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Beirut: resistencia, caos y arte

La capital del Líbano, llena de contrastes, es la ciudad invitada este año en las fiestas de la Mercè

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Ana Alba

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El edificio Barakat se erige en el cruce de las calles Damasco e Independencia, en el barrio de Sodeco de Beirut, desde 1924. De estilo neootomano, se encontraba en la antigua 'línea verde' de la ciudad, la que separaba el oeste predominantemente musulmán del este de mayoría cristiana durante la guerra civil libanesa (1975-1990).

Entonces nido de francotiradores en ruinas, con el alma perforada, hoy es un espacio reservado a la memoria, bajo el nombre de Beit Beirut (Casa Beirut), un museo cuyos muros se han rehabilitado conservando las huellas de la guerra: orificios de balas y escritos en paredes semidestruidas. Las trazas del conflicto son visibles en rincones de Beirut, pero muchas las han eliminado excavadoras y grúas que construyen a destajo arrasando edificios históricos para levantar rascacielos de lujo y moles de hormigón.

El paradigma de la reconstrucción que intenta borrar la identidad de la ciudad es la del centro histórico, que fue a cargo de la empresa Solidere, de Rafic Hariri, el primer jefe de Gobierno del Líbano tras la guerra, asesinado en el 2005. En los mercados del centro se mezclaban los 18 grupos religiosos reconocidos por el Estado, pero la reconstrucción los arrasó e implantó en su lugar una suerte de maqueta turística suntuosa con restaurantes a precios prohibitivos para deleitar a los ricos.

El paisaje de Beirut, seguramente la ciudad con más contrastes de la región levantina de Oriente Medio, ha pasado de ser una exposición permanente de  carteles políticos y retratos de 'mártires' y héroes de la guerra a cubrirse de eslóganes que llaman a la unidad y tratan temas alejados del conflicto.

“Ata la violencia” se lee bajo el grafiti de una pistola con el cañón anudado en una pared del distrito de Ashrafiyeh. “El amor es para los valientes” o “El amor nos une” son mensajes que llaman a acabar con la división persistente en las mentes y los corazones de muchos, a cerrar las cicatrices de una guerra que causó casi 150.000 muertos.

Arte callejero

Beirut y sus calles son ahora plataformas de expresión de un arte callejero que reaccionó a la sofocante presión política y destila humor y crítica. Jóvenes artistas, músicos, escritores, diseñadores, activistas han emergido del caos, de las calles embotelladas y contaminadas por los tubos de escape, oscuras de noche por los cortes de electricidad y, en ciertos períodos, inundadas de basura.

Critican a las élites dirigentes corruptas, la cultura del soborno y la parálisis de un Estado frágil que capea los temporales de la región como puede, a veces inundado por tormentas ajenas, otras provocando tempestades. 

Estos artistas han heredado el espíritu de resistencia de la guerra, de una ciudad que nunca dormía por el estruendo de las bombas o la música de los bares, donde la gente intentaba seguir con su vida cotidiana.

Con ideologías minoritarias, los artistas mezclan la herencia cultural y las tradiciones con las corrientes vanguardistas y se revelan contra las convenciones de una sociedad conservadora donde la censura, política y religiosa, les corta las alas, donde cineastas como el francolibanés Ziad Doueiri son arrestados al aterrizar en Beirut por haber rodado parte de una película en Israel.

Libaneses e israelís están técnicamente en guerra. Israel invadió el Líbano en 1982 y hasta mayo del 2000 no retiró al último soldado. En la época de la guerra civil, diversas milicias lucharon contra los israelís, encabezadas por Hezbolá, que domina el sur del país.

Este grupo chií se enfrentó de nuevo a Israel en una guerra de un mes, el verano del 2006, que mató a casi 1.200 libaneses.

Una rica convivencia

La censura no solo es por motivos políticos. El mes pasado, el Festival Internacional de Biblos canceló la actuación del popular grupo libanés Mashrou Leila por la presión de grupos cristianos, que amenazaron con atacarlos en plena actuación por sus letras de contenido referido a la homosexualidad, todavía está penada en el Líbano.

Aunque la ciudad celebró su primer desfile del orgullo en el 2018, el del 2019 se suspendió. El colectivo LGTBI cuenta con espacios como asociaciones y ciertos clubes nocturnos en Beirut, pero todavía no puede expresarse con libertad.

En esta capital cultural del mundo árabe donde te cruzas con un grupo de chicas, unas con velo islámico y otras con minifalda, abundan los clubes, bares y cafés en los que se reúnen jóvenes de todas las comunidades, en zonas bulliciosas y coloridas como los barrios de Gemmayzeh y Mar Mikhael, y arterias como la transitada Hamra.

Estos vecindarios contrastan con los del sur de Beirut, suburbios como Dahieh, conservadores, dominados por Hezbolá, y muy castigados por Israel en el 2006.

También están muy alejados de las angostas calles de Sabra y Shatila, los campos donde se concentran miles de refugiados palestinos, marginados por la ley y rechazados por buena parte de la sociedad. En septiembre de 1982, las milicias falangistas libanesas entraron en Sabra y Shatila, con el beneplácito de Israel, y mataron a unos 3.500 palestinos.

El último alud de refugiados en el Líbano ha sido el de los sirios. Desde el 2011, los libaneses acogen a más de un millón de personas de un país vecino con el que mantienen una relación complicada. Siria invadió el Líbano en 1976 y no retiró a su ejército hasta el 2005.

La llegada de artistas sirios ha contribuido a enriquecer el panorama cultural de Beirut, la ciudad que mira al mar desde su famosa Corniche, ese paseo marítimo en el que todos los credos, confesiones y colores se diluyen en un solo río humano.