del turista. Más bien lo contrario. Así que la tendera ha reforzado su posición con la clientela habitual (engrosada por los que han cambiado solomillos por melosos de ternera) y echado el lazo a la perdida. "Vuelve gente que no soportaba hacer la compra con tanto turista, porque esto se había ido de las manos. Hay que encontrar un equilibrio", opina.

Enseñar a comprar y comer

Cada visión de la Boqueria es dispar según el producto que se maneja. Su gerente, Óscar Ubide, ha trabajado a destajo para optimizar las virtudes del gran zoco central. Empezando por su nuevo Espai Boqueria, con una intensa actividad ahora telemática, pero que con el tiempo será un espacio para aprender en directo a comprar y sacar partido a los fogones. "Claro que estamos sufriendo. Los turistas ya no están, y en el Gòtic hay apenas vecinos. Proveer a los restaurantes suponía un 30% de las ventas y ahora muchos están cerrados. Y hay gente de Barcelona o el entorno que aún tiene miedo y prefiere comprar lo más cerca posible de casa", resume. O sea, todos los boletos para el pinchazo comercial. Algunos negocios viven en un pozo de pérdidas y otros, menos dependientes del viajero, exhiben más fuelle. Cada vez más, reinventándose a costa de volver a los orígenes en su oferta, aunque sin perder de vista la nueva era del reparto a domicilio o la venta por WhatsApp. "De esto saldrá un mercado mejor", porque muchos han salido de la zona de confort", barrunta Salvador Capdevila, su presidente.

"Hay gente de Barcelona o el entorno que aún tiene miedo y prefiere comprar lo más cerca posible de casa"

— Óscar Ubide. Gerente de la Boqueria

Aunque los mercados alimentarios de barrio han sobrevivido bien a la pandemia como motores de consumo de proximidad, la Boqueria y su fabuloso repertorio de sabores se han convertido en estos meses en tierra de nadie, como la Rambla, en tiempos de desertización del centro. La Navidad marcó un subidón de ventas locales (incluso más que otros años, dice Ubide), pero los pedidos para restaurantes siguen en mínimos. De ahí que de lunes a miércoles el viejo mercado esté tristemente solitario, igual que sus tardes. La animación llega los viernes y sábados, aunque sin colas, para breve disfrute de sus fans.

Un par de clientes en el Quiosc Modern, que ha perdido a cinco de sus siete empleados por la pandemia.

Un par de clientes en el Quiosc Modern, que ha perdido a cinco de sus siete empleados por la pandemia. / ELISENDA PONS

Posiblemente, el subsector que más sufre sean las fruterías, a veces criticados rendirse al zumo y las macedonias para consumo inmediato del viajero. Anna y Gemma Ribas relatan que su familia payesa dejó hace casi medio siglo el mercado de Galvany porque los señores de la zona alta desaparecían en verano, justo cuando la huerta era más generosa. Se mudaron al centro buscando continuidad y con el tiempo descubrieron que la oferta de frutas y verduras era desmedida para un mercado que perdía afluencia local, en pos de supermercados y fruterías económicas de barrio. "Nosotras lo que queremos es trabajar, ojalá volviera el cliente de aquí, pero tuvimos que dar el giro al turismo hace 15 años para poder continuar", relata Gemma. Con el exprimidor a pleno rendimiento llegaron a ser 10 trabajadores, de los que en la era de pandemia quedan solo tres (familia) en un mostrador que ha recuperado el aspecto tradicional, admite Anna. Con esfuerzo, han hecho una página web y se han zambullido en las redes sociales para vender a distancia y conquistar a un comprador nuevo. "No viene gente al mercado, todo lo que hacemos es preparar pedidos", dicen, muy críticas con la era Colau y las trabas que les impuso.

Menos marisco y más bocatas

Ese yin y yan marca también el sentimiento de Javi García, al frente del Quiosc Modern. Su resumen comercial del establecimiento de 1978 es ejemplificante. Ya hace 20 años descubrieron que su barra de cruasanes, tapas y pinchos de tortilla podía ser una mina para el nuevo protagonista del mercado que iba en bermudas y loco por entrenar el paladar in situ. Dieron el salto a pescados y mariscos, multiplicaron turnos y la última década de "crecimiento exagerado" les llevó a ampliar su parada y llegar a siete trabajadores, con un balance del 70% de comensales foráneos. Hasta que el 14 de marzo todo cambió.

Mercè Castarlenas, en las oficinas de la Boqueria, prepara los pedidos que hacen los clientes por teléfono.

Mercè Castarlenas, en las oficinas de la Boqueria, prepara los pedidos que hacen los clientes por teléfono. / Elisena Pons

"Ahora somos dos empleados y yo, y hemos vuelto a los bocadillos, los combos y los cafés con leche de antes", también a sus guisos inmortales, para los que siempre hubo público, pero con precios más baratos. Sirven a clientes locales y tenderos que paran a hacer un tentempié, aunque este viernes repostaban algunos franceses. Con las barras prohibidas por las restricciones, una cervecera les ha proporcionado mesas altas y taburetes que el consistorio permite temporalmente a quienes no tenían mesas, al estar en el interior y no en los pórticos. "Ha sido duro, he vivido de un crédito ICO, todos estamos tocados, pero ahora logro mantenerme y estoy a gusto, feliz", confiesa, en modo más pausado, pese al hándicap de desmontar las mesas entre el desayuno y la comida, en horario pandémico.

A esas horas, Mercè Castarlenas, en oficinas, ultima personalmente la preparación de los pedidos que vía telefónica siguen haciendo personas mayores o confinadas del barrio, que no optan por las compras con 'app'. Una labor casi artesanal (que si cien gramos de jamón dulce, una pechuga de pollo o unas manzanas) que realizan sin coste, y reparte la cooperativa Mensakas, demostrando que la Boqueria late hasta en la recámara.

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