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Próxima parada Chitón

Ferrocarrils estrena los trenes del silencio por si la cháchara, como sospechan ahora las autoridades santitarias, son otro medio de transmisión del temible coronavirus

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Carles Cols

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Crítica de transporte público. Si las hay de cine, teatro, literatura y hasta de cocina, qué menos que reseñar también las novedades en movilidad. Para esta primera incursión en el género era casi una obligación comentar el estreno de los nuevos trenes silenciosos de Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya, que no es que rueden sin fricción, chirrían como siempre, sino que (esa es la petición expresa de las responsables del servicio) hay que entrar en los vagones con la misma actitud que los monjes trapenses pasean por el claustro de sus conventos, o sea, sin decir ni amén. La medida se supone que es la enésima contribución a la causa común que se exige a los ciudadanos para contener la expansión de la pandemia de covid-19. La cháchara, incluso con mascarilla, parece que es portadora de virus. Pues vaya. Pues nada. Toca visitar los ‘ferrocatas’ y hacer la crítica de este estreno.

Los vagones chirrían como siempre, pero se pide a los pasajeros que dentro sean como trapenses en el claustro, callados 

Primero, la puesta en escena. No ha habido tiempo de colocar las pegatinas a los 120 convoyes de la red, así que la búsqueda de alguno de ellos ya ‘logotipado’ (así hablan, en su argot, los encargados de esta operación, cada día se aprende algo) ha sido inicialmente frustrante. La estación de plaza de Catalunya, madre de todas las líneas, se supone que es el lugar adecuado para realizar un avistamiento de uno de esos nuevos convoyes y, como un Harpo Marx, montarse en él.

Es la una de la tarde y no hay manera. No pasa ni uno. Toca echar mano del comodín de la llamada. Sònia, del gabinete de prensa de Territori, eficaz como un tren suizo (ella, no el departamento) explica que pronto todos los trenes llevarán la pegatina verde fosforito en la puerta, en la que un dedo silencia unos labios, y en el dintel, en grandes caracteres, el texto escrito, pero que este primer día de ensayo lo mejor es esperar a la hora punta o, en caso de impaciencia, como es este, ir hasta la estación de Sarrià y de ahí cambiar a la lanzadera que lleva hasta Reina Elisenda. ¡Todos los trenes de ese trayecto ya están ‘logotipados’! Gracias, Sònia.

Por megafonía, se diría que con voz teatral, se anuncia el nuevo servicio: "el tren del silencio". Da yuyu

Que la cuarta esposa de Jaume II, la piadosa Elisenda de Montcada (1292-1364) tenga dedicada una estación del suburbano en Barcelona ya es bien extraño, pero nada en comparación con lo que está a punto de suceder. Son las 13.30 horas y, efectivamente, llega uno de los trenes. Por megafonía, una voz femenina anuncia el buen propósito de la medida recién puesta en marcha y, al final, con énfasis, proclama: "Bienvenidos al tren del silencio". Da un cierto yuyu. Será cosa de los referentes personales de cada cual, pero en ‘Mulholland Drive’, de David Lynch, entrar en el Club Silencio no era una buena noticia. Puede que incluso los fans más entusiastas de esta película de culto no se hayan percatado de que entre el público del club estaba Laura Palmer, cadáver por excelencia de otra excentricidad del mismo director ‘Twin Peaks’.

El caso es que con estos perturbadores pensamientos en mente y un poco de ánimo trapense, los pies de quien esto firma cruzan el umbral de la puerta que, ella solita, sin que nadie le dé al botón, se ha abierto de par en par. Y, entonces, el susto. Hay pruebas documentales de ello (vamos, un vídeo grabado con el teléfono sin trampa ni cartón), pero en todo el tren no hay absolutamente nadie. Además de ser intimidador, es todo un chasco si de lo que se trata de es comprobar la predisposición de los pasajeros a cumplir la nueva norma. Podría ser peor, eso sí. Podría estar ahí sentada Laura Palmer.

Interior del vagón del tren del silencio

Interior del vagón del tren del silencio. / periodico

Este tipo de contratiempos, sin embargo, son como el cerdo. Todo se aprovecha. En la jerga ferroviaria, una situación así se conoce como "pasear hierro". Y, pasear hierro parece que es otra de las grandes preocupaciones de los responsables del transporte público en estos meses de pandemia. El uso del suburbano ha caído estrepitosamente. Con suerte es, según que días, el 50% que hace un año. Lo lógico, en términos presupuestarios, sería reducir las frecuencias, pero han mandado los criterios sanitarios, así que las frecuencias de paso se han mantenido tan altas como ha sido posible. Según el ‘conseller’ Damià Calvet, responsable de este negociado, el déficit previsto a final de año del transporte público se calculó antes de la pandemia en unos 400 millones de euros, pero con la brutal caída en la venta de billetes la cifra será muy superior.

A lo que íbamos. El silencio. Hay que subrayar, antes de proseguir la búsqueda de un tren con pasajeros, que este es un plan prepandémico. Se consideró en los despachos de Territori que algunas conversaciones, especialmente las telefónicas, son contaminación acústica, así que las pegatinas y el plan ya estaban medio a punto. Dicho de otro modo, la vacuna contra el covid-19 no revertirá el proyecto. Ha venido para quedarse.

Tras el chasco de la lanzadera de Reina Elisenda, lo adecuado parece regresar al punto de partida, plaza de Catalunya. No está claro si es ahí donde se rodó la hazaña de Superlópez en el suburbano barcelonés. De camino a esa estación y a través del teléfono es posible revistar las escenas de esa película. Dani Rovira fue una estupenda elección como protagonista. Los vagones en los que viaja y que con sus superpoderes logra detener ante una inminente accidente, efectivamente, parecen los de Ferrocarrils. Ya es casualidad que Superlópez, parodia de Superman, provenga del planeta Chitón. Había que decirlo.

Son más de las dos de la tarde y, por fin, aparece en escena un tren del silencio al que se montan no menos de 40 personas. A ver qué pasa.

Pues lo de siempre. La mayoría de los pasajeros tiene la mirada fija en la pantalla de su móvil. Un grupo de estudiantes extranjeros conversa en inglés. Hablan ellos y, un poco más allá, se escucha alto y claro a una joven que, por lo que dice, parece que trabaja en una notaría, aunque por el tono que emplea podría ser que estuviera gestionando la herencia de Pablo Escobar. Es lo que tienen las conversaciones telefónicas en un vagón de tren, que por incompletas invitan a la fantasía de quien indiscretamente les presta atención. Hasta ese placer nos quieren quitar con la excusa del pandemia.

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