PERFIL

Muñoz Ramonet, entre el magnate y el mangante

La trayectoria del empresario que prosperó tras el franquismo y murió en Suiza huido de la justicia estuvo marcada por los contactos con el régimen y el engaño como arma

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Toni Sust

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De él se decía que encendía el tabaco con billetes. Que vertía Chanel número 5 en el inodoro después de orinar. Que en su casa ponía a disposición de los invitados a comer una carta de restaurante. Julio Muñoz Ramonet nació en 1912, y no nació rico. Ni lo hizo en Barcelona, como sostenía, sino en Martinet, en la Cerdanya, con orígenes familiares alejados del esplendor económico.

Quizá no sea la única explicación, quizá además de sus conexiones deba tenerse en cuenta como mérito su instinto depredador, pero de Muñoz Ramonet se puede afirmar que fue lo que fue por haberse convertido en uno de los ganadores de la guerra civil. Y que sobre esa victoria, sobre sus contactos, erigió un imperio: empezó en el sector del algodón y llegó a tener 45.000 empleados y un entramado de empresas que primero le llevaron a la cúspide social y económica y después a Suiza, donde murió en 1991, a los 75 años, huido de la justicia española. Para entonces sus sociedades acumulaban deudas e irregularidades de las que prefirió no responder. Los hechos y los testimonios de la época dibujan la figura de un negociante que nunca abandonó el arma del engaño.

Entre las propiedades de Muñoz destacaron la fábrica de Can Batlló, los grandes almacenes El Siglo y El Águila, el Palau Robert, la Compañía Internacional de Seguros. “En el cielo manda Dios; en la tierra, los Muñoz”, se decía décadas atrás. El plural incluye al hermano de Julio, Álvaro, pero el primero fue el protagonista de la leyenda familiar.

Fusilado sin éxito

En 'Muñoz Ramonet, retrato de un hombre sin imagen', una obra coral coordinada por Manel Risques, se precisa su aportación al bando franquista: fue enlace de los servicios secretos del bando nacional hasta que le descubrieron. Condenado a muerte, sobrevivió al comando de la FAI que debía ejecutarlo a tiros en la Cerdanya. Se hizo el muerto y se pasó a la España franquista. Y en la Barcelona que recibió a las tropas de Franco por la Diagonal, se convirtió en el mejor anfitrión de los nuevos jefes.

De esa postguerra incipiente escribió otro Muñoz, Xavier Muñoz, empresario y exconcejal barcelonés, en el libro 'Muñoz Ramonet, societat il·limitada'. El empresario, sin parentesco con el protagonista, habla de la Barcelona que tras la guerra obligó a rebautizar como Navarra (cerrado hace tres años) al restaurante Euskadi, situado a unos pasos de la plaza de Catalunya, que durante unos días pasó a llamarse plaza del Ejército, aunque esa modificación no cuajó. El relato de Muñoz incluye la escena de Muñoz Ramonet conminando a los dueños del restaurante La Puñalada, también extinto, a preparar un ágape de recibimiento a la cúpula franquista.

Muñoz Ramonet 'compró' su posición, su estatus, a ricos que le precedieron. Su casa, el principal legado físico que queda de su paso por la historia de Barcelona, el palacete de la calle de Muntaner, lo adquirió al marqués de Alella. La colección artística que está en el origen de tantas cuitas legales, pasó a ser de su propiedad, sin que él lo supiera de entrada, cuando se hizo con Unión Industrial Algodonera, que había pertenecido al dueño de esa empresa, Ròmul Bosch Catarineu.

Boda con el poder económico

Pese a ser visto siempre como un nuevo rico por la clase dominante, entroncó con ella: en 1946 se casó con Carmen Villalonga, hija de Ignacio Villalonga, presidente del Banco Central,que siempre desconfió de su yerno. La pareja rompió en 1966. Al empresario se le atribuyó una larga de lista de amantes entre las que destacó Carmen Broto, prostituta asesinada en 1949, cuando ya no frecuentaba a Muñoz.

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