BARCELONEANDO

Eixample Respira: versión holandesa

La lucha contra la contaminación tiene interesantes referentes, como el caso de Amsterdam, donde los niños iniciaron una revuelta contra el coche a principios de los 70

zentauroepp51488847 barceloneando  amsterdam de carlos marquez191223175438

zentauroepp51488847 barceloneando amsterdam de carlos marquez191223175438

Carlos Márquez Daniel

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los niños salían a la calle por iniciativa propia. La cortaban a gritos, con carteles que habían improvisado en la escuela, sin más adoctrinamiento que una realidad que les tenia aprisionados. Exigían un barrio con menos coches y más zonas para jugar, en una ciudad que tras la segunda guerra mundial vivió una brutal fiebre automovilística; en unos barrios que llegaron a derribar edificios para poder crear nuevas avenidas para la movilidad privada. Los movimientos sociales contemporáneos no han inventado nada. O casi nada. Tampoco era su objetivo. Hubo otras Greta Thunberg, mucho más anónimas que la joven activista sueca. Ya existieron, por ejemplo, iniciativas como Eixample Respira, la brigada vecinal barcelonesa nacida en junio de este año. Lo de esos chavales indignados sucedió en el Amsterdam de los primeros años 70, cuando se contabilizaban 3.300 muertos por accidente de tráfico anuales y 500 de ellos eran menores de 14 años. La gente dijo basta, incluidos esos renacuajos obstinados en que la vía pública tenía que ser algo más que un pasillo que lleva de un lugar a otro. Con los años y la insistencia, y porque la política local entendió que ahí había fundamento electoral, la ciudad de los canales fue ganándole la partida al supuesto progreso. Escucha, Barcelona.

En YouTube puede encontrarse una deliciosa película rodada en 1972 por Roeland Kerbosch. Se llama ‘En nombre de los niños de De Pijp’, en referencia a un barrio del sur de Amsterdam en el que entonces vivían cerca de 40.000 personas en unas 120 hectáreas. Hoy son algo más de 30.000. Está en holandés, pero hay una versión reducida de unos 10 minutos subtitulada al inglés (gracias, Mark Wagenbuur). Se emitió el 16 de marzo de ese año y sacudió los cimientos de la lógica urbana del momento. Ese breve resumen basta para entender de qué manera los hechos globales pueden llegar a afectar a una simple calle, para darse cuenta de que la rutina de las ciudades no se entiende sin la coyuntura económica y social a nivel mundial. Y que todo ello puede modificarse si la ciudadanía se organiza, aunque de entrada tenga delante un muro custodiado por leones que parece que lleven un mes comiendo espárragos trigueros. Eso hicieron estos chavales, primero a través de trabajos escolares, y más tarde, y con el concurso de los mayores, con movilizaciones en el barrio. Y no sin oposición, como el monumental cabreo de un transportista que se lió a guantazos con unos vecinos que cortaron la calle con una valla, o la cómica persecución de la policía, montada en 'escarabajos' de la marca Volkswagen.

El documental toma como referencia a Ronald Dam, un niño del barrio que se erige en líder de la reivindicación. El joven, que no tendrá más de 12 años, le cuenta a la cámara que en su barrio no se puede jugar, que miles de personas mueren en accidentes y que la contaminación está creciendo. También que todo está dedicado al aparcamiento de coches. "¿Por qué no vamos más en bicicleta?, se pregunta. Recogieron firmas y hablaron con los vecinos, que les atendían entre solidarios y atónitos. Como el tipo que les soltó que nunca se cortaría una calle para que pudieran dar patadas a un balón. O el que les dio la razón para añadir luego que su generación tuvo una buena infancia hace 25 años "y eso ya se ha terminado". Majísimo, el hombre. 

Los niños de De Pijp consiguieron que el concejal de Urbanismo de la época, Han Lammers (1931-2000), les contara qué planes tenía el ayuntamiento para tratar de atender a sus demandas. "No sé cuantas semanas necesitaremos para tener la calle preparada para jugar", les dijo. También les avanzó la intención de empezar a desviar el tráfico hacia las grandes avenidas, en una definición que recuerda muy mucho a la teoría de las supermanzanas.  

Aquella revuelta infantil no fue un fenómeno exclusivo de esta barriada de Amsterdam. Ya antes, y sobre todo después, en otros puntos de los Países Bajos florecieron inicativas similares. El nombre elegido para esa trinchera fue de lo más explícito. Si aquí se ha optado por el más elegante Eixample Respira, los holandeses lo llamaron Stop de Kindermoord, es decir, 'parad el asesinato de niños'. Directo al corazón. El primero en usar este nombre fue el periodista Vic Langenhoff, que perdió a un hijo en un accidente de tráfico. La gente tomó la calle sin miedo, con protestas legendarias como la plantada de bicicletas en Amsterdam delante del Rijksmuseum, donde centenares de ciclistas simularon su propia muerte sobre el asfalto. A todo ello se unió la crisis del petróleo que disparó el precio del combustible y una política cada vez más cercana a la causa. Y así, hasta hoy. 

Comparar Amsterdam con Barcelona puede llegar a ser un insulto. Porque nada tiene que ver el urbanismo, el clima o los hábitos. Ni la orografía. Y aquí la densidad de población es muy superior. Pero sí algo dejaron claro esos niños de De Pijp es que los pequeños cambios siempre suelen ser poderosos.